Plegaria por la libertad
Desolador hablar de
libertades en democracias deficientes. Se disfrutan algunas, claro está, pero
muchas resultan restringidas.
Colombia con su privilegiada ubicación geopolítica, este jardín de envidiables bellezas naturales, adornado
por esplendorosos paisajes, flora y fauna exuberantes, reconocido por la inteligencia y creatividad de sus
pobladores, atrae sí, pero también aterra
a los ojos del mundo.
No es producto de imaginaciones fantásticas, ni efecto comercial de publicidades refinadas. Colombia es
una patria maravillosa en cuyos componentes esenciales vibran la vida, las formas, las aromas, los
sonidos y el color.
Pero, paradoja fatal, acoge una sociedad secuestrada,
arrinconada, atemorizada y sufrida.
Diez familias humildes, como todas las de nuestros héroes,
rebosan ahora de felicidad por el ansiado reencuentro con los
ausentes, por el retorno tardío de unos seres humanos que nunca
debieron faltar en las celebraciones íntimas, en los festejos, en las dichas,
en los triunfos, ni en los instantes dolorosos
que reclaman la presencia solidaria de los de la misma sangre.
Entre tanto, centenares de familias colombianas y extrajeras, millares de parientes, vecinos, amigos, y todos los
colombianos de bien, anhelamos la liberación total y definitiva de otros muchos
colombianos, de otros seres humanos, de
otros ciudadanos del mundo que, aprisionados
en túneles, aislados en cavernas, amarrados con las sogas del horror y
la desesperanza, permanecen en los dominios del silencio soportando indefensos la infame esclavitud que les imponen
sus captores.
Basta ya, nunca más, se ha dicho desde siempre, sin que logremos
conmover los corazones ensordecidos del narcotráfico, del terrorismo, de la delincuencia organizada, o de los
monaguillos de la anarquía.
Unidos como debe ser, abigarrados en el abrazo de la ilusión,
radiantes en la fe y convocados por la Muerte y Resurrección de Cristo, dejemos que nuestras
mentes y nuestras almas, motivadas por esta celebración universal, se fundan
en oración sincera, en plegaria profunda, en meditación fructífera, para
que el eco liberador de nuestras súplicas
retumbe en la conciencia insana de
esos pocos mercaderes de la libertad,
perversos abanderados del dolor.
Roguemos para que se
rompan en ellos las ataduras del mal, y les
llegue oportunidad de entender que lo necesario es ponerse a paz con las infinitas maravillas de la
creación divina.
En los abiertos espacios
de Dios, en la deliciosa infinitud del universo, ante la Providencia Creadora que nada niega y
todo lo prodiga, resulta contrario al
derecho natural y al derecho positivo que los hombres conculquen las libertades de
los hombres.
Que no impere la debilidad en nuestros espíritus, que no anide
el silencio en nuestros labios, que no muera la solidaridad en nuestros corazones,
que no mengue la fortaleza en nuestros
cuerpos, que no falten ideas en nuestras mentes, para seguir clamando y
reclamando que les devuelvan la libertad a los secuestrados.
Coletilla. Pero pidamos también para que los propietarios de
imprentas y títulos accionarios en medio
de información, pongan la mano sobre sus
pechos endurecidos y entiendan que el periodismo, más que un negocio, es una
función social. El periódico El Liberal no debe morir.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 03.04.12