martes, 22 de octubre de 2013

Iguales en derechos y obligaciones





 Habitada por multitud de etnias antes y después de la conquista, y poblada por profusa mezcla de razas que seguimos incubando a los quinientos años del descubrimiento, Colombia es multicultural. Esta característica no es invento ni concesión graciosa de los constituyentes, es un hecho histórico incontrovertible.

 Esa polifacética marca social, lejos de fraccionarnos debiera cohesionarnos en la búsqueda de propósitos comunes, republicanos, libertarios y democráticos.

 Pero no es así, fundamentalmente porque ciertos anarquistas, mediante la convocatoria a desconocer  e irrespetar el orden general, y con el vandálico recurso de atropellar bienes ajenos, públicos y privados, terminan desvirtuando el precepto constitucional que reconoce  igualdad de derechos, obligaciones  y oportunidades para todos, así nos diferenciemos por el color de la piel, la figura corporal, el origen territorial o la capacidad intelectual.

 Esa igualdad de derechos legales implica correlativa igualdad de obligaciones,  y allí es donde los aviesos impulsores del caos, carentes de argumentos dialécticos, resultan causando daños irreparables a la sociedad.

 Los caucanos estamos en mora de reclamar y protestar frente a la reiterada táctica indígena de acogerse al asistencialismo populista del sistema político nacional para exigir y recibir ventajas,  pero no para cumplir las normas constitucionales que los demás ciudadanos sí acatamos.

 Los cabildos indígenas del Cauca, convertidos en verdaderos focos de desorden público, también están obligados a respetar el ordenamiento constitucional, la organización administrativa y los derechos civiles de los otros ciudadanos residentes en toda la región suroccidental colombiana.

 Estamos de acuerdo en exigir seriedad al gobierno nacional y  a sus  voceros para que no se sigan haciendo ofrecimientos oficiales de imposible cumplimiento, y en  que las conversaciones cursen dentro de la sinceridad y lealtad necesarias para facilitar que esas indómitas comunidades se integren a una dinámica productiva que nos beneficie a todos.

 Tan ciudadanos colombianos son ellos como lo somos nosotros, y así como algunos lo tenemos entendido, también los demás lo deben entender.

 Los pactos que el gobierno nacional haga con algunos sectores  de la sociedad, en cualquier tiempo y circunstancias, deben implementarse dentro de la plena vigencia del orden constitucional, para ello se hace indispensable la acción oportuna de la Procuraduría General de la Nación, la Defensoría del Pueblo y las Contralorías, y también de la Fiscalía General de la Nación,  porque no se pueden quedar en la impunidad flagrantes violaciones a los derechos humanos de los agentes del orden, a quienes sencillamente secuestran, sin que ninguna otra calificación jurídica pueda darse a la ilegítima  privación de libertad que los grupos manifestantes imponen a dichos servidores públicos.

 Además al interior de los territorios de indios también deben erradicarse los cultivos ilícitos tal como se hace por fuera de ellos. Permitirles conservar plantaciones de coca y amapola, como sucede, en cantidades  abiertamente superiores a las requeridas para  usos tradicionales,  los está transformando en directos proveedores de materia prima para el procesamiento y tráfico de narcóticos, en franca contradicción con sus costumbres ancestrales que en nada pueden parecerse al arbitrario comportamiento de bandas criminales y organizaciones al margen de la ley.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 21.10.13

viernes, 18 de octubre de 2013

SOS por una fuente hídrica



Se asienta la cabecera municipal de Morales en una de las inclinaciones amenas que descienden desde la planicie de Popayán hacia la turística represa de Salvajina.

En tiempos recientes hubo  cerca al casco urbano unos bellos rincones naturales a los que acudían los pobladores a recoger aguas de excelente calidad,  que consideraban más saludables  y puras que las conducidas por el acueducto.

El jigua, La peña, El chorro del Cura y la chorrera de Bolaños eran quizá las fuentes mas nombradas,  entre muchas otras más alejadas y caudalosas que constituían los baños lugareños.

Con el paso de los años y los dudosos avances del urbanismo vino a quedar el pueblo sin esos recursos hídricos, porque la tala de bosques hizo que unos se secaran y otros sucumbieran entre basuras, excretas y residuos sólidos abandonados en predios y vías públicas.

Para colmo de males, administraciones municipales carentes de cualquier información sobre la importancia que hoy tienen la preservación del medio ambiente,  la protección de fauna y flora para la debida guarda del equilibrio ecológico, y  las cautelas  requeridas para luchar contra los devastadores efectos del cambio climático, se empeñaron en construir y  alargar la vida de insalubres depósitos fecales que apestan el ambiente a lo largo de todo el casco urbano, sin atender siquiera fallos de tutela que ordenan cegar y erradicar algunos de esos pestilentes almacenamientos.

Consecuencia obligatoria de semejante despropósito sanitario es que las dos pequeñas quebradas que bordean el pueblo, nacida la occidental en la cercana vereda Matarredonda,  y la oriental dentro del propio perímetro urbano, estén convertidas en indiscutibles focos de infección que afectan ambiente y salubridad públicas. Eso sin tener en cuenta que otro caudal cercano recibe alta carga contaminante del botadero de basuras peor ubicado que pueda imaginarse en los municipios caucanos, pues está en la parte alta de la población y obviamente sus residuos químicos letales irrigan toda la cuenca aledaña,  en donde afloran pequeños acuíferos envenenados por la  inadecuada ubicación del basurero.

No se observan  en Morales unas políticas  corporativas encaminadas a proteger el medio ambiente y la salubridad pública, lo que hace entender que en ese lugar es letra muerta lo que la Constitución Nacional consagra sobre dichos temas de interés social, y que se necesita inmediata intervención de la Corporación Regional del Cauca.

Queda todavía un nacimiento rescatable, a pocos metros de la carretera Morales - Piendamó,  en el asiento de leve hondonada donde Matarredonda se deslinda del barrio Bolívar,  y aunque de pequeño caudal constituye  la única e inmejorable fuente de hidrógeno para las pútridas aguas que asedian el costado occidental del pueblo,  pero sucede que en este instante, hoy, está amenazado por la irracional construcción de una caseta comercial, en plena zona pública, ubicada en lo alto de la cañada, junto al asfalto, desde donde naturalmente por fuerza de gravedad rodarán hacia el nacedero toda clase de desperdicios y excedentes plásticos,  y los residuos renales e intestinales de la clientela, que infestarán el  bosque circundante y las propias aguas de esa fuente.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 18-10.13

sábado, 12 de octubre de 2013

A destetar mamones




 En tierra de ciegos el tuerto es rey, ese pareciera ser el sino trágico de esta Colombia mancillada por deshonestos deslices del ejecutivo que, sin ruborizarse, le da de mamar a una recua de congresistas que chupan sin  avergonzarse. Pero los ciegos ya están cansados.

 La gran deuda del gobierno se genera en el estruendoso fracaso de pomposas ofertas reformatorias que nunca llegaron a ser lo que se dijo que serían, y que en buena medida se desvencijaron por ofender al pueblo.  La de la salud pone la tapa a las frustradas  de educación y justicia porque vino a romper  las sensibles barreras del gasto público e hirió la capacidad de aguante ciudadano que no tolera perder por decreto posterior una lucha  jurídica antes ganada por vía de sentencia.

 Para poder reunir al congreso, así con minúsculas por su minúsculo decoro, hubo necesidad de sentarlo a manteles, y entonces sí, juiciosamente, se produjo el milagro de la comparecencia. Lamentable que en este país de testaferros las cosas funcionen así, se presta la torcida colaboración cuando la ilegítima contraprestación se ha satisfecho por anticipado.

 Al Ministro de hacienda le pareció convincente decir que la mermelada para los congresistas eliminó riesgos de cuantiosas condenas.  ¿Desde cuándo al sahumador del régimen lo angustia la cuantía del cheque?  ¿Por qué le falló ese resorte  cuando firmó sin reservas el  jugoso cheque que encontró sobre el escritorio aquella vez que lo hicieron Ministro de Transporte?  ¿Este país adolorido por los engaños se dejará embutir el grosero argumento de la cautela contra sentencias condenatorias?  Pues no es de creer que los colombianos, históricamente mamados de pagar los platos rotos del despilfarro administrativo, tengan apetito para tragarse este sapo.

 Al pueblo colombiano  esas  supuestas demandas no lo podían asustar porque el litigio ya estaba definido a su favor.  Una sentencia del Consejo de Estado era verdadero derecho adquirido por los contribuyentes para no pagar altos costos de indecorosas primas parlamentarias, pero  los vampiros del erario público, que saben torcer y chupar pescuezos, resolvieron desconocer ese fallo mediante la expedición de un decreto.

 Cuánto cinismo, cuánta desfachatez, cuánto descaro signa a esos eternos chupasangre que incrementan sus voluminosos ingresos con el cuento chino de que el decreto les restableció a ellos un derecho adquirido que la sentencia les había desconocido.  Esa es la más estrepitosa aplicación del la ley del embudo. Se le niegan recursos económicos a la escuálida inversión social para alimentar las agallas de una parálisis parlamentaria artificial.

 Ya está bueno. Ya es  hora de cobrar la deuda social insoluta que multimillonarios elegidos tienen adquirida con sus empobrecidos electores.

 Entre la barahúnda de aspirantes hay una inmensa mayoría que espanta y apesta. Por eso es deber cívico convocar a todos los electores aptos para repudiar a quienes los atropellan.

 La solución no es marginarse, la solución es participar  y cerrarle el paso a la reelección de unas castas parásitas que a fuerza de artimañas multiplican y estiran los pezones de esa ubre inagotable en que tienen convertido el Presupuesto Nacional.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 10.10.13

domingo, 6 de octubre de 2013

Tiempos aquellos



Llovió  esa tarde de noviembre del 59 mientras descargamos los chécheres que trajimos  desde Cali a Popayán. Los muchachos de la cuadra acudieron a fisgonear los trastos pero también ayudaron a bajar los armarios y  entraron las materas mientras de paso nos averiguaron la vida.

Nos residenciamos en la Calle de la Viuda,  diagonal a un amplio portalón que daba acceso al inmenso solar por donde entraban materiales de construcción al Hotel Monasterio, quizá inconcluso pero en funcionamiento.

Más nos demoramos en bajar la bicicleta de carreras que en comenzar a darle pichones a desconocidos amigotes aparecidos durante el descargue del trasteo. Esa tarde estrenamos el balón Soria que fuimos a inflar en la bomba del barrio Modelo, y todo fue como si lleváramos siglos viviendo allí. El Soria amanecía en la calle en el umbral del portón, y la bicicleta permanecía días enteros apuntalada en un pedal contra el filo del andén.

El portón de la casa era de dos naves frágiles y a los pocos días descubrimos que el picaporte inferior se dejaba levantar fácilmente aprisionándolo entre los dedos índice y corazón, una mínima presión sobre la destartalada Yale bastaba para  abrir de par en par. Una noche que mi papá perdió la llave entró muy orondo con el truco de alzar el picaporte y nunca más se preocupó por obtener duplicado. Esa puerta se abría así a los ojos de todo el mundo, y así debió seguir hasta los tiempos del terremoto cuando, derruida la casa, sobre el lote que la sustentaba se abrió paso la calle tercera.

A la semana siguiente, mediante pago de veinte centavos por cabeza, nos bañábamos en la piscina del Monasterio, era la tarifa impuesta por don Satanás, un chueco personaje de bastón y bicicleta quien tal vez “guachimaniaba” esos predios del hotel porque mandaba en el candado del portalón.

Rápido conocimos patios y cocinas de las casas vecinas y trabamos amistad con los Amézquita, Concha, Perlaza, Rodríguez y Villaquirán, y comenzamos a recibir cartilla callejera sobre el manejo del balón, arte que dominaban el sordito Sixto y el zurdo Carlos quienes nos llevaban al Achiral a perfeccionar  los pases, el meleo y los tiros libres. Un arrume multicolor de camisas marcaba los extremos de la imaginaria portería.

En la Semana Santa del 60 nos visitaron unos familiares caleños y les acomodamos en la calle los asientos del comedor para que presenciaran el desfile de alimentos destinados a los presos, la cárcel quedaba donde se levanta la chatarra Juantama,  y entre cuentos e historias los de mayor edad se tomaron unos tragos hasta la media noche cuando, ya tunos, olvidaron entrar los asientos que amanecieron en el pastal que había sobre la zona por dónde ahora baja el corredor  oriental de la carrera once entre calles segunda y tercera.

Disuena el bonachón recuerdo frente a la asesina inseguridad que hoy domina las calles de Popayán donde desconocemos nuestros vecinos, resulta absurdo vivir sin puertas blindadas, o pensar que asientos y velocípedos olvidados en la calle amanezcan allí.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 06.10.13