sábado, 30 de noviembre de 2013

Tiempo para la verdad



 Quienes puedan y quieran decir la verdad sobre dolorosos hechos  históricos deben examinar archivos y conciencia, publicar las  reflexiones, y hacerlo a su debido tiempo.

 Algunas  difusas referencias pueden resultar fiables y convincentes  para muchos observadores que inicialmente las hayan sometido a crítica, pero no para  sucesivos analistas que quieren dilucidar sospechas generadas por informaciones posteriores.

 Aunque filosóficamente la verdad es sólo una, siempre subsiste la humana inclinación a que se tenga por verdad la versión parcial, segmentada y discutible de quienes  acrediten crecido prestigio personal, tengan más y mejores medios de difusión,  o cuenten con mayor fuerza narrativa para exponer públicamente los hechos.

 Pero en estricta lógica nada impide que reconocidos criminales, en ciertos casos específicos, y por virtud de declaraciones completamente ajenas a cualquier intención de tergiversar lo que saben, quieran decir la verdadera verdad que otros, los cultos y honestos estudiosos del caso, o testigos presenciales, no hayan querido o podido decir por el infortunado desconocimiento de cualquier dato clave que elimine errores y dudas.

 En síntesis, pocas veces se sabe quiénes son verdaderos depositarios de la verdad.

 Así es como la historia regularmente termina escrita por vencedores que no siempre la cuentan como es.

 Las rimbombantes frases de los famosos casi nunca se han dicho con la pomposa elegancia que la posteridad les atribuye, y aún en tiempos del magnetófono y del documento grabado suele suceder que al dicho inicial se le ampute lo que lo afea o se le adicione el adorno inicialmente inexistente.

 Casos se dan en que el discurso no muy claro resulta publicitariamente amplificado con lucideces que nunca tuvo y claridades que nunca hizo el orador, y casos se dan en que la diamantina afirmación oral se imprime tergiversada o se retransmite interferida y mueca.

 La reciente publicación de las memorias del Ex-presidente Andrés Pastrana, que amenaza con calentar  lenguas y afilar dardos, ya generó reacciones verbales  de sonoros actores políticos que pretenden  diluir sus responsabilidades mediante el facilísimo  recurso de la descalificación y el insulto.

 Si algún estropicio reciente debe ser plenamente esclarecido, si hay hecho histórico que pesa en la vida nacional como lastre vergonzoso y repudiable, es justamente la elección presidencial de Ernesto Samper.

 Por ello no es plausible que las revelaciones de Pastrana se subestimen y apostrofen.

 Lo que sí es necesario y la patria entera lo reclama, es que la publicación se someta a riguroso análisis político y a fina contradicción temática, mediante la utilización de argumentos que deben fundamentarse en documentos escritos, en registros gráficos y sonoros, en testimonios rendidos y por rendirse antes las instancias judiciales, y fundamentalmente en la necesaria valoración jurídica de nuevas versiones, cada vez más amplias y esclarecedoras, no propiamente para darle aval literario al memorioso libro, sino para que en vida de Pastrana, de Gaviria y de Samper, ahora entretenidos en dimes y diretes, se pueda conocer la verdad verdadera sobre el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado.

 Los más profundos conocedores del tema, así estén en la cárcel, se relamen por decirnos la verdad.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 30.11.13