martes, 15 de marzo de 2011

Duro contra el muro.

"Es inevitable que haya escándalos; pero
¡ay de aquel por el que se provocan!,
mejor sería que le ataran al cuello una piedra
de moler y lo arrojaran al mar..."
(Lucas 17, 1-3)

A nadie que se sienta honesto le resulta tolerable mirar el impávido paso de los corruptos por canales y pantallas, ahora que ya no desfilan por calles y parques, como si fueran la voz cantante de la moral y las buenas costumbres.
Hoy el cinismo hace parte del comportamiento político. Antes, en los albores de la República y hasta bien entrado el siglo XX el político era mirado con admiración y respeto por su honorabilidad, ahora la honorabilidad  no importa, lo que importa es la capacidad torticera y maleva para componer y descomponer lo que rinde al profundo bolsillo personal, sin ninguna consideración frente a las fatigas y carencias de los desposeídos.
Y no es por gracia del sapo sino por falta de estacas. Claro, glotones ellos, hidrópicos y buchones, los politiqueros como batracios chapotean en su aguabarro, con branquias o con pulmones según las necesidades, sin encontrar la estaca que los desinfle porque la estaca no existe.
Felices ellos que acabaron con el control previo dentro del sistema oficial de fiscalización presupuestal, tranquilos se desplazan por los campos del peculado, de la celebración indebida de contratos, de la concusión y el cohecho, del tráfico de influencias y el enriquecimiento ilícito, como si nadaran en su salsa, o mejor dicho en su barro. Todo un Título del Código Penal  lo tienen convertido en su espacio natural, en su hábitat normal, al que jueces y fiscales no se asoman  porque el testaferrato técnicamente obstruye, tapa  y disfraza el panorama realidad.
Pero no es que debamos conformarnos y amoldarnos a la mala costumbre politiquera de entrar a saco en las arcas del Estado. No.  El conocimiento y análisis de esta cruda verdad nacional, de este oscuro panorama delictivo, nos debe convocar a la acción, al rechazó, al repudio, a la censura de lo malo y al elogio de lo bueno.
Colombia es una Patria digna, Colombia ha sufrido los embates de las más feroces plagas, el relato apocalíptico resuena en los confines de nuestra historia nacional, las guerras civiles, la espeluznante violencia partidista, el terrorismo, el narcotráfico, el secuestro, y todas las secuelas de violaciones ejercidas por varios grupos solevados en armas contra la institucionalidad y contra la población inerme son la prueba de fuego, la cuota de dolor que el límite de la resistencia humana ha pagado para aspirar a una tierra justa y pacífica.
Desconcertador sí,  pero no apabullante que nos hayan llovido bandidos como legisladores y ladrones como administradores.
Esta es la hora de reflexionar para elegir, de pensar para escoger, de seleccionar para votar.
A los colombianos no nos puede seguir pasando lo que dicen que no les vuelve a pasar a los perros.
Es tiempo de cerrar el paso a quienes han abusado de nuestra generosidad y  confianza, es el momento de confrontar a quienes han desmantelado las arcas oficiales para engordar las alforjas individuales, es nuestro turno de plantar cara a quienes pretenden regresar a los siniestros callejones de la defraudación para volverse a burlar de quienes alguna vez creyeron en ellos. Es oportuno, ahora, impedir el avance a quienes se han apropiado del dinero público para constituir toda suerte de productivos negocios que nada ayudan y mucho aportan a la indisciplina y liviandad sociales, que abultan la chequera de los aprovechados y menguan los recursos de los necesitados.
Fundaciones, agremiaciones, organizaciones, instituciones y negocios convertidos en pantallas de acción social,  de mejoramiento regional y de impulso comunitario, tras las que se orquestan y secundan aspiraciones electoreras de mala monta, deben examinarse con lupa, con sentido cívico, con verdadera sensibilidad ciudadana, para impedir el retorno de los mismos a las andanzas de siempre.
Debemos darle juego a los limpios de corazón y claros de antecedentes.
Necesitamos lapidar la corrupción.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 15.03.11