jueves, 7 de abril de 2011

El orden público.

Se habla tan ligeramente del orden público que parece perdido el verdadero alcance de ese concepto fundante de la organización estatal.
Cualquier suceso que atente contra el ordenamiento institucional altera el orden público, aunque algunos conciudadanos no lo entiendan así.
No es nada raro que, los mentores del desorden, tiendan a considerarnos paranoicos por nuestra permanente inquietud ante el arrollador irrespeto a todas las reglas de convivencia ciudadana, ellos piensan y actúan así porque su interés es ese, alterar y mantener alterado el orden público. Nosotros pensamos y actuamos distinto porque nuestra lucha y nuestra meta es alcanzar una cota ideal de estabilidad social.
De hecho nos sabemos pasajeros de un mundo convulsivo y no ignoramos que siempre habrá quien arroje guijarros sobre la aparente serenidad del lago.
Los choques permanentes de ondas  concéntricas, originadas en múltiples lugares del planeta, avivan el oleaje de intereses individuales y es por eso que la clave de la paz radica en prevenir y corregir  pequeños desbordamientos, para evitar destructivas avalanchas.
El anhelo nos lleva a pensar que el  pulso de los hombres de Estado no debiera alterarse ni en las más exigentes pruebas de equilibrio sobre una cuerda floja,  aunque como humanos entendemos que la perfección sólo radica en Dios.
Ante abundantes aspiraciones nacionales para ganar respaldo en las urnas y acceder a posiciones de mando,  es hora de reflexionar sobre virtudes, condición, principios, formación, y estructura política de los candidatos.
Las instituciones no se mantienen por gracia del equilibrio planetario. La armadura estatal necesita mantenimiento, apuntalamiento, correcciones de rumbo, ajustes permanentes y reparaciones de emergencia que no podemos dejar en manos torpes, en conciencias turbias, ni en mentes vulgares.
La conducción, el mando, el enrutamiento de los propósitos e ideales comunitarios hacia el fortalecimiento del orden constitucional deben quedar a cargo de los mejores, de los fuertes, de los que tengan reflejos para actuar  conforme al imperativo de nobles y limpias convicciones democráticas.
Nuestro destino colectivo no se puede entregar  a quienes no armonizan  con nuestras luchas y aspiraciones.
Se aproxima el momento de impulsar el triunfo de los ideales. Popayán, el Cauca y Colombia necesitan dignatarios limpios, líderes incorruptibles, gobernantes de costumbres sanas.
La baraja está a la vista. La comunidad nacional está advertida. Muchos de los que piensan repetir y seguir están marcados con lacre criminal. El despilfarro, el peculado, la mordida en la contratación, el enriquecimiento indebido, el saqueo y el reparto grosero de la riqueza pública son algunas de las señas que los identifican.
Candidatos que tienen vínculos con el crimen, aspirantes que registran fundadas sospechas de manejos indebidos, dirigentes que no muestran pulcritud en el ejercicio de cargos oficiales, electoreros que corrompen electores, y dignatarios que comercian con los bienes públicos no tienen autoridad moral para buscar apoyos del elector primario.
Todas esas conductas irregulares, todos esos comportamientos antisociales, todas esas señas de deshonor público, descalifican y vetan para acceder a posiciones de autoridad, porque disuenan, porque perturban la armonía institucional y rompen las normas establecidas en nuestra Constitución Nacional.
Los personajes que así actúan están por fuera del orden público.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 07.04.11