domingo, 27 de julio de 2014

… andaba de parranda




 Seis semanas de silencio pueden tener cualquier explicación, pero sólo una corresponde a la verdad.

 De todas formas  nuevamente estoy aquí en el oficio de opinar y disentir, al fin de cuentas mis columnas no están concebidas para uniformar ni coincidir.

 Siempre se ha dicho que Colombia es un país poco serio, y se ayuda. A mi regreso encuentro que el fenómeno del niño, apenas recién nacido, ya causa enormes estragos que se explican en la ausencia de planeación, en la imprevisión estatal, en la falta de políticas públicas que erradiquen la ñoña politiquería de siempre y enfrenten con rigor los retos del futuro, y para colmo de males me topo con extensos territorios anegados por delictuosos derrames de  petróleo. Una patria de contrasentidos y disparates, un espacio natural al que se le cercena la vida y se le clausura el porvenir, un territorio en el que nada puede cambiar mientras los herederos de "Tirofijo" y los señoritos de las élites insistan en comportarse como las moscas: no se comen el postre pero defecan sobre él.

 Un siglo o algo más puede tardar el proceso de recuperación del suelo putumayense contaminado por la furiosa ignorancia de quienes confunden la revolución con el daño, la rebeldía con la fuerza bruta, la liberación con el destrozo, y la política con la agresión. Ojalá que la abolición de los crímenes ambientales no sea la próxima meta coronada por los negociadores de La Habana. 

 Parece que el nuevo mal gobierno, el mismo que teníamos,  pero ahora respaldado por quienes ingenuamente piensan que la paz llegará en una balsa cargada de cubanos, sigue en el convencimiento de que los narcoguerrilleros no asesinan a nadie importante, ni descuartizan nada connatural a los derechos humanos y a la sana convivencia.

 El ataque aleve contra el equilibrio ambiental es  un crimen contra la humanidad.  Si a nuestros fiscales y gobernantes no les importa el bárbaro accionar de los violentos, ya llegará el momento en que la Corte Penal Internacional reclame su competencia para juzgar a los criminales y a quienes consienten sus fechorías.

 Por ahora se me ocurre proponer que el mundo verde, los partidos verdes, los políticos verdes, y todos los otros partidos y movimientos políticos que aman y respetan la obra suprema de Dios,  expidan una proclama universal para decirle a los facinerosos colombianos y a quienes en silencio los secundan, que el estado de paz no se puede alcanzar sin la necesaria armonía espiritual con la máxima expresión de la vida. Lo primero es estar en paz con la inalienable plenitud de la naturaleza.

 El asesinato de infantes indefensos, como el agotado en la pequeña hija de un policía, y  el irracional derrame de petróleo crudo sobre fuentes y bosques amazónicos, reclaman seria reflexión sobre el calamitoso estado de las negociaciones habaneras  y sobre la importancia que el gobierno debe reconocer a los colombianos de a pié.

 No estaba muerto, andaba de parranda, pero siento agonía al reencontrarme con tan absurdo subsistir de la barbarie.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 27.07.14