Plebiscitos, encuestas y morcillas, tienen
mucho en común, gustan bastante mientras los consumidores desconozcan el
proceso de preparación.
Cuando el producto final depende del oculto y habilidoso
manejo aplicado a la materia prima, el magistral entrevero de aliños y humores
acaba por disimular la biológica descomposición del revoltillo que va por
dentro, y el desprevenido cliente traga las heces del animal conjuntamente con
babas y mocos de cocineros.
Ciertos ex-candidatos a Nobel, socios de
antigua charcutería, son especialistas en manejo de ingredientes y preparan
apetitosas morcillas dentro del flamante estereotipo que la democracia promueve,
bien sea bajo la estampa de Plebiscito confirmatorio, Referendo refrendatorio, o
Constituyente refundatoria. A la larga, con los acomodos que hoy sufre la Constitución,
todos los tarjetones conducirán a la impunidad.
Aprendieron ellos a interrogar de tan graciosa
manera, que la respuesta obtenida siempre será la que buscan y necesitan. La
que manipulan y logran, la que condimentan y venden.
Hace poco más de un año, mediante el adobo de
apetitoso menú que ofrecía barata la morcilla de la paz, timaron el estómago
popular con un embutido de apacible ingesta pero de dolorosa evacuación.
Ávidos electores deglutieron mansamente la
butifarra pacifista, y tras intensos retortijones no han podido evacuar el apestoso
flato de la reelección. A esos pobres comenzales les hicieron ingerir gato por
liebre.
¿Quieren enviar sus hijos a la guerra? ... eso
le preguntaron a colombianos bonachones para que, al pensar que decían no,
dijeran si. A los ingenuos del montón
los empujaron a darle el si a la reelección de Santos. Le inocularon a las
masas aparente inofensivo apaciguamiento que, como aquellas dudosas vacunas
contra el papiloma humano, hoy provocan emotivas convulsiones en Cuba y desconcertantes
escalofríos en Colombia.
El sucio medio utilizado para reelegir a
Santos, para que los ingenuos dijeran si, fue hacerles creer que los jóvenes
soldados colombianos no volverían a ser asesinados por la inmisericorde
progenie de "Tirofijo".
El torcido elemento de convicción fue la falsa
promesa de finalizar una violencia que los terroristas ejercen como deporte, y
el miserable resultado obtenido está a la vista, y acaba con todo. Como
posesos, unos bandidos que ya no pesaban en el inventario de amenazas públicas,
se cuelgan prendas y empuñan armas que otros supuestamente abandonan.
La inmediata ocupación de territorios que unos
simulan dejar es el presente y el futuro de otros que automáticamente los
reemplazan. Así continúa la masacre de soldados que custodian pliegos
electorales y de militares que desminan y erradican cultivos ilícitos; y de
paso, los travestidos facinerosos de siempre, desmienten artificiales estadísticas
que nos hablaban de la sustitución de esos cultivos.
El
destino del País no se puede volver a jugar en el brumoso azar de preguntas y
respuestas que bifurcan la senda en sentidos opuestos y distorsionan la
voluntad popular.
Si nos van a consultar, que no nos pidan un sólo si. También nos deben preguntar si queremos que no indemnicen a las
victimas, si aceptamos que los verdugos
no purguen sus condenas, y si permitiremos que hagan política con armas.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 14,11.15