lunes, 23 de mayo de 2016

Repaso




 Somos apenas el tenue bosquejo, no una democracia actuante. El camino es espinoso, al asecho siempre hay traiciones y retrocesos, pero el destino es avanzar.

 Aunque estamos libres de culpas frente a pasadas equivocaciones de nuestros lejanos ancestros, también es verdad que debemos responder por los errores del presente y por los desastres que ocurran en el futuro inmediato. Quiera Dios que así como nos beneficiamos con algunos pocos aciertos del pretérito, también alguien reciba el favor de lo poco bueno que logremos dejar.

 Y la responsabilidad actual es colectiva. A nosotros no nos salva la manida muletilla de violencias fratricidas imputables a la izquierda o a la derecha, a la hegemonía conservadora o a la república liberal. Esas sí que fueron memorias mal narradas, porque con el paso del tiempo se llegó a saber que ni los godos cercenaron tantas cabezas como se dice, ni los cachiporros se resignaron a dejarse decapitar, entre todos se mataron por parejo.

 Lo de este siglo es de este siglo, es nuestra hechura y nuestro fracaso, de nada  sirve enfocarle el retrovisor  a la regeneración del 86 o a las reformas del 36, al golpe del 53 y al  retrogolpe del 57, o a la abusiva sustitución constitucional del 91 contra la que nadie reviró y a la que, en gran medida, le debemos esta irredenta condición pendular, este reflejo especular de patria boba que sin reposo peregrina entre el samperismo y el santismo, entre el gavirismo y el galanismo, que entre los males que sufrimos son lo mismo.       

 Decididamente se ha impedido el fortalecimiento constitucional. No se ha respetado la prístina intensión fundamental de vivir en libertad dentro del orden, ni se ha dejado cuajar un verdadero Estado de Derecho. A cada quien, como a las cabras locas de que habla la izquierda latinoamericana cuando censura los balidos en sus propios apriscos, a cada linaje segmentario le ha dado por marcar el ámbito de su mandato con postizos sellos contestatarios, que a la hora de nona sólo han servido para afianzar estirpes y castas de su misma pelambre, veleidosas, desleales, pusilánimes y tiránicas.

 A las masas las llevan arriadas y ellas se dejan arriar. Rebaños domesticados acuden al saladero cuando les mueven un trapo o les exhuman un cadáver, y vuelve a girar la vieja noria que, con las mismas aguas y por los mismos canales, repite el rito de irrigar los mismos predios.

No son símbolos indicativos de vigencia democrática esa reducción del umbral aprobatorio para un mecanismo de participación ciudadana como el plebiscito; ni afanosos trámites de leyes habilitantes para que el ejecutivo haga y deshaga; tampoco la tarda inclusión de materias no debatidas en acomodaticio acto legislativo que ya tienen cocinado entre vapores de sacarosa y otros ingredientes melíferos; mucho menos la sumisa aprobación integral de anchos y largos acuerdos que nadie ha leído pero que cuentan con seguro pupitrazo en el Congreso; esto sin incluir otra listilla de reiteradas violaciones a la Carta Fundamental, ni el importaculismo oficialista ante vergonzosas estadísticas de desaprobación popular.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán. 22.05.16