En todo juicio de valor hay derroteros lógicos
que debieran guiar la razón ciudadana, pero como en Colombia predominan las
viejas pasiones, y hay personajes que las exacerban, hubo muchos ilusos que terminaron
estupefactos ante el limpio resultado del plebiscito, cuando fácilmente pudieron
preverlo.
Desde siempre fue factible entrever que las
encuestas favorecedoras de la refrendación a los acuerdos entre el gobierno y
la guerrilla mostraban enormes inconsistencias, pero la desinformación
publicitaria oficial, incluidas las amenazas de resurrección del grupo guerrillero, que
lamentablemente no las hacía Timochenko sino el propio Santos, y la tramoya de
confundir el logro de la paz con la aprobación de lo pactado en La Habana, enmascararon
temporalmente la verdad.
Esa verdad, hoy plenamente demostrada,
advertía el imposible de que el mandatario nacional con tan rastrero margen de
aceptación popular pudiera hacer lo que le da la gana, y obtener un respaldo electoral
a menos de dos años de concluir su desastroso mandato.
Para que arrolladoramente ganara el sí se
requería que previamente descendiera el justificado rechazo a la gestión del
gobernante, cosa que por ahora es impensable.
Ganó Colombia, claro está, porque desapareció
el peligro de sustituir la Constitución Nacional por un mamotreto ininteligible
e impracticable. Y porque fracasó el intento de reemplazar la justicia
ordinaria y la CPI con un remedo de tribunal especial para la paz, y se enervaron
los espantajos de circunscripciones electorales amarradas, de vergonzosa legalización
de fortunas ilícitas, de penas irrisorias y de impunidades insoportables,
además porque se abrió la posibilidad de negociar un contrato social con el que
todos quedemos satisfechos, en un contexto de participación política que nos incluya
a todos, aún a los que deseosos de paz malamente fuimos estigmatizados como sus
enemigos.
Claro que me enorgullece el resultado del
plebiscito porque triunfó la opción que defendí con argumentos, y me satisface que
Colombia haya despertado, porque no es saludable ni democrático que a los
pueblos se les ordene tragar sapos y que mansamente se los traguen.
Celebro que las regiones hayan tenido la
entereza de derrotar a viejos y nuevos exponentes de la demagogia babosa. Magnífico
que en la frontera con Venezuela, Santander y Norte de Santander hayan arriado
los vetustos estandartes de Horacio Serpa y Juan Fernando Cristo,
extraordinario que el eje cafetero haya vuelto por sus fueros para frenar los
altisonantes cacicazgos de Cesar Gaviria, Humberto de La Calle y Mauricio Lizcano,
maravilloso en fin, que el país nacional haya recuperado la cordura para liberarse
de dañinas influencias ejercidas por Alvaro Leyva, David Barguil Assis, Armando Benedetti y Roy Barreras.
Ahora
sí es verdad que queda mucha tela por cortar, cuando el triunfalismo de algunos
negociadores ha quedado reducido a sus justos alcances, y cuando la respetable soberanía popular los convoca a conectarse con
las realidades de un país político totalmente desconocido para ellos.
Ojalá
avancemos hacia la construcción de esa nueva patria que todos anhelamos
próspera y pacífica, y quiera Dios que Francisco, su representante en la
tierra, se asesore mejor cuando pretenda condicionar sus visitas a estos infiernos.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
02.10.16
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