Inexplicablemente el Presidente Santos, enredado en las veleidades del poder, utiliza explosivas mezclas de arrogancia y
ambición personal para construirse intrincado laberinto en el que ofrece sacrificios
humanos, como en la antigua Creta, para
tratar de aplacar al Minotauro.
Muy mal asesorado y pésimamente envalentonado, el decadente mandatario nacional pretendió mostrar un control
territorial que no tiene y una audacia política retadora en la que el tiro
le salió por la culata.
Temerario gesto suicida ese de
venir a realizar costoso Consejo de Ministros
en histórico polvorín que, desde las
alturas de la Cordillera Central, amenaza la tradicional dinámica agropecuaria
del departamento del Cauca y al emporio
industrial Vallecaucano.
Toribío, Tacueyó, Jambaló y
Mosoco, álgidos escenarios geográficos
encaramados en la mole andina que se desgaja
del macizo de Almaguer, y que abraza los departamentos del Cauca, Valle,
Tolima y Huila, no han sido domeñados
por la institucionalidad.
Quien haya ingresado a territorios ancestrales de
Paeces y Pijaos sabe perfectamente que
allí no existe autoridad pública respetable, ni acatamiento
sincero del ordenamiento legal.
En las orillas de los caminos
florecen plantaciones ilícitas
pertenecientes a la delincuencia organizada, que ninguna misión oficial reprime. Así ha sido desde siempre, la marihuana de esa
región es mundialmente reconocida por su excelente calidad, la coca y la amapola se cultivan en predios de resguardos y en parques
naturales. Eso no es nuevo ni el Gobierno lo ignora, pero ha faltado decisión
política para enfrentar el comportamiento delictivo y mermar
el combustible que atiza la guerra de
los narcóticos.
Aunque una buena parte del agreste
territorio caucano se encuentra bajo el asedio de armados ilegales, sólo unas pocas
actividades son ilícitas. Existen admirables muestras de que no todos los
indígenas se dejan seducir por el crimen,
pero falta mucha convicción gubernamental para arrebatarle milicianos a los emisarios del
desorden, que aspiran a delinquir sin el
patrullaje de la fuerza pública y auspician el
desmantelamiento de las instalaciones militares oficiales.
Si el Presidente Santos deja de
aspirar a un segundo mandato, y abandona la obsesión de que lo incorporen a la
gran burocracia internacional, y se compromete
a respetar la Constitución y a los colombianos, es factible que enmiende la deslucida plana y
termine haciendo un gobierno que el pueblo recuerde con respeto, pero si
sigue sacrificando torpemente a los mejores hombres de las Fuerzas Armadas, como acaba de hacerlo en Jambaló, es imposible que salga bien librado.
Los cadáveres del teniente Andrés Serrano y el técnico Oscar Castillo,
cuyos espíritus vuelan alto, pesarán en la conciencia del gobernante que para
hacer inútil presencia en el teatro bélico expuso sus hombres al peligro de balas
enemigas.
Sin reponer un solo vidrio, después del bombazo que hace un año averió un
centenar de casas, obró irrazonablemente el mandatario, al ponerse a
tiro de piedra ante la dolida comunidad de Toribío que lo abucheó.
Si Santos sigue así, ni el hilo de Ariadna ni
las alas de Ícaro le servirán de ayuda para salir del oscuro laberinto en que se está encerrando.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, julio de 2012