sábado, 10 de octubre de 2015

Cábala




 Para los "patojos" del inmediato futuro serán primorosamente divertidos los años que se les vienen encima. Tendrán brillante oportunidad para refinar el humor que caracteriza a los de ahora, y para reír y hacer reír hasta desternillarse a cuantos por estos contornos se aventuren.

 Y es que no podrán perder la alegría en un entretenido trancón sobre la flamante Autopista Panamericana, o en plácidos rodeos por las circunvalares de la ciudad nueva, mientras busquen acceso al sector hospitalario con un pariente agónico a bordo.  Todo lo contrario, en esas valiosas oportunidades de reflexión, que harán parte esencial de la ciudad moderna, de los tiempos de movilidad inteligente y de las grandes construcciones sociales, será cuando menos puedan liberarse los impulsos agresivos  ni dársele rienda suelta al sartal de vulgaridades heredadas de estas tediosas épocas de pachorrudo andar y desmayadas planeaciones futuristas.

 Es allí, entre el calor y el terroso sudor del medio día, y de la inédita lentitud semafórica, cuando saltará la chispa de repentistas nacidos para que sus ocurrencias perduren, y para ponerle oficio a la proverbial memoria del pueblo raso que, como  no tendrá carros, penurias, ni hipertensión crónica, vagabundeará a pura pata por dónde sus prodigiosas habilidades le permitan.

 Suntuosas mayorías de habitantes payaneses estrenarán teléfono fotográfico, porque las  cámaras pasarán de moda, y captarán inmejorables imágenes de  amigables vendedores de masato que tomarán posesión de los  corredores de la alcaldía,  dije corredores no despachos,  y otros preferirán inundar las redes sociales con registros graciosamente alusivos al medicinal mercadeo de marihuana y otras hierbas por entre los recovecos del Parque Mosquera y Arcada de La Herrería.

 Las estaciones locales de televisión, que olímpicamente van a multiplicarse, deleitarán la teleaudiencia con armónicos chapaleos de distribuidores minoristas entre las fragorosas riadas que circundarán la galería del barrio Bolívar, y toda la clientela de ese emblemático punto gastronómico  exhibirá sus habilidades náuticas al sortear cadenciosos oleajes de lodo que fluirán al paso de espectaculares carretones tirados por jamelgos de milagrosos bríos.

 Embrujadoras esencias del río Molino harán las delicias de caminantes extranjeros que vendrán a contemplar  la primorosa arquitectura del Hueco, en atropellada búsqueda de artesanías y golosinas locales. El bachaqueo de cachivaches chinos  cederá  espacio al floreciente desarrollo de la cocina criolla, y la céntrica urbe abandonará su albura para colorearse de grafitis pacifistas.

 Odorífero tapiz de sobrantes vegetales engalanará históricas esquinas hoy fríamente adornadas con insípidos vidrios, plásticos, cartones, y apachurrados recipientes de metal.

 Recorrer las arterias del Centro Histórico será mucho más emocionante, y más retador que adentrarse en el actual Bronx bogotano. El descollante petrismo tendrá florida oportunidad para implantar en estos pagos Centros de Consumo Controlado, que no cuajaron en la capital, y no faltará la videoperorata de turbadas con turbante, para exaltar la pacífica tolerancia y la enervante connivencia con quienes hagan de los andenes callejeros su fumadero particular y su propio paraíso.

 Envidia enorme causa imaginar esos prometedores espacios de crecimiento humanístico y frondosa creatividad para la supervivencia. Definitivamente no hay glorioso pasado insuperable, ni mucho menos porvenir misterioso.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 10.10.15