La historia reciente no recuerda una campaña
presidencial tan insípida en sus comienzos como vertiginosa y desencajada en la
recta final.
Así parece que no son solamente los hombres
públicos quienes imponen el ritmo, sino que los sucesos políticos colectivos,
los aciertos o los despropósitos de los gobiernos en conjunto, y los brutales
comportamientos de los grupos terroristas, vienen a signar el destino de los pueblos.
Nada está calculado matemáticamente porque los
avatares sociales del futuro no se diseñan para que confluyan con un
determinado resultado electoral o con una preferencia popular específica.
Esfuerzos humanos se hacen para que ciertas
aspiraciones salgan bien, pero pueden salir mal, mucho más mal de lo
francamente imaginable, o mucho mejor de lo previsto. A la hora de la verdad nada
está escrito.
Ni los candidatos ni los electores se llegaron
a imaginar que los convocados a sumar resultaran restando, que los vocablos
corrientes adquirieran esa significación manifiestamente insultante y ofensiva,
como la que hoy tiene aquella denominación de gamín que el arrogante doctor
Vargas le endilga a sencillos ciudadanos del pueblo; o que la destemplada
algarabía de un ex-presidente, sus disonantes reclamaciones y sus descompuestas
exigencias de improvisado jefe de campaña, sirvieran más para que se mofen de
él y no para imprimirle respetabilidad
al desesperado intento de reflotar una reelección cada vez más lejana,
inconveniente y dañina.
A nadie se le podía ocurrir que los capos
apoltronados en la Habana, dispuestos a congraciarse con el gobernante en campaña
y brindarle el placebo de un cese unilateral, ordenaran a sus secuaces agotar un crimen
bárbaro en las calles de Tumaco, repudiable sacrificio de niños humildes terriblemente destrozados por cargas de dinamita.
¿Es esa la paz que nos prometen?
No fue ninguno de los opositores al gobierno
el que declaró ante la Fiscalía General de la Nación que los más cercanos
asesores de la campaña reeleccionista atiborraron sus arcas personales con
dólares conseguidos en el comercio internacional de narcóticos, precisamente
para gestionar ante el actual gobierno, por cuenta de temibles criminales, unas favorables condiciones de entrega, o para
ambientar entre las encumbradas esferas del
régimen cierta blanda impunidad donde pudiera anidarse un sometimiento barato y
engañoso.
Tampoco fue la publicitada guerra sucia la que
vino a generar tanta desesperación y tantos miedos entre la élite santista, enemistada
ayer con la montonera petrista, como
para que entre ellas se viniera a constituir esa alianza atípica y tardía con
que pretenden apuntalar soñadas permanencias
en el mando.
Como en "El sueño de las
Escalinatas", crece, crece la audiencia en unas proporciones
incalculables, y desde todos los lugares, procedentes de todas las capas
sociales y de todos los matices populares acuden multitudes a engrosar esa
gigantesca manifestación de inconformidad frente a las debilidades del actual mandatario
que conducen al país hacia desbordante impunidad.
Eso es lo que verdaderamente traducen las
últimas encuestas especializadas que le
minimizan al candidato presidente la posibilidad de mantenerse en el cargo.
Sin lugar a dudas las puertas del Palacio de
Nariño están abiertas para Zuluaga o Peñalosa.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 17.05.14