Quienes puedan y quieran decir la verdad sobre
dolorosos hechos históricos deben
examinar archivos y conciencia, publicar las reflexiones, y hacerlo a su debido tiempo.
Algunas difusas referencias pueden resultar fiables y
convincentes para muchos observadores que
inicialmente las hayan sometido a crítica, pero no para sucesivos analistas que quieren dilucidar sospechas
generadas por informaciones posteriores.
Aunque filosóficamente la verdad es sólo una,
siempre subsiste la humana inclinación a que se tenga por verdad la versión
parcial, segmentada y discutible de quienes acrediten crecido prestigio personal, tengan
más y mejores medios de difusión, o cuenten
con mayor fuerza narrativa para exponer públicamente los hechos.
Pero en estricta lógica nada impide que reconocidos
criminales, en ciertos casos específicos, y por virtud de declaraciones completamente
ajenas a cualquier intención de tergiversar lo que saben, quieran decir la
verdadera verdad que otros, los cultos y honestos estudiosos del caso, o
testigos presenciales, no hayan querido o podido decir por el infortunado
desconocimiento de cualquier dato clave que elimine errores y dudas.
En síntesis, pocas veces se sabe quiénes son
verdaderos depositarios de la verdad.
Así es como la historia regularmente termina
escrita por vencedores que no siempre la cuentan como es.
Las rimbombantes frases de los famosos casi
nunca se han dicho con la pomposa elegancia que la posteridad les atribuye, y
aún en tiempos del magnetófono y del documento grabado suele suceder que al
dicho inicial se le ampute lo que lo afea o se le adicione el adorno
inicialmente inexistente.
Casos se dan en que el discurso no muy claro
resulta publicitariamente amplificado con lucideces que nunca tuvo y claridades
que nunca hizo el orador, y casos se dan en que la diamantina afirmación oral
se imprime tergiversada o se retransmite interferida y mueca.
La reciente publicación de las memorias del
Ex-presidente Andrés Pastrana, que amenaza con calentar lenguas y afilar dardos, ya generó reacciones
verbales de sonoros actores políticos
que pretenden diluir sus
responsabilidades mediante el facilísimo recurso de la descalificación y el insulto.
Si algún estropicio reciente debe ser
plenamente esclarecido, si hay hecho histórico que pesa en la vida nacional
como lastre vergonzoso y repudiable, es justamente la elección presidencial de
Ernesto Samper.
Por ello no es plausible que las revelaciones
de Pastrana se subestimen y apostrofen.
Lo que sí es necesario y la patria entera lo
reclama, es que la publicación se someta a riguroso análisis político y a fina
contradicción temática, mediante la utilización de argumentos que deben
fundamentarse en documentos escritos, en registros gráficos y sonoros, en
testimonios rendidos y por rendirse antes las instancias judiciales, y
fundamentalmente en la necesaria valoración jurídica de nuevas versiones, cada
vez más amplias y esclarecedoras, no propiamente para darle aval literario al
memorioso libro, sino para que en vida de Pastrana, de Gaviria y de Samper,
ahora entretenidos en dimes y diretes, se pueda conocer la verdad verdadera
sobre el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado.
Los más profundos conocedores del tema, así
estén en la cárcel, se relamen por decirnos la verdad.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 30.11.13