domingo, 8 de marzo de 2015

Las guerras que nos quedan




 Es tristeza lo que se siente al constatar que el país se desgracia.  En esta hora tétrica parece confirmarse el gráfico dicho popular que pronostica la inexistencia de barranco para atajar al pobre que recula.

 En el caso del Cauca la situación es doblemente lacerante porque la descastada dirigencia actual desdibuja la página escrita por dignos antecesores que en decisivos episodios de la vida nacional, dentro de civilizadas controversias político-sociales que hoy ya no se estilan, pusieron por encima de sus intereses particulares las necesidades y conveniencias de la región, mientras a los conocidos negociantes de ahora solo les interesa manipular las finanzas públicas, para hacer y deshacer con los dineros del erario, y repartir entre amigotes la contratación oficial.

 Además porque a este departamento martirizado y desangrado por las violencias de la naturaleza, de la política, del narcoterrorismo y de la insaciable territorialidad indigenista, se le agotan los horizontes de esperanza, frente al descaro de unas Cortes de Justicia que no se refrenan para rematar en pública subasta torcidas soluciones judiciales inevitablemente dañinas para los intereses colectivos.

 Las noticias dicen que a los magistrados de ahora no los motiva la justicia, en su romántica acepción de dar a cada quien lo que le corresponde, sino el fajo de billetes circulante en agasajos, homenajes y convites que en sus casas organizan ellos mismos con el inocultable propósito de negociar en confianza lo que no se debiera negociar.

 ¿Qué se puede esperar que suceda con las víctimas y con diversas comunidades desprotegidas, -que esperan equidad y solidaridad estatales en múltiples asentamientos poblacionales distantes de la aristocracia capitalina-, cuando los encargados de preservar sus derechos constitucionales, lejos de interesarse por reparar permanentes omisiones y ausencias del establecimiento, simplemente se ocupan de atiborrar sus estómagos y sus cuentas personales, sin pensar siquiera que los colombianos del barro mueren de pobreza?

 ¿Cómo se les hará entender a los desvalidos, a los necesitados, a los miserables, que en el ficticio postconflicto no habrá nada para ellos, porque el dinero que ya se dilapida en teóricas soluciones, como la contratada con el visionario profesor Mockus,  sólo alcanza para profundizar las diferencias de clase y engordar los bolsillos de los lambones del régimen?

 ¿De qué manera se puede convencer a los muchachos de las barriadas para que no atraquen al vecino, no despojen al caminante, no asalten al turista, y no violenten a sus propias familias, si los encargados de investigarlos, juzgarlos y sancionarlos, recurren a sofisticados procederes para atracar, despojar, asaltar y violentar a la sociedad colombiana en su conjunto?

 ¿Cuál será el mecanismo para obtener que los narcoterroristas temporalmente  licenciados en Cuba, admitan su condición de victimarios mas no de víctimas, cuando los encumbrados magistrados de las altas Cortes, al igual que los reacios bandidos, también  victimizan al pueblo que dicen defender?

 ¿Tiene el gobernante alguna pegajosa trapisonda para enmelar al incauto rebaño de marchistas y hacerle creer que las violencias y las guerras que nos quedan no serán el obligado fruto de las mismas injusticias insolutas?

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 09.03.15