No le faltan azotes
y burlas a la tierra colombiana.
Tal como en la antigua
historia bíblica de los egipcios, en plena contemporaneidad, sobre el
atribulado país que nuestros ancestros libertaron, refugio que heredamos y
legaremos a la propia descendencia, se arremolinan terribles versiones
verbalmente corregidas y genéticamente mejoradas de las siete plagas.
Multitud de
legisladores que no tienen capacidad o aptitud, faltos de talento, que por su
naturaleza o por decisión de su voluntad no son capaces de hacer algo bien
hecho, pululan en todos los niveles políticos con el gracioso encargo de hacer
lo que no pueden. Primera plaga: los incapaces discurren orondos entre la élite dominante.
Personajillos necios,
no aptos a propósito para algo, devengan, viatican y figuran en gerencias, juntas, y comisiones encargadas de
salvaguardar fundamentales intereses de la patria. Por entre las alcantarillas
dejan fluir densas y oleosas mezclas de hidrocarburos extraídos de la tierra
prometida. Segunda plaga: Los ineptos medran dentro de presidencias y
direcciones en empresas e industrias estatales.
Unos que no hacen lo
que de ellos se desea y espera, los dormilones del éxodo, roncan y rugen en sus
escritorios mientras se aproximan las tormentas, pero se reinstalan en la
placidez cuando la tempestad aparentemente amaina. Tercera plaga: los
ineficientes que generan esperanzas e imponen racionamientos, lánguidamente atribuyen
a la naturaleza el adverso resultado de sus negligencias.
Individuos que
adoptan decisiones importantes sin ninguna meditación, aparecen a cargo de los
más preciados intereses nacionales y disponen de ellos como el que libremente
gasta sus propias monedas. Malgastan los talentos que el pueblo les confía. Cuarta
plaga: la irresponsabilidad sonríe perversa mientras corroe, saquea y subasta el común patrimonio de los débiles.
Togados que sentencian
en contra de la equidad, malvados e injustos, desatienden el lastimero clamor
de los atropellados y refrenan el recto cumplimiento de su función
constitucional. Quinta plaga: los inicuos, arrellanados en las mullidas alturas
de sus cátedras, lejos de impartir justicia, gobiernan y desgobiernan con el mazo magistral
de oscuras veleidades.
Algunos no temen peligros
fronterizos y obran sin reflexión, ayunos de praxis y legos en teoría asumen
delicados encargos temerariamente amparados en inciertas posibilidades de
ganancia o pérdida. A tumbos y bastonazos disfrutan las mieles contractuales
porque tienen la convicción de que nadie reclamará perjuicios nacidos de su impericia.
Sexta plaga: los intrépidos navegan en el mar de la sapiencia sin distinguir los
meridianos que separan el continente de las islas.
Forajidos que no
tienen inquietudes de conciencia sobre la bondad o maldad de sus acciones, que
nunca miran desde la atalaya moral, malignos mercenarios a quienes la inexactitud
del proyectil y el error en el blanco no los atormenta, falaces pregoneros que equiparan lo
ético con lo ridículo, presuntos iluminados en quienes una deidad puso sus
complacencias, anuncian rescatar al rebaño de cabritos extraviados. Séptima
plaga: los inescrupulosos levitan ante esta adormecida nación incircuncisa que
espera ver lobos pariendo corderos.
En esta semana crucial –cuando de los acuerdos pueden
surgir resultados opuestos-, que de las plagas
nos libere el Señor.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 19.03.16