Resulta vulgar
la demagogia guerrillera frente a sabias reflexiones del Sumo Pontífice,
quien en reciente carta papal actualiza y reedita cristiana y continuada
defensa del medio ambiente.
En "Alabado seas mi Señor" nos
entrega Francisco todo un compendio filosófico de amparo a la madre naturaleza,
condensado en múltiples documentos emitidos por sus antecesores y diversas conferencias
episcopales.
Con argucias disertan los eternos depredadores
de las reservas naturales nacionales, para hacernos creer que comparten y
respetan el mensaje ético del Papa Francisco en relación con la ecología y los
pobres del mundo, cuando obviamente piensan y actúan en sentido contrario. Más
que en grosero cinismo incurren en ofensa al sentimiento humanitario de los pueblos
civilizados.
No son los continuadores de
"Tirofijo" inocente hermandad dedicada
a proteger la naturaleza como máximo
regalo del Supremo Creador del Universo.
De hecho, no resulta razonable pretender que
mediante oleosa contaminación de flora y fauna, con incalculables consecuencias
para la especie humana y para todos los seres vivientes, se interprete
rectamente, se comparta y se acate el expreso pregón para respetar la casa, la
"casa común", la "casa de todos", "la madre bella que
nos acoge entre sus brazos".
La carta de Francisco es un llamado al orden para
que cese la agresión contra "nuestro propio cuerpo constituido por los
elementos del planeta, ... su aire es el que nos da el aliento y su agua nos
vivifica y restaura."
Peligrosa insolencia caracteriza a esos
facinerosos que se consideran por fuera del ecológico mensaje encíclico, y que,
en inaudita perorata, atribuyen la responsabilidad de sus barbaridades al
Estado de derecho que los combate, y al que intentan desconocer y destruir
mediante la aniquilación de valiosos ecosistemas. "Un crimen contra la
naturaleza es un crimen contra nosotros mismos", dice el Papa.
Mediante agradecida alusión al eterno mensaje
de Francisco de Asís, el argentino Francisco
recuerda: " ... en él se advierte hasta qué punto son inseparables
la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso
con la sociedad y la paz interior".
Entre teológicas pero elementales
consideraciones se encuentran mundanas inquietudes como esta: " ... los
jóvenes nos reclaman un cambio, ellos se preguntan cómo es posible que se
pretenda construir un mundo mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los
sufrimientos de los excluidos".
La juvenil interrogación se le puede trasladar a perversos adalides de
falaces revoluciones que, con mezquino interés de imponer sus incoherencias y deslumbrados
por los espejismos del poder, no refrenan homicidas instintos ni feroces
agresiones contra quienes más necesitan de los recursos naturales.
Como si hablara de Colombia, la encíclica
refiere: " Muchos pobres ... dependen fuertemente de las reservas
naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos
forestales. ... No tienen otras actividades financieras y otros recursos que
les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones
catastróficas, ..."
Que los terroristas lean bien la encíclica, y
que humildemente asuman responsabilidad penal y reparación integral por las catástrofes ambientales que originan.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 27.06.15