sábado, 12 de abril de 2014

El pasado pasó



 Claro que Popayán es un recuerdo arquitectónico valioso, eso no se discute, ni se niegan las bellezas naturales puestas por el Creador para razonable disfrute de todos.

 Otra cosa es reconocer que pocos esfuerzos se hacen para amparar los espacios urbanos emblemáticos, y que todo conspira contra la integridad histórica del centro viejo, contra el vilipendiado equilibrio ambiental, y contra la espesura del paisaje cercano, que es lo que le imprime a la urbe ese envidiable carácter aldeano, ese encanto de campesina ingenua asomada al balcón de la esperanza.

 Cuando se rebusca en la memoria el viejo panorama de la Planicie payanesa, con sus robledales y sus nieblas, con sus cascadas cristalinas, con sus techumbres atestadas de musgos y cenizas, y los inmensos corredores de barandas leñosas en los que la tarde paseaba sus arreboles y las luciérnagas derrochaban sus brillos, se alcanza a percibir el metálico pulsar de liras y requintos, entre tenues aromas de guayaba y anís.

 Pero ahora la estampa no es así, el mercantilismo arrollador del que nada se  salva, que irrespeta y demuele, hace pensar en la necesidad de encontrar caminos para salvaguardar lo que queda, lo que sobró del terremoto, y lo que buenamente dejaron insolentes depredadores, quienes armados de taladros neumáticos y sierras industriales arruinaron portalones y verjas, aleros y balcones, arcos, pilastras y empedrados, ante la remunerada complacencia de quienes, por obligación legal y compromiso moral,  debieron impedirlo.

 Bueno, ya se fue lo que se fue, lo que quedó que quede y que no se abandone. Pero también es tiempo de encarar los retos del crecimiento urbano repentino, y asumir la responsabilidad de construir ciudad al ritmo de las modernas costumbres y de los nuevos usos sociales.

 Se necesitan inaplazables decisiones administrativas para la apertura y mantenimiento de nuevas calles y de ensanches viales estratégicos que descongestionen el extendido sector comercial;  la apropiación de terrenos extensos irrevocablemente destinados para construir parques, escuelas, hospitales, escenarios deportivos  y  mercados cubiertos;  la demarcación técnica de amplias franjas que obligatoriamente deban reservarse para futuros corredores vehiculares de alta velocidad; la inmediata declaratoria  de espacios de utilidad pública para diseñar puentes, retornos, zonas de parqueo, ciclovías, senderos peatonales, y áreas para conservación de bosques nativos, quebradas y humedales.

 Popayán no puede seguir  deformándose al caprichoso impulso de arrogantes empresarios que tienen suficiente dinero para evadir controles oficiales y omitir obligaciones comunitarias.

 La expansión urbana es incontenible, pero se debe regular a tiempo y con precisión para capotear la evidente rudeza de comerciantes invasivos que trasforman los andenes en parqueaderos, los  separadores viales en ventorrillos, las calzadas paralelas en compraventas de vehículos, y las áreas residenciales en zonas de bodegaje.

 Entidades nacionales, departamentales y municipales están en mora de concertar el diseño y ejecución de un plan urbanístico que permita hacer de la moderna Popayán un enclave habitacional acogedor y humanizado, que  armonice con las bondades de bosques y colinas circundantes, y con la pétrea reciedumbre del nudo montañoso que se alza entre las nubes para regalarnos el fragor del caudaloso Cauca.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 12.04.14