Para los "patojos" del inmediato
futuro serán primorosamente divertidos los años que se les vienen encima. Tendrán
brillante oportunidad para refinar el humor que caracteriza a los de ahora, y para
reír y hacer reír hasta desternillarse a cuantos por estos contornos se
aventuren.
Y es que no podrán perder la alegría en un entretenido
trancón sobre la flamante Autopista Panamericana, o en plácidos rodeos por las
circunvalares de la ciudad nueva, mientras busquen acceso al sector
hospitalario con un pariente agónico a bordo. Todo lo contrario, en esas valiosas oportunidades
de reflexión, que harán parte esencial de la ciudad moderna, de los tiempos de
movilidad inteligente y de las grandes construcciones sociales, será cuando
menos puedan liberarse los impulsos agresivos
ni dársele rienda suelta al sartal de vulgaridades heredadas de estas tediosas
épocas de pachorrudo andar y desmayadas planeaciones futuristas.
Es allí, entre el calor y el terroso sudor del
medio día, y de la inédita lentitud semafórica, cuando saltará la chispa de repentistas
nacidos para que sus ocurrencias perduren, y para ponerle oficio a la
proverbial memoria del pueblo raso que, como no tendrá carros, penurias, ni hipertensión
crónica, vagabundeará a pura pata por dónde sus prodigiosas habilidades le
permitan.
Suntuosas mayorías de habitantes payaneses
estrenarán teléfono fotográfico, porque las cámaras pasarán de moda, y captarán inmejorables
imágenes de amigables vendedores de masato
que tomarán posesión de los corredores
de la alcaldía, dije corredores no
despachos, y otros preferirán inundar
las redes sociales con registros graciosamente alusivos al medicinal mercadeo
de marihuana y otras hierbas por entre los recovecos del Parque Mosquera y Arcada
de La Herrería.
Las estaciones locales de televisión, que
olímpicamente van a multiplicarse, deleitarán la teleaudiencia con armónicos chapaleos
de distribuidores minoristas entre las fragorosas riadas que circundarán la
galería del barrio Bolívar, y toda la clientela de ese emblemático punto gastronómico exhibirá sus habilidades náuticas al sortear
cadenciosos oleajes de lodo que fluirán al paso de espectaculares carretones
tirados por jamelgos de milagrosos bríos.
Embrujadoras esencias del río Molino harán las
delicias de caminantes extranjeros que vendrán a contemplar la primorosa arquitectura del Hueco, en
atropellada búsqueda de artesanías y golosinas locales. El bachaqueo de
cachivaches chinos cederá espacio al floreciente desarrollo de la cocina
criolla, y la céntrica urbe abandonará su albura para colorearse de grafitis
pacifistas.
Odorífero tapiz de sobrantes vegetales
engalanará históricas esquinas hoy fríamente adornadas con insípidos vidrios, plásticos,
cartones, y apachurrados recipientes de metal.
Recorrer las arterias del Centro Histórico
será mucho más emocionante, y más retador que adentrarse en el actual Bronx
bogotano. El descollante petrismo tendrá florida oportunidad para implantar en
estos pagos Centros de Consumo Controlado, que no cuajaron en la capital, y no
faltará la videoperorata de turbadas con turbante, para exaltar la pacífica tolerancia
y la enervante connivencia con quienes hagan de los andenes callejeros su
fumadero particular y su propio paraíso.
Envidia enorme causa imaginar esos
prometedores espacios de crecimiento humanístico y frondosa creatividad para la
supervivencia. Definitivamente no hay glorioso pasado insuperable, ni mucho
menos porvenir misterioso.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 10.10.15