domingo, 13 de febrero de 2011

Debemos rescatar la verdadera política.

A diario se escuchan y leen críticas múltiples contra todos y contra todo  ese armazón social genéricamente denominado la política.
Para muchos, no pocos, la política es el engranaje administrativo con todos sus lastres y deficiencias.
Entienden la política no como una actividad mental y física que nutre y resume la historia de los pueblos, sino como el brutal entramado al que unos pocos acceden por su procedencia familiar, sus vínculos sociales, la fortaleza de su chequera o su capacidad para la componenda.
Cierto que muchos de los más connotados actores de ese abstruso escenario nacional e internacional ayudan, con sus comportamientos retorcidos, no sólo a consolidar esa equivocada percepción de lo político, sino a incentivar el pérfido afán de otros, más torcidos aún, por inmiscuirse y tratar de anclarse en el control y reparto del dinero público.
Atrás quedaron, tiempos aquellos, las sacrificadas acciones de virtuosos patriarcas que anteponían la conveniencia social y el interés general a la mezquina satisfacción de particulares ambiciones.
Enfrentados nosotros a las nuevas realidades de los pueblos, inmóviles casi, impotentes a ratos ante desalentadores cuadros de rapiña, latrocinio y desgreño que dibujan, desdibujan mejor, el compromiso ideológico de los partidos y la  debida conducta  del individuo ante las cosas que a todos interesan, sentimos necesidad de estrujar la conciencia colectiva, el alma nacional, el sentido de pertenencia y confrontar a los sujetos pensantes para reclamar de ellos un gesto altivo que desactive el desenfreno.
Permanecer silentes, disimular la falla, menguar la entidad y naturaleza del daño por consideraciones de amistad, solidaridad de grupo o afinidad profesional, en nada ayuda al dilapidador oficial pero mucho daña al observador popular.
El ciudadano corriente, el  vecino sencillo, el compatriota iletrado, el rebuscador callejero, lejos de espantarse y conmoverse ante la gesta reprochable del politiquero indelicado y zafio,  han venido a satisfacerse por los inmorales logros del que llaman avispado y lamentan burlones el acto probo del funcionario o del contratista que honra la buena regla de sus deberes cívicos.
Todos los que sentimos  necesidad de rescatar y reivindicar   la política para los nobles propósitos que debe atender, estamos llamados a participar en ella, de la mejor manera posible, para darle a nuestra posteridad el ejemplo de dignidad que como testimonio patriótico tenemos recibidos de  memorables antepasados.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 13.02.11