Es tristeza lo que se siente al constatar que
el país se desgracia. En esta hora
tétrica parece confirmarse el gráfico dicho popular que pronostica la
inexistencia de barranco para atajar al pobre que recula.
En el caso del Cauca la situación es doblemente
lacerante porque la descastada dirigencia actual desdibuja la página escrita
por dignos antecesores que en decisivos episodios de la vida nacional, dentro
de civilizadas controversias político-sociales que hoy ya no se estilan,
pusieron por encima de sus intereses particulares las necesidades y
conveniencias de la región, mientras a los conocidos negociantes de ahora solo
les interesa manipular las finanzas públicas, para hacer y deshacer con los
dineros del erario, y repartir entre amigotes la contratación oficial.
Además porque a este departamento martirizado
y desangrado por las violencias de la naturaleza, de la política, del
narcoterrorismo y de la insaciable territorialidad indigenista, se le agotan
los horizontes de esperanza, frente al descaro de unas Cortes de Justicia que
no se refrenan para rematar en pública subasta torcidas soluciones judiciales inevitablemente
dañinas para los intereses colectivos.
Las noticias dicen que a los magistrados de
ahora no los motiva la justicia, en su romántica acepción de dar a cada quien
lo que le corresponde, sino el fajo de billetes circulante en agasajos,
homenajes y convites que en sus casas organizan ellos mismos con el inocultable
propósito de negociar en confianza lo que no se debiera negociar.
¿Qué se puede esperar que suceda con las
víctimas y con diversas comunidades desprotegidas, -que esperan equidad y
solidaridad estatales en múltiples asentamientos poblacionales distantes de la
aristocracia capitalina-, cuando los encargados de preservar sus derechos
constitucionales, lejos de interesarse por reparar permanentes omisiones y
ausencias del establecimiento, simplemente se ocupan de atiborrar sus estómagos
y sus cuentas personales, sin pensar siquiera que los colombianos del barro
mueren de pobreza?
¿Cómo se les hará entender a los desvalidos, a
los necesitados, a los miserables, que en el ficticio postconflicto no habrá
nada para ellos, porque el dinero que ya se dilapida en teóricas soluciones,
como la contratada con el visionario profesor Mockus, sólo alcanza para profundizar las diferencias
de clase y engordar los bolsillos de los lambones del régimen?
¿De qué manera se puede convencer a los
muchachos de las barriadas para que no atraquen al vecino, no despojen al
caminante, no asalten al turista, y no violenten a sus propias familias, si los
encargados de investigarlos, juzgarlos y sancionarlos, recurren a sofisticados
procederes para atracar, despojar, asaltar y violentar a la sociedad colombiana
en su conjunto?
¿Cuál será el mecanismo para obtener que los
narcoterroristas temporalmente
licenciados en Cuba, admitan su condición de victimarios mas no de
víctimas, cuando los encumbrados magistrados de las altas Cortes, al igual que
los reacios bandidos, también victimizan
al pueblo que dicen defender?
¿Tiene el gobernante alguna pegajosa trapisonda
para enmelar al incauto rebaño de marchistas y hacerle creer que las violencias
y las guerras que nos quedan no serán el obligado fruto de las mismas injusticias
insolutas?
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 09.03.15