viernes, 3 de febrero de 2017

Tormenta saludable




 En este mundo ficticio, en el que ya muy pocas cosas guardan alguna relación con la verdad y las sanas costumbres, se le resta importancia a nítidos esfuerzos para ascender hacia las cumbres de la virtud y el refinamiento espiritual.

 No hace mucho tiempo, ya porque se pretendieran metas materiales en el mundo de los negocios o triunfos del intelecto en el ejercicio de profesiones liberales, o porque ejemplarmente se quisiera avanzar por los caminos de la excelencia mediante el  exquisito  dominio de la razón y dar solaz a la conciencia, tenía valor supremo el abstracto concepto de reciedumbre moral.

 Pero los “admirables” personajes de ahora son quienes no reconocen frenos legales para incrementar la fortuna individual, los que con trampas logran condecoraciones y despliegues publicitarios, aquellos que dolosamente se encumbran en la babélica pirámide del poder, o que con violencia generan dolor y muerte en cualquier parte del planeta.

 Y no es que parezca, sino que de verdad las elites que mandan confabulan para llevarle la contraria a la decencia, al lícito sentido común, a la honradez, a las limpias confrontaciones por el liderazgo, y se tiran por los rincones a socavar los cimientos del Estado y debilitar la solidez de las instituciones.

 De pésimo gusto resultan las producciones comerciales que sacrifican valores positivos de la sociedad para entronizar en cambio la truhanería, el engaño y el crimen, a punta de letales mensajes televisivos que deforman y corrompen las almas infantiles y dan peligrosas pautas a la juventud para adentrarse en los vericuetos del mal.

 Influye mucho, claro está, el cínico desempeño que la corrupta clase dirigente se empeña en perpetuar.

 Ojalá el huracán Odebrecht,  que como verdadero fenómeno físico de gran impacto y alta velocidad amenaza levantar techos, tumbar paredes y desnudar prestigios, sirva de catarsis para limpiar de podredumbre las fétidas barrigas de la burocracia oficial y demoler la necesaria complicidad parapetada en conglomerados privados, vigentes y actuantes en innumerables países que sufren mengua de sus tesoros públicos al puro impulso de contratación leonina.

 Allí sí que Colombia, en férreo  respaldo a los entes de investigación y control, debe mostrar su histórico talante de libertad dentro del orden, y contribuir al  desmonte de mafias, carruseles y carteles, sin ningún miramiento en la militancia partidista de quienes eventualmente salgan comprometidos en la estructuración y desempeño de organizaciones criminales dedicadas a defraudar los intereses nacionales y esquilmar las arcas oficiales.

 Esta  es la hora de componer una ecuación popular equilibrada que le reste política a la justicia y le sume justicia a la política, y que despeje para siempre la incógnita de la  corrupción. El país necesita saber quiénes y cómo lo roban.

 Es verdad irrefutable que la grave enfermedad de nuestra frágil democracia vino a ser el envilecimiento de las costumbres gubernamentales, el atosigamiento que el ejecutivo le propició al legislativo para someterlo a sus individuales intereses, la condescendiente actitud del Poder Judicial frente al descuaderne constitucional inspirado por la Presidencia de la República, y la muerte cerebral de congresistas adictos al dulce.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 03.02.17