sábado, 14 de abril de 2012

Cartagena 2012





La promoción turística de Colombia a nivel universal, por sí  sola, ya es ganancia.

Un territorio al que la violencia le negaba posibilidades de progreso y desarrollo, que aparecía en listas negras, y estaba incluido como aventura extrema para exploradores dispuestos a correr altos riesgos de muerte, desaparición o secuestro, vino a ser sede de  importante cita  americanista en este siglo.

La presencia en Colombia de mandatarios clave para la conservación y afianzamiento de   buenas relaciones internacionales, y la concurrencia de prestigiosos empresarios del Continente americano, fundamentalmente los de sus tres economías más grandes, muestran los cambios de la última década, y el resurgimiento del prestigio diplomático que nos ha  caracterizado a lo largo de dos centurias.

Consolidar la seguridad jurídica, que atrae inversión extranjera y fortalece el mejoramiento de condiciones socioeconómicas para los colombianos, no ha sido labor de  pocos años ni de fácil estructuración.

Construir democracia, facilitar el crecimiento empresarial, generar condiciones ideales de movilidad para agilizar el comercio, capacitar grupos humanos para el emprendimiento, enseñar métodos y técnicas para fortalecer las finanzas familiares, educar, sanear el ambiente, mejorar la salubridad pública, llegar con servicios a las más apartadas regiones del territorio nacional, y hacerlo exitosamente, en medio o contra el asedio permanente del terrorismo narcotraficante y toda su red delincuencial, es tarea titánica que nos enorgullece y dignifica, porque le mostramos al mundo el alma que nos alienta.

Durante largos años de confrontación con los apátridas; con esos  insensibles voceros del desorden, perturbados mercaderes del crimen que sólo sangre y destrucción han dejado en la dolida piel de humildes campesinos, entendidos estos como población rural nacional que amalgama razas, colores y costumbres, y constituye la  esencia del pueblo colombiano; se creció la Colombia urbana, la que tuvo que abandonar el surco agrícola pero incorporó su fuerza al engranaje industrial, al alboroto comercial callejero, al rebusque citadino, sin olvidar su estirpe luchadora, ni su capacidad para sobreponerse a las adversidades del destino.

A esa Colombia sufrida, a esa sociedad vital, a ese conglomerado humano que conserva  la fe  de sus ancestros y trabaja con  brazos incansables en el diseño de mejor futuro para su descendencia, a esa familia grande que anhela derrotar el delito, reducir la pobreza, llenarse de saber y  tecnología, para seguir haciendo parte de la paz mundial y de la convivencia civilizada, a esa Patria nuestra vinieron a rendirle homenaje todos los que quieren hermanar este Continente desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

Nadie vino con trucos mágicos a conjurar desgracias. La convocatoria no era para sacar conejos y palomas de cubiletes vacíos. La grandeza de los pueblos no aparece por arte y gracia de hábiles prestidigitadores.

Eso sí, quedamos seguros de nuestra vocación y destrezas para liderar acciones de Estado permanentes y sostenidas, no de simple mendicidad para matar el hambre y calentarnos en torno al fuego, sino para conquistar espacios superiores en el mundo de la ciencia, lograr figuración en el progreso de la humanidad, y construir sólidos puentes de entendimiento con los contradictores.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, abril de 2012