domingo, 9 de octubre de 2016

Paz acuñada




 Otra vez la paz, pero no esta paz actuante, terrígena y viviente que por siempre anhelamos, sino esa paz distante, melancólica y fría que troquelan en Oslo.

 Son múltiples las diferencias entre nuestra paz  y la de allá, protuberantes claro, es por eso que seduce y enamora la propia, mientras deprime y fatiga la ajena.

 La que aquí se cocina va nutrida de ideales, lenguajes y matices, es vivaracha y esquiva, vibrante y resbalosa, atractiva en exceso, escasa pero cierta, exquisita, aromática y sustanciosa.

 La de allá nos parece facilona y barata, sorda, monocromática, artificiosamente dicha y fabricada, hecha sobre pedido, insípida, falsa como ella sola.

 No es fácil para el rústico habitante de la zona tórrida adaptarse a esa paz de conciliábulo, pergeñada entre sorbos de te y galletitas azucaradas, decretada por viejecitos de peluca que la encuentran funcional sin que positivamente exista. Una paz de laboratorio, nacida de claves y combinaciones secretas, que en cualquier momento estalla  en las narices de sus inventores.

 Porque mientras la que acá se sueña es verdaderamente carnosa y tentadora, imaginada para gozarla y saborearla, para pellizcarla y morderla, la de allá sólo se presta para observarla a contraluz, para analizarla en el tubo de ensayo, para describirla y mitificarla, pero no para tocarla, controlarla ni hacerla propia.

 La que uno quiere es una paz de usar y de gastar, mas no una de guardar y presumir.

 Es que a esta paz que a nosotros nos fascina la caracterizan el sabor de los fogones criollos, el estruendo de tormentas cercanas, a ratos el hedor de los pantanos, y siempre el primitivo perfume de montañeras que madrugan a cultivarla en  la humedad de floridos cafetales.

 Con esa palomita estampada afuera que no nos engatusen, porque aquí  preferimos la del cuño nacional.

 Está bien si nos ayudan a encontrar la legítimamente nuestra, pero no a lucir la que los Nobel portan  en las solapas.

 Inquieta que tantas levaduras extrañas se viertan de furtiva manera sobre el crisol en que mezclamos los ingredientes de nuestra esencia autóctona, cuando sólo nosotros conocemos la fórmula precisa para que el manjar dé punto;  molesta que figurones del vecindario e impensables espontáneos de otras latitudes intenten debutar en una faena muy nuestra y delicada, en la que indudablemente peligra la integridad nacional.

 Es de esperar que el áureo galardón concedido al Presidente Santos en momento crítico para él y para los colombianos, le inspire positiva voluntad de entendimiento con líderes, movimientos y grupos que ignoró  y excluyó durante la negociación de acuerdos negados por el pueblo en plebiscito.
  
 No estaba madura la paz que en Cartagena nos mostraron entre osos y lagartos.

 La responsabilidad de lograrla radica en correcta lectura que obligatoriamente deben hacer los guerrilleros, quienes por resultados del plebiscito conocen a plenitud lo que Colombia mayoritaria decidió. No están frente a supuestos inamovibles ni rayas rojas de Santos y Uribe, sino ante el imperativo de acoger sentimientos populares para sumar a los acuerdos mejor justicia, superior reparación, y para mermarles impunidad y curules.       

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 08.10.16