sábado, 28 de noviembre de 2015

Cultura




 Hace años, en evento de proyección social y cultural organizado por el Club de Leones, me correspondió representar transitoriamente a la afectuosa ciudadanía de Zarzal, que pedía al Ministro de Educación y al Gobernador del Valle la construcción de una Casa de la cultura.

 Lo fundamental era convencer y conseguir que la obra se ejecutara, demostrar que la ciudad necesitaba un espacio ideal destinado al desarrollo de actividades propias de la culta convivencia.

 La confianza de los zarzaleños en mi verbo era tanta que, temeroso de salir con nada, imploré y supliqué que me relevaran de tan honrosa pero dificilísima tarea, la de convencer. Pero de nada sirvieron mis evasivos argumentos, un viaje inaplazable intenté inventar y hasta aparenté inexistente faringitis, pero al final esas argucias resultaron inútiles.

 Llegado el día subí a la tarima, dije lo prudente y conducente, la asamblea me ovacionó, Ministro y Gobernador se sobrepasaron en elogios, y la comunidad quedó convencida de que yo había convencido.

 Después nunca supe si la obra tuvo final feliz, los vientos del destino, o los destinos de los vientos me arrojaron a otros patios, y aquí estoy escribiendo cosas que, nunca se sabe, de pronto convencen, sin que el tiempo me de tiempo para saber si convencieron. Aquí sigo, igual que entonces, ante la incertidumbre de los resultados.

 Pues como allá lo esencial era la cultura, se me ocurrió pensar que el ovillo se deshilvanaba fácil si, de arranque, aportaba una definición de la cultura,  y qué menudo lío, parece que no la hay o que nunca se la encuentra.

 Con entusiasmo pregunté y consulté, averigüé, y hasta intenté darla yo mismo, pero magros fueron los resultados. Lo inquietante del asunto es que cuando hablan de cultura me pongo en guardia, me alisto, me preparo para tomar apuntes, me lleno de motivos para configurar con mis razonamientos alguna definición aceptable, o para escuchar de los expositores la perfecta definición que brille por su sabiduría y acoja el universo de la cultura.

 Ha pasado el tiempo, y seguirá pasando, sin que nadie se aproxime a definición que logre convencerme de que la cultura se pueda definir.  Es tan amplio el cosmos de la cultura, y son tan inalcanzables sus fronteras, que ciertamente no existe definición que la comprenda, ni culta inteligencia que la abarque.

 Observo vivarachos, más de los que uno se imagina, dándole malos tratos al cuento cultural, envileciendo el discurso de lo culto, y hasta con el negocio de la cultura al hombro, o al hombro quizá no, mejor sería decir que llevan en su maleta los negocios culturales, porque han hecho de ella un medio de subsistencia y de desvare, una baratija que se grita en las esquinas, se farfulla en los cafetines, se pisotea en los parques, o se compra y se vende en las oficinas públicas.

 Sometidos están los payaneses a repetidos ruidos de bafles que, con fondos públicos, interrumpen labores en oficinas estatales. Vertiginosos barullos callejeros que aturden al caminante, y dejan huellas de incultura en la Plaza de Caldas.


Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 28.11.15

martes, 17 de noviembre de 2015

Viernes 13




 En homenaje a las víctimas de París, debemos repudiar fatales anuncios del vetusto terrorismo que aturde y enluta a la humanidad; complejo asunto saturado de contiendas, refriegas, atentados, negociaciones, acercamientos, acuerdos, rupturas,  y permanentes desafíos a la paz interior del mundo árabe, de la cultura occidental y de la humanidad entera.

 Que, en parte, se trata de una guerra santa nadie lo duda. Muchos árabes y musulmanes, no todos, piensan que los países occidentales son hostiles al sentimiento religioso islámico.

 Para algunos, nosotros somos ignorantes y paganos, mientras ellos, islámicos, se sienten llamados a restaurar un califato universal.

 Por la manera en que entienden su misión, las élites que gobiernan el orbe no lo hacen conforme a la ley de Dios, eso los compromete a propiciar relevos en que hombres virtuosos pongan en practica el mensaje divino revelado al profeta Mahoma.

 Pero, en medio del consenso sobre su legado religioso, los fracturan mundanas  rivalidades tribales, diferencias dogmáticas, resentimientos sociales y rentables negocios  que les impiden reconocer a los titulares de la legitimidad política, y los impulsan a perpetuar la anarquía.

 Disputas de esa naturaleza entre hermanos musulmanes, que todos son hermanos entre sí, sirven para engañarse entre ellos, y conducen a que unas familias, en detrimento del resto, se apropien de la legitimidad y de la inmensa riqueza territorial del pueblo árabe, nada menos que los campos petrolíferos, que son de todos los árabes y no únicamente de los musulmanes.

 La emigración causada por la miseria que dejan todas las guerras, ha permitido que árabes y musulmanes tengan activa presencia en Occidente, y por ese camino han ganado espacios que nunca obtuvieron en antiquísimas campañas de conquista.

 Así llegaron al conocimiento y entrenamiento en el manejo  de armas, comunicaciones y medios de transporte altamente tecnificados. Así aprendieron a pilotar aviones ultramodernos que convirtieron en proyectiles suicidas contra la imponente arquitectura de Manhattan y contra las murallas del Pentágono. Y aprendieron a disparar automáticos fusiles soviéticos utilizados para asesinar a esta juventud nuestra, a esta rockera generación latina que no tiene barreras para recorrer el planeta, y que hermanada bajo metálicos acordes de paz y amor, creía estar segura en el parisino "Bataclan", en bares londinenses, en tabernas de Wall Street o en discotecas colombianas.

 Entre las tinieblas del pasado viernes 13 de noviembre las cosas se pusieron a otro precio. Arrancó una nueva guerra contra la humanidad. El  terrorífico mensaje fundamentalista y radical que ordena envenenar nuestras aguas y reventarnos los pulmones, el corazón o el cráneo con píldoras de fuego, ya demostró en la tranquila Ciudad Luz que la muerte duele igual en el alma de un europeo que en la rústica anatomía de un campesino de la Cordillera de Los Andes.

 El fatal paralelo entre esos terroristas y los que acá disparan, deja concluir que los crímenes de Machuca, Cerro Tokio, Bojayá, El Nogal y Buenos Aires, signados por la misma barbarie exhibida en "Bataclan", merecen idéntica respuesta de Estado: "El terrorismo no va a derrotar la República, la República va a derrotar el terrorismo".


Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 16.11.15

sábado, 14 de noviembre de 2015

Longaniza dietética




 Plebiscitos, encuestas y morcillas, tienen mucho en común, gustan bastante mientras los consumidores desconozcan el proceso de preparación.

 Cuando el producto final depende del oculto y habilidoso manejo aplicado a la materia prima, el magistral entrevero de aliños y humores acaba por disimular la biológica descomposición del revoltillo que va por dentro, y el desprevenido cliente traga las heces del animal conjuntamente con babas y mocos de cocineros.

 Ciertos ex-candidatos a Nobel, socios de antigua charcutería, son especialistas en manejo de ingredientes y preparan apetitosas morcillas dentro del flamante estereotipo que la democracia promueve, bien sea bajo la estampa de Plebiscito confirmatorio, Referendo refrendatorio, o Constituyente refundatoria. A la larga, con los acomodos que hoy sufre la Constitución, todos los tarjetones conducirán a la impunidad.

 Aprendieron ellos a interrogar de tan graciosa manera, que la respuesta obtenida siempre será la que buscan y necesitan. La que manipulan y logran, la que condimentan y venden.

 Hace poco más de un año, mediante el adobo de apetitoso menú que ofrecía barata la morcilla de la paz, timaron el estómago popular con un embutido de apacible ingesta pero de dolorosa evacuación.

 Ávidos electores deglutieron mansamente la butifarra pacifista, y tras intensos retortijones no han podido evacuar el apestoso flato de la reelección. A esos pobres comenzales les hicieron ingerir gato por liebre.

 ¿Quieren enviar sus hijos a la guerra? ... eso le preguntaron a colombianos bonachones para que, al pensar que decían no, dijeran si.  A los ingenuos del montón los empujaron a darle el si a la reelección de Santos. Le inocularon a las masas aparente inofensivo apaciguamiento que, como aquellas dudosas vacunas contra el papiloma humano, hoy provocan emotivas convulsiones en Cuba y desconcertantes escalofríos en Colombia.

 El sucio medio utilizado para reelegir a Santos, para que los ingenuos dijeran si, fue hacerles creer que los jóvenes soldados colombianos no volverían a ser asesinados por la inmisericorde progenie de "Tirofijo".

 El torcido elemento de convicción fue la falsa promesa de finalizar una violencia que los terroristas ejercen como deporte, y el miserable resultado obtenido está a la vista, y acaba con todo. Como posesos, unos bandidos que ya no pesaban en el inventario de amenazas públicas, se cuelgan prendas y empuñan armas que otros supuestamente abandonan.

 La inmediata ocupación de territorios que unos simulan dejar es el presente y el futuro de otros que automáticamente los reemplazan. Así continúa la masacre de soldados que custodian pliegos electorales y de militares que desminan y erradican cultivos ilícitos; y de paso, los travestidos facinerosos de siempre, desmienten artificiales estadísticas que nos hablaban de la sustitución de esos cultivos.

  El destino del País no se puede volver a jugar en el brumoso azar de preguntas y respuestas que bifurcan la senda en sentidos opuestos y distorsionan la voluntad popular.

 Si nos van a consultar, que  no nos pidan un sólo si.  También nos deben  preguntar si queremos que no indemnicen a las victimas,  si aceptamos que los verdugos no purguen sus condenas, y si permitiremos que hagan política con armas.


Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 14,11.15

sábado, 7 de noviembre de 2015

Eco terrígeno




 En sostenido  y largo batallar por rincones lejanos, henchido de esperanzas, maltrecho a ratos en las tardes de tedio, pero siempre atrincherado en las fortalezas de la fe católica, surqué de madrugada los paisajes de niebla y frailejones para escabullirme en los angostos desfiladeros de Tierradentro; rodé festivo por empinadas travesías de piedra y barros amarrillos en las vertientes del Micay; me emborraché de aromas en los floridos campos del café que se despeñan y se incrustan en los barrancos por las rutas de Nóvita; ensanché mis fuelles con ardientes  vapores del gran cañadulzal en la inmensa y plena extensión del Valle del Cauca; emparamado trasegué bajo el fragor intimidante de cascadas cristalinas que se precipitan desde el Macizo abrupto; embelesado trajiné trochas selvática e interminables empalizadas del alto Caquetá; entre aguaceros torrenciales y fulgurantes latigazos de tempestad navegué hasta la imponente insularidad de Gorgona; y maravillado recalé en ignotos esteros del preterido litoral Pacífico.

 Entre el paisaje pleno de vahos embrujadores y difusas esencias vegetales tejidas al palmiche, admiré la abundancia de fértiles semillas que Dios derrama y multiplica en las blandas riberas del Napi y el Patía, en cuyas aguas atardecidas se zambullen y  orilleras reaparecen germinadas cuando despunta el alba. Frente a la prodigiosa preservación de las especies y ante el incesante milagro de la reproducción, con empíricos razonamientos dimensioné la Divina autoría de todo lo creado.

 No me son ajenos los caminos entre Ipiales y el Cabo de La Vela ni la distancia que separa a Puerto Asís del Golfo de Morrosquillo. Miré de cerca las artísticas cúpulas de la vieja Europa y la nocturna intermitencia de cocuyos que se trepan en las nubes de Manhattan. También a esas fronteras me asomé.

 Ese superficial contacto con algunas realidades materiales y con el cosmos avistado sin instrumentos, me exige ahora que no guarde silencio y que clame a Dios para que corrija  oscuras trincas forjadas por debajo en satánicas calderas de encumbrados poderes; que no me marche al cementerio sin denunciar que en los molinos de la indecencia perecen arbitrariamente triturados sempiternos postulados de la lógica y la ley natural.

 La estructura familiar de este naciente siglo en esos altos conciliábulos, en esas academias de desvanecido prestigio,  ya no la fundamentan clásicas parejas idóneas para reproducirse y perpetuar la humana especie, sino áridos amasijos de gimnasia homosexual. Eso no puede ser.

 Contra indiscutibles reglas genéticas de la antropología tradicional, y por sobre la miseria de lamentables desviaciones, nos quieren imponer, a fuerza de inusitada legislación jurisprudencial, el grotesco status maternal de ciertos varones derretidos y la paterna égida de féminas que derrochan rústica pelambre entre los senos.

 También al cielo clamo para que reprima el cinismo retador de paquidermos homicidas, cuando amparados en reciente ejecución sicarial, amenazan demandar a sus víctimas,  para vengarse del reclamo que ellas elevan ante la burda jurisdicción de los mortales. Nada cuesta pensar que para aquellos sí funcione el envilecido aparato judicial, ese que no ha oído certeros señalamientos de círculos afectos a los criminales.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 07.11.15.