sábado, 14 de noviembre de 2015

Longaniza dietética




 Plebiscitos, encuestas y morcillas, tienen mucho en común, gustan bastante mientras los consumidores desconozcan el proceso de preparación.

 Cuando el producto final depende del oculto y habilidoso manejo aplicado a la materia prima, el magistral entrevero de aliños y humores acaba por disimular la biológica descomposición del revoltillo que va por dentro, y el desprevenido cliente traga las heces del animal conjuntamente con babas y mocos de cocineros.

 Ciertos ex-candidatos a Nobel, socios de antigua charcutería, son especialistas en manejo de ingredientes y preparan apetitosas morcillas dentro del flamante estereotipo que la democracia promueve, bien sea bajo la estampa de Plebiscito confirmatorio, Referendo refrendatorio, o Constituyente refundatoria. A la larga, con los acomodos que hoy sufre la Constitución, todos los tarjetones conducirán a la impunidad.

 Aprendieron ellos a interrogar de tan graciosa manera, que la respuesta obtenida siempre será la que buscan y necesitan. La que manipulan y logran, la que condimentan y venden.

 Hace poco más de un año, mediante el adobo de apetitoso menú que ofrecía barata la morcilla de la paz, timaron el estómago popular con un embutido de apacible ingesta pero de dolorosa evacuación.

 Ávidos electores deglutieron mansamente la butifarra pacifista, y tras intensos retortijones no han podido evacuar el apestoso flato de la reelección. A esos pobres comenzales les hicieron ingerir gato por liebre.

 ¿Quieren enviar sus hijos a la guerra? ... eso le preguntaron a colombianos bonachones para que, al pensar que decían no, dijeran si.  A los ingenuos del montón los empujaron a darle el si a la reelección de Santos. Le inocularon a las masas aparente inofensivo apaciguamiento que, como aquellas dudosas vacunas contra el papiloma humano, hoy provocan emotivas convulsiones en Cuba y desconcertantes escalofríos en Colombia.

 El sucio medio utilizado para reelegir a Santos, para que los ingenuos dijeran si, fue hacerles creer que los jóvenes soldados colombianos no volverían a ser asesinados por la inmisericorde progenie de "Tirofijo".

 El torcido elemento de convicción fue la falsa promesa de finalizar una violencia que los terroristas ejercen como deporte, y el miserable resultado obtenido está a la vista, y acaba con todo. Como posesos, unos bandidos que ya no pesaban en el inventario de amenazas públicas, se cuelgan prendas y empuñan armas que otros supuestamente abandonan.

 La inmediata ocupación de territorios que unos simulan dejar es el presente y el futuro de otros que automáticamente los reemplazan. Así continúa la masacre de soldados que custodian pliegos electorales y de militares que desminan y erradican cultivos ilícitos; y de paso, los travestidos facinerosos de siempre, desmienten artificiales estadísticas que nos hablaban de la sustitución de esos cultivos.

  El destino del País no se puede volver a jugar en el brumoso azar de preguntas y respuestas que bifurcan la senda en sentidos opuestos y distorsionan la voluntad popular.

 Si nos van a consultar, que  no nos pidan un sólo si.  También nos deben  preguntar si queremos que no indemnicen a las victimas,  si aceptamos que los verdugos no purguen sus condenas, y si permitiremos que hagan política con armas.


Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 14,11.15