domingo, 15 de septiembre de 2013

Peligroso monosílabo




 Maquinar trucos y métodos para alcanzar lo que se quiere, como sea, suele ser predilecta actividad mental de quienes buscan atajos para provecho individual en mengua   del colectivo.

 Históricamente ha sucedido que en política se ande con enredos  y en las artes utilizadas para hacerla siempre se mezclan dañinas manipulaciones.

 Es manía universal el discurso demagógico que endulza y seduce mientras taimadamente anestesia la conciencia de los pueblos.

 Tan sutiles y sedantes  resultan las argucias para alcanzar y mantener el poder que con frecuencia se repudia el beneficio noble para dar cabida al detrimento desleal.

 En defensa de la sociedad y sus buenas tradiciones, como antídoto contra la golosina mortífera del contentillo personal y la promesa que desplaza la supremacía de intereses comunitarios, se requiere la acción tajante de quienes conciben la política como valiosa herramienta para el bien común y no como pérfido armatoste para consolidar pedestales.

 Quienes generan opinión y defienden ideales, aquellos que imparten conocimientos y tienen la responsabilidad de formar intelectualmente a las nuevas generaciones de colombianos, todos los que se atrincheran en el oficio de pensar para enaltecer los valores nacionales y salir al rescate de la ética pública, los que anteponen las  elevadas satisfacciones del espíritu a las mezquinas conquistas materiales, todos ellos son necesarios en esta cruzada permanente contra enfermizas ambiciones de los que simplemente se escudan en privilegios de casta para afianzarse en los pútridos entresijos del poder establecido.

 Es derecho y deber repetir hasta el cansancio que el Estado somos todos, que los recursos públicos son patrimonio del organismo social, que existen unas normas fundantes del sistema político que reclaman acatamiento y respeto, y que todos los ciudadanos, sin distingos, somos libres e iguales ante la ley y ante ella respondemos.

 Ni ahora ni nunca podemos consentir que se nos declare en interdicción con el propósito manifiesto de resolver a puerta cerrada los asuntos de Estado que definen el futuro de nuestra esencia nacional.

 El silencio no puede ser el aval del pueblo para que unas minorías, que no representan los sentimientos ni las aspiraciones ciudadanas, se hagan al timón y marquen los derroteros del porvenir.

 Los tiempos son de lucha y de batalla. El destino de la nación es empresa que no podemos abandonar en manos de quienes tratan de pervertir valores, desconocer instituciones, entronizar  anacronismos, y apoderarse de banderas que han deshonrado con afrentas punibles que van mucho más allá del asesinato individual y la inhumana masacre colectiva.

 Unos déspotas parapetados y apertrechados con recursos derivados del crimen transnacional, que osan ignorar el sangriento pasado de sus incursiones demenciales contra poblaciones indefensas, y hacen burla de legítimas reclamaciones de sus víctimas, no pueden pasar de la marginalidad delictiva al protagonismo de la cátedra republicana sin purgar las bárbaras ofensas inferidas a sus connacionales.

 Ya  están montando la tramoya escénica para que el propio pueblo, en un referendo inconstitucional, se clave el aguijón con una insensata confirmación monosilábica que fácilmente puede conducir a nuevas confrontaciones fratricidas más dolorosas que las sufridas hasta ahora.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 15. 09. 13