sábado, 30 de junio de 2012

Los reyes del titubeo


Más que nunca quedó claro que la urna de cristal es sólo un utensilio distractor para que el mago saque las cartas, las palomas, los conejos y  los micos característicos del tinglado populachero.

Repugnante espectáculo de poder decadente  presenció Colombia con la aprobación y posterior hundimiento de reforma malintencionada,  impulsada por el Ejecutivo para complacencia del  Legislativo y  la  morronga  voracidad de las Cortes.

Es probable que no exista noticia de tanta  desfachatez en el transcurso institucional desde 1991 hasta hoy.

Pero es bueno que haya sucedido lo que sucedió.

A las democracias  les resulta provechoso ejercitarse, entrenarse,   prepararse  ardua  y permanentemente para las contiendas políticas del futuro.

Lo que se avecina es difícil y exigente, y  los colombianos debemos estar atentos y prevenidos para evitar  que ocurran atropellos como el que casi se perpetra,  que afortunadamente no se concretó  por virtud de la presión popular libremente manifestada desde las columnas de opinión, las redes sociales, la academia,  y desde  supérstites  trincheras de algunos grupos del  pensamiento nacional  empeñados en mantenerse pulcros, íntegros  y  dignos.

Mal quedó el señor Presidente Santos,  que desgobierna a  impulsos de reversa,  y que hizo gala del  famoso  “sacaculismo”,  tan hábilmente esgrimido por algunos malos padres  para  achacar a la madre las malformaciones de la criatura que entre los dos procrearon.

Quedó mal  el señor Ministro Juan Carlos Esguerra,  quien tenía la responsabilidad jurídica y política de supervisar  la  correcta  redacción  de todos esos artículos, parágrafos e incisos,  que los conciliadores  dizque le leían mientras él los consideraba  irreprochables,  porque luego del adormilado acatamiento salió a  tacharlos como inconvenientes,  bajo  peregrino argumento de haber sido  ensamblados sin su participación  durante una forzada ausencia suya,  que parece no fue tan  forzada como el Ministro alega,  y porque  de todas maneras  se ensamblaron con la materia prima que el gobierno  suministró a los sagaces manufactureros del Capitolio.

Mal quedaron los congresistas que con su voto aprobaron el adefesio,  porque le mostraron todo el cobre al país, cuando bajo los velos de un ajuste a la administración de justicia, en cobarde actitud golpista intentaron reimplantar  la dañina inmunidad parlamentaria, hace años extirpada en beneficio de la salubridad republicana.

Pero lo que fundamentalmente desconcierta es la frialdad para mentir de los presidentes de  Cámara y Senado,  los señores Simón Gaviria y Juan Manuel Corzo,  el primero por decir que aprobó una reforma que no leyó, cuando de cabo a rabo intervino activamente en ella,   y el segundo por declararse ajeno al interés parlamentario de restaurar la inmunidad,  cuando el común de las gentes lo distingue precisamente por eso, por ser el principal impulsor de la idea que pretendía resucitar semejante cadáver.

Los reyes del titubeo,  que mintieron al pretender reformar  la Constitución y  al reversar el entuerto,  y que no encontrarán palabras para  explicar lo inexplicable, tienen  asegurada la rechifla de la opinión pública durante lo que resta del presente mandato, una sonora  demostración ya se escuchó durante la abortada intervención del primer mandatario en su visita al Campus Party.

Miguel  Antonio Velasco Cuevas

Popayán, junio de 2012

martes, 19 de junio de 2012

El Estado inviable

 
Las posiciones  de poder omnímodo corrompen,  y la adulación abre grietas nefastas en los niveles superiores del mando,  por ello resultan necesarias las colaboraciones armónicas pero equilibradas que eliminen  tensiones permanentes entre las ramas del  poder público.

Los encumbrados atropellan cuando no se les recuerda que hacen parte del cuerpo social. Es indispensable que los organismos de control  permanezcan  vigilantes  y atiendan  oportunamente las alarmas, sin olvidar que la mala interpretación de las  garantías procesales puede transformarse en connivencia con el crimen.

Es  reprobable que los  integrantes de un mismo nivel  administrativo  oculten sus propias fallas,  y muchas veces los estrechos vínculos de amistad,  la solidaridad entre colegas,  o los pequeños intereses de mando,  terminen como auspicio de conductas delictivas reiteradas que causan  deterioro social  y detrimento patrimonial  a las arcas oficiales.

La ignorancia,  la chabacanería,  y la incultura de muchos mandos medios,  indebidamente empoderados por  gobernantes  y  administradores complacientes,  generan  condiciones propicias   para la ilicitud en  la ejecución y control de las políticas públicas.

La complacencia de la sociedad frente a las conductas impropias de los gobernantes casi que vino a  equiparar la habilidad para dirigir con la maña para engañar.  Ha hecho carrera la aceptación de lo torcido y lo perverso.

Las noticias de los últimos tiempos,  el atropello permanente a la bondad y buena fe de los  ciudadanos  corrientes, el  crecimiento desmedido de las conductas delincuenciales individuales  al interior de la institucionalidad, y el marcado ablandamiento de la honorabilidad en el desempeño público  amplían la brecha hacia un Estado inviable.

Hoy, cuando tiene mejor acogida el bribón que el probo, y a nadie interesa el deterioro de la corrección, es necesario que cada colombiano haga su propia reflexión y  se comprometa a recuperar los espacios de la pulcritud.

De nada sirve que Colombia clasifique entre las colectividades más felices del mundo, poco importa que el paisaje y las bondades del clima hagan de esta patria un rincón apropiado para los goces y deleites terrenales, inane resulta la privilegiada ubicación geográfica y estratégica en un mundo de incesantes negocios intercontinentales,  y para poco vienen a servir la inmensidad de las selvas, la imponencia de las cordilleras, el caudal impetuoso de los ríos, la feracidad de  los campos, la variedad de la flora y de la fauna,  o la envidiable longitud de nuestras costas sobre dos mares,  si esos dones que la naturaleza nos prodiga, si esos bienes que Dios ha puesto en nuestras manos sólo sirven  para que malos ciudadanos y arrogantes detractores del ideal social se constituyan en baldón para ese lejano Estado de Derecho que, con sacrificio de siglos y  orgullo de pueblo libre, hemos tratado de constituir.

La  respetabilidad de las instituciones y la convivencia civilizada sólo  se logran  si las altas investiduras y la dignidad del Estado se dejan a cargo de quienes  comprendan y practiquen los universales principios del bien común.  Mientras estemos expuestos al individualismo rampante y criminal de los que buscan la cúspide para lucrarse y defraudar  superiores  intereses colectivos, seguiremos condenados a la violencia.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 18.06.12

martes, 5 de junio de 2012

El sometimiento del Estado


El sometimiento del Estado

El marco para la paz es otro de los artilugios existentes en la variada utilería de ilusionista,  que con destreza  maneja  Juan Manuel  Santos,  para  potenciar los destellos  de la circense urna de cristal.

Inicialmente, cuando recurrió al cubilete de abalorios,  arrojo al escenario  una temible mano negra;  sin señalar quiénes serían sus operarios, aunque no puede olvidarse  que manos negras hay en todos los extremos de la complicada ecuación violenta utilizada por los detentadores del poder, tanto en países subyugados por tiranías políticas, filosóficas o religiosas, como en los democráticos y libertarios;  de todos modos el mefistofélico artefacto quedó allí, sobre las tablas, para hacerlo saltar cuando resulte necesario distraer a los espectadores.

Además se proclama poseedor de otro embeleco,  dice tener la llave de la paz, una entelequia que nadie puede ver porque la conserva en el fondo del bolsillo, o por esos lados,  para hacerla funcionar en el momento oportuno; quiera Dios que  esté fundida  en  algún noble metal,  porque sería grotesco que el óxido y otras impurezas del entorno  le corroan el bolsillo y hasta la llave al mago,  y a la hora de sacar no encuentre allí la sutileza prometida.

Y también usa retruécanos, no otra cosa hizo cuando adjudicó a la vaporosa ultraderecha  el atentado terrorista contra Fernando Londoño, en lugar de señalar a los verdaderos autores del crimen, todo para no incomodar a los amaestrados tiburones del amistoso  vecindario.

Y así cree mantener el engaño, pero si  nos detenemos a mira el sistema legal vigente, el  aplicable a esta realidad delincuencial,  encontramos que el  régimen  penal  colombiano tipifica las conductas delictivas,  y establece los procedimientos  idóneos para sancionar los  infractores, sin necesidad de reformar las normas existentes.

Es inconveniente la enmienda que otorgaría al Ejecutivo la facultad omnímoda de elegir a los actores criminales que deban ir a juicio, o seleccionar graciosamente a los que recibirán perdón por su trayectoria delincuencial.

Porque,  si fueren necesarios,  tanto la norma constitucional como la penal   consagran el indulto y  las amnistías, mecanismos legítimos de extinción de la acción y de la pena, perfectamente aplicables mientras se respeten los  tratados vigentes con la comunidad de naciones, y mientras  no se incurra en desbordamientos de política criminal  que provoquen la intervención de la Corte Penal Internacional.

Lo que se requiere es aplicar las reglas vigentes,  no hacerlo  es someter el Estado a las condiciones del enemigo.

Las brutales actuaciones de la delincuencia organizada, los ataques  a la población civil, los bombazos indiscriminados contra los pueblos, los hostigamientos a las estaciones policiales, el minado de cultivos ilícitos y de caminos públicos,  el reclutamiento forzado de niños campesinos,  el amedrentamiento general a la sociedad colombiana;  tal como ha ocurrido en Morales, Caloto, Toribío, y  El Tambo, aquí en el Cauca,  o como en La Gabarra y Maicao, o en La Montañita, donde los violentos atacaron policías que auxiliaban a una parturienta y mataron a la partera; son ilegítimos argumentos de fuerza que no pueden primar sobre la legitimidad del ordenamiento estatal.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, junio de 2012