Esta muletilla verbal se coló en la diaria
conversación popular con la pretenciosa ambición de significar muchas cosas
aunque no las signifique. Es por eso que, al ser y no ser, se adecúa de plano a los amorfos perfiles de la deteriorada condición
sociológica del pueblo, y hasta se usa, conforme a sus actuales e indebidos
manejos gramaticales, para interrogar sobre el futuro de Colombia.
Se utiliza por todos y para todo aunque no propiamente
dentro de su histórica y habitual connotación explicativa. Mejor dicho, no se
utiliza bien, y lo que se hace con ella es embutirla en las pláticas habituales
para derivar de ella provechos insospechados.
Constituye una especie de vicio conversatorio,
se usa para iniciar y para concluir, para pausar, para responder e interrogar, para
ampliar y para resumir, para silenciar al interlocutor y para animarlo a no
callar, en fin, es muletilla que deambula en el lenguaje contemporáneo sin la
personalidad idiomática que tuvo en el pasado, y que irrumpe en las charlas
sociales y en las disertaciones cultas con traicionera apariencia de corrección.
Sí, se coló en el lenguaje usual, merodea en
él y quizá se va a quedar aunque no
sirva para lo que debiera servir, justamente porque puede servir para muchas
otras cosas, menos para explicar algo.
En ocasiones, cuando la divagación oratoria se
extiende, suele ocurrir que los dialogantes usan el giro verbal para significar
que aún les falta algo por decir, aunque legítimamente su función debiera ser
la de introducir un comentario que compendie rápidamente lo dicho. En otras oportunidades
se utiliza como sustituto del habitual adiós de despedida, sin que sea raro
oírlo también como saludo en el inicial instante de un encuentro.
No tardarán los académicos en ocuparse del
tema, aunque no para rescatar la consuetudinaria significación explicativa que
tradicionalmente tuvo el giro idiomático, sino para conferirle su moderna vocación
de sembrar dudas antes que despejarlas, para otorgarle esa nueva ambigua
significación que ahora suelen tener algunos gestos y voces que tradicionalmente significaron algo distinto
y concreto.
En las circunstancias del lenguaje político actual,
a sabiendas de que la siembra de dudas puede reemplazar imputaciones directas,
bien puede entenderse que lo dicho se dijo para decir lo que se quería decir,
aunque también puede entenderse que se dijo para decir otra cosa, y en tales condiciones los analistas del
futuro, a libre interpretación, podrán
darse el gusto de decir que lo dicho no se dijo.
Oído lo que se oye en el panorama político
nacional, con toda naturalidad podría usarse la muletilla de moda sin que nada
pase, sin que pasen muchas cosas, para que pasen algunas, o para que
definitivamente pasen las que no deben pasar.
Tanto honorables como indignos, torcidos y
rectos, pacifistas y guerreristas, mamertos y fascistas, creyentes e incrédulos,
izquierdistas y derechistas, reformistas
y antireformistas, todos dirán, a todos
se les podrá decir, y entre todos se van a decir lo que quieran con la absoluta
certeza de que, para ellos, todo continuará
igual. Para los demás también. O sea...
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 20.09.14