Más que nunca quedó claro que la
urna de cristal es sólo un utensilio distractor para que el mago saque las
cartas, las palomas, los conejos y los
micos característicos del tinglado populachero.
Repugnante espectáculo de poder
decadente presenció Colombia con la aprobación
y posterior hundimiento de reforma malintencionada, impulsada por el Ejecutivo para complacencia
del Legislativo y la morronga
voracidad de las Cortes.
Es probable que no exista noticia
de tanta desfachatez en el transcurso
institucional desde 1991 hasta hoy.
Pero es bueno que haya sucedido
lo que sucedió.
A las democracias les resulta provechoso ejercitarse,
entrenarse, prepararse
ardua y permanentemente para las
contiendas políticas del futuro.
Lo que se avecina es difícil y
exigente, y los colombianos debemos
estar atentos y prevenidos para evitar
que ocurran atropellos como el que casi se perpetra, que afortunadamente no se concretó por virtud de la presión popular libremente
manifestada desde las columnas de opinión, las redes sociales, la academia, y desde supérstites trincheras de algunos grupos del pensamiento nacional empeñados en mantenerse pulcros, íntegros y dignos.
Mal quedó el señor Presidente
Santos, que desgobierna a impulsos de reversa, y que hizo gala del famoso “sacaculismo”, tan hábilmente esgrimido por algunos malos
padres para achacar a la madre las malformaciones de la
criatura que entre los dos procrearon.
Quedó mal el señor Ministro Juan Carlos Esguerra, quien tenía la responsabilidad jurídica y política
de supervisar la correcta redacción
de todos esos artículos, parágrafos e incisos, que los conciliadores dizque le leían mientras él los
consideraba irreprochables, porque luego del adormilado acatamiento salió a
tacharlos como inconvenientes, bajo peregrino argumento de haber sido ensamblados sin su participación durante una forzada ausencia suya, que parece no fue tan forzada como el Ministro alega, y porque de todas maneras se ensamblaron con la materia prima que el
gobierno suministró a los sagaces manufactureros
del Capitolio.
Mal quedaron los congresistas que
con su voto aprobaron el adefesio,
porque le mostraron todo el cobre al país, cuando bajo los velos de un ajuste
a la administración de justicia, en cobarde actitud golpista intentaron reimplantar
la dañina inmunidad parlamentaria, hace
años extirpada en beneficio de la salubridad republicana.
Pero lo que fundamentalmente desconcierta
es la frialdad para mentir de los presidentes de Cámara y Senado, los señores Simón Gaviria y Juan Manuel Corzo,
el primero por decir que aprobó una
reforma que no leyó, cuando de cabo a rabo intervino activamente en ella, y el
segundo por declararse ajeno al interés parlamentario de restaurar la
inmunidad, cuando el común de las gentes
lo distingue precisamente por eso, por ser el principal impulsor de la idea que
pretendía resucitar semejante cadáver.
Los reyes del titubeo, que mintieron al pretender reformar la Constitución y al reversar el entuerto, y que no encontrarán palabras para explicar lo inexplicable, tienen asegurada la rechifla de la opinión pública
durante lo que resta del presente mandato, una sonora demostración ya se escuchó durante la abortada
intervención del primer mandatario en su visita al Campus Party.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, junio de 2012