Somos apenas el tenue bosquejo, no una
democracia actuante. El camino es espinoso, al asecho siempre hay traiciones y
retrocesos, pero el destino es avanzar.
Aunque estamos libres de culpas frente a pasadas
equivocaciones de nuestros lejanos ancestros, también es verdad que debemos
responder por los errores del presente y por los desastres que ocurran en el
futuro inmediato. Quiera Dios que así como nos beneficiamos con algunos pocos aciertos
del pretérito, también alguien reciba el favor de lo poco bueno que logremos dejar.
Y la responsabilidad actual es colectiva. A
nosotros no nos salva la manida muletilla de violencias fratricidas imputables a
la izquierda o a la derecha, a la hegemonía conservadora o a la república
liberal. Esas sí que fueron memorias mal narradas, porque con el paso del
tiempo se llegó a saber que ni los godos cercenaron tantas cabezas como se
dice, ni los cachiporros se resignaron a dejarse decapitar, entre todos se
mataron por parejo.
Lo de este siglo es de este siglo, es nuestra
hechura y nuestro fracaso, de nada sirve
enfocarle el retrovisor a la
regeneración del 86 o a las reformas del 36, al golpe del 53 y al retrogolpe del 57, o a la abusiva sustitución
constitucional del 91 contra la que nadie reviró y a la que, en gran medida, le
debemos esta irredenta condición pendular, este reflejo especular de patria
boba que sin reposo peregrina entre el samperismo y el santismo, entre el
gavirismo y el galanismo, que entre los males que sufrimos son lo mismo.
Decididamente se ha impedido el
fortalecimiento constitucional. No se ha respetado la prístina intensión
fundamental de vivir en libertad dentro del orden, ni se ha dejado cuajar un
verdadero Estado de Derecho. A cada quien, como a las cabras locas de que habla
la izquierda latinoamericana cuando censura los balidos en sus propios
apriscos, a cada linaje segmentario le ha dado por marcar el ámbito de su
mandato con postizos sellos contestatarios, que a la hora de nona sólo han
servido para afianzar estirpes y castas de su misma pelambre, veleidosas,
desleales, pusilánimes y tiránicas.
A las masas las llevan arriadas y ellas se
dejan arriar. Rebaños domesticados acuden al saladero cuando les mueven un
trapo o les exhuman un cadáver, y vuelve a girar la vieja noria que, con las
mismas aguas y por los mismos canales, repite el rito de irrigar los mismos
predios.
No
son símbolos indicativos de vigencia democrática esa reducción del umbral
aprobatorio para un mecanismo de participación ciudadana como el plebiscito; ni
afanosos trámites de leyes habilitantes para que el ejecutivo haga y deshaga; tampoco
la tarda inclusión de materias no debatidas en acomodaticio acto legislativo
que ya tienen cocinado entre vapores de sacarosa y otros ingredientes melíferos;
mucho menos la sumisa aprobación integral de anchos y largos acuerdos que nadie
ha leído pero que cuentan con seguro pupitrazo en el Congreso; esto sin incluir
otra listilla de reiteradas violaciones a la Carta Fundamental, ni el importaculismo
oficialista ante vergonzosas estadísticas de desaprobación popular.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán.
22.05.16