Los peligros que corren las democracias continentales son cada vez más aterradores.
Afortunadamente en el último lustro, al incrementarse
la utilización de redes sociales, ciudadanos
de todas las latitudes tienen posibilidad de conocer valiosas informaciones que antiguamente sólo
llegaban a reducidos sectores poblacionales.
Lo que sucede en Venezuela, no todo claro
está, le da la vuelta al mundo en tiempo record aunque el dictador de turno
pretenda impedirlo.
Sin importar que el régimen se empeñe en
obstaculizar y clausurar la actividad
informativa, gracias a periodistas y camarógrafos que se juegan la integridad
personal y hasta la vida, toda la comunidad internacional presencia el pavoroso
cuadro de violencia represiva instigada por el inquilino de Miraflores.
En muchos casos, cuando los reporteros
profesionales no llegan o se les impide hacerlo, son los venezolanos del común
quienes registran y publican en la internet los hechos violentos, las agresiones
infames, los ataques mortíferos contra civiles inermes que se atreven a
protestar contra el mal gobierno.
Pocas veces la sociedad latinoamericana había
tenido oportunidad y motivos visibles para reflexionar sobre la importancia de
defender principios y valores democráticos al interior de sus fronteras y fuera
de ellas.
Lamentable que el pueblo venezolano, al que el
destino nos ata en centenarias luchas por la defensa de las libertades y el
respeto a los derechos humanos, sufra tan ominosos atropellos que profundizan los
odios de clase, metódicamente utilizados desde las instancias de poder como
perverso mecanismo de justificación para imponer un sistema anacrónico,
inviable, corrupto y tiránico.
Se intensifica ahora el incalculable daño a la
actividad productiva venezolana y se retarda la necesaria recuperación de una
economía que hace pocas décadas atraía turistas e inversionistas universales, fundamentalmente
europeos, y abría cupos de empleo y fronteras de superación financiera a miles
de familias suramericanas que en Venezuela encontraban excelentes oportunidades
laborales.
A las generaciones de venezolanos que nacieron
y se educaron durante las bonanzas
petroleras de los setenta y los ochenta, que conocieron una patria próspera,
surcada por excelentes carreteras, dinamizada por la industria metalúrgica, engalanada
además con obras públicas que hacían de
Caracas y otras ciudades verdaderos ejemplos de buena proyección urbanística,
que nunca padecieron hambre ni carestías, les toca ahora levantar a sus hijos
en medio de oprobioso desabastecimiento, someterse a interminables filas para
adquirir productos de primera necesidad, y soportar la humillación de subsistir
con reducidos presupuestos familiares cada vez más exiguos.
Treinta años atrás, cuando Venezuela sonreía y
crecía, resultaban Impensables la
inflación incontenible, el desbarajuste institucional y el despropósito
gubernamental que ahora la martirizan.
Ese país vecino, con esa juventud erguida que busca salir del abismo
totalitario, donde la justicia funciona bajo la batuta del ejecutivo, con un congreso
amaestrado que silencia a bofetadas las voces disidentes, con una política
internacional direccionada desde Cuba, en donde el ministerio público, las
instancias electorales y las milicias populares armadas están pensadas para
amenazar y someter a ciudadanos que discrepan de la pandilla gobernante, nos recuerda
el inapreciable valor de las libertades
individuales y nos advierte los peligros de fracasadas aventuras socialistas.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 22.02.14