Claro que Popayán es un recuerdo
arquitectónico valioso, eso no se discute, ni se niegan las bellezas naturales puestas
por el Creador para razonable disfrute de todos.
Otra cosa es reconocer que pocos esfuerzos se
hacen para amparar los espacios urbanos emblemáticos, y que todo conspira
contra la integridad histórica del centro viejo, contra el vilipendiado equilibrio
ambiental, y contra la espesura del paisaje cercano, que es lo que le imprime a
la urbe ese envidiable carácter aldeano, ese encanto de campesina ingenua
asomada al balcón de la esperanza.
Cuando se rebusca en la memoria el viejo
panorama de la Planicie payanesa, con sus robledales y sus nieblas, con sus
cascadas cristalinas, con sus techumbres atestadas de musgos y cenizas, y los
inmensos corredores de barandas leñosas en los que la tarde paseaba sus
arreboles y las luciérnagas derrochaban sus brillos, se alcanza a percibir el
metálico pulsar de liras y requintos, entre tenues aromas de guayaba y anís.
Pero ahora la estampa no es así, el
mercantilismo arrollador del que nada se
salva, que irrespeta y demuele, hace pensar en la necesidad de encontrar
caminos para salvaguardar lo que queda, lo que sobró del terremoto, y lo que
buenamente dejaron insolentes depredadores, quienes armados de taladros
neumáticos y sierras industriales arruinaron portalones y verjas, aleros y
balcones, arcos, pilastras y empedrados, ante la remunerada complacencia de
quienes, por obligación legal y compromiso moral, debieron impedirlo.
Bueno, ya se fue lo que se fue, lo que quedó
que quede y que no se abandone. Pero también es tiempo de encarar los retos del
crecimiento urbano repentino, y asumir la responsabilidad de construir ciudad
al ritmo de las modernas costumbres y de los nuevos usos sociales.
Se necesitan inaplazables decisiones
administrativas para la apertura y mantenimiento de nuevas calles y de
ensanches viales estratégicos que descongestionen el extendido sector comercial;
la apropiación de terrenos extensos
irrevocablemente destinados para construir parques, escuelas, hospitales,
escenarios deportivos y mercados cubiertos; la demarcación técnica de amplias franjas que
obligatoriamente deban reservarse para futuros corredores vehiculares de alta
velocidad; la inmediata declaratoria de
espacios de utilidad pública para diseñar puentes, retornos, zonas de parqueo,
ciclovías, senderos peatonales, y áreas para conservación de bosques nativos,
quebradas y humedales.
Popayán no puede seguir deformándose al caprichoso impulso de arrogantes
empresarios que tienen suficiente dinero para evadir controles oficiales y
omitir obligaciones comunitarias.
La expansión urbana es incontenible, pero se
debe regular a tiempo y con precisión para capotear la evidente rudeza de comerciantes
invasivos que trasforman los andenes en parqueaderos, los separadores viales en ventorrillos, las
calzadas paralelas en compraventas de vehículos, y las áreas residenciales en
zonas de bodegaje.
Entidades nacionales, departamentales y
municipales están en mora de concertar el diseño y ejecución de un plan
urbanístico que permita hacer de la moderna Popayán un enclave habitacional
acogedor y humanizado, que armonice con
las bondades de bosques y colinas circundantes, y con la pétrea reciedumbre del
nudo montañoso que se alza entre las nubes para regalarnos el fragor del
caudaloso Cauca.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 12.04.14