La
promoción turística de Colombia a nivel universal, por sí sola, ya es ganancia.
Un
territorio al que la violencia le negaba posibilidades de progreso y
desarrollo, que aparecía en listas negras, y estaba incluido como aventura
extrema para exploradores dispuestos a correr altos riesgos de muerte,
desaparición o secuestro, vino a ser sede de
importante cita americanista en
este siglo.
La
presencia en Colombia de mandatarios clave para la conservación y afianzamiento
de buenas relaciones internacionales, y
la concurrencia de prestigiosos empresarios del Continente americano, fundamentalmente
los de sus tres economías más grandes, muestran los cambios de la última
década, y el resurgimiento del prestigio diplomático que nos ha caracterizado a lo largo de dos centurias.
Consolidar
la seguridad jurídica, que atrae inversión extranjera y fortalece el
mejoramiento de condiciones socioeconómicas para los colombianos, no ha sido
labor de pocos años ni de fácil estructuración.
Construir
democracia, facilitar el crecimiento empresarial, generar condiciones ideales
de movilidad para agilizar el comercio, capacitar grupos humanos para el
emprendimiento, enseñar métodos y técnicas para fortalecer las finanzas
familiares, educar, sanear el ambiente, mejorar la salubridad pública, llegar
con servicios a las más apartadas regiones del territorio nacional, y hacerlo
exitosamente, en medio o contra el asedio permanente del terrorismo narcotraficante
y toda su red delincuencial, es tarea titánica que nos enorgullece y dignifica,
porque le mostramos al mundo el alma que nos alienta.
Durante
largos años de confrontación con los apátridas; con esos insensibles voceros del desorden, perturbados mercaderes
del crimen que sólo sangre y destrucción han dejado en la dolida piel de
humildes campesinos, entendidos estos como población rural nacional que amalgama
razas, colores y costumbres, y constituye la esencia del pueblo colombiano; se creció la
Colombia urbana, la que tuvo que abandonar el surco agrícola pero incorporó su
fuerza al engranaje industrial, al alboroto comercial callejero, al rebusque
citadino, sin olvidar su estirpe luchadora, ni su capacidad para sobreponerse a
las adversidades del destino.
A
esa Colombia sufrida, a esa sociedad vital, a ese conglomerado humano que conserva
la fe
de sus ancestros y trabaja con
brazos incansables en el diseño de mejor futuro para su descendencia, a
esa familia grande que anhela derrotar el delito, reducir la pobreza, llenarse
de saber y tecnología, para seguir
haciendo parte de la paz mundial y de la convivencia civilizada, a esa Patria
nuestra vinieron a rendirle homenaje todos los que quieren hermanar este
Continente desde Alaska hasta Tierra del Fuego.
Nadie
vino con trucos mágicos a conjurar desgracias. La convocatoria no era para
sacar conejos y palomas de cubiletes vacíos. La grandeza de los pueblos no aparece
por arte y gracia de hábiles prestidigitadores.
Eso
sí, quedamos seguros de nuestra vocación y destrezas para liderar acciones de
Estado permanentes y sostenidas, no de simple mendicidad para matar el hambre y
calentarnos en torno al fuego, sino para conquistar espacios superiores en el
mundo de la ciencia, lograr figuración en el progreso de la humanidad, y construir
sólidos puentes de entendimiento con los contradictores.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
abril de 2012