jueves, 5 de enero de 2012

Alto a las armas



Adquirir armas en Colombia es fácil, las venden en todas partes y para variados gustos.

En muchos casos la fuerza pública se sorprende al constatar el potencial destructivo y mortífero de armados ilegales que asedian al ciudadano corriente.

El sistema judicial, desde hace muchos años, encuentra poderosas barreras durante los procedimientos para la persecución y  sanción del crimen organizado, pues regularmente los delincuentes portan “empapeladas” muchas armas que la gente de bien nunca logra comprar.

Tradicionalmente, campesinos, finqueros, comerciantes, personas acaudaladas, funcionarios públicos y ejecutivos de la actividad privada tuvieron la oportunidad de presentarse a las Brigadas Militares a comprar armas de fuego para su defensa personal, y casi siempre la autorización que ellos obtenían era para conservar y pocas veces para portar armas de puño, de percusión mecánica, de hasta cinco o seis proyectiles. Eran épocas en que sólo algunos ciudadanos de excelente conducta y extraordinarias cartas de presentación podían acceder al uso legal de modestas armas de fuego.

El auge de mafias, carteles, combos, bandolas, pandillas, milicias y otras múltiples expresiones de la violencia, transformó el cuadro estadístico de armas legítimas en manos de civiles, y como por artes de birlibirloque, ahora en Colombia cualquier descamisado ostenta y exhibe no sólo el arma sino el salvoconducto, y no el humilde Smith & Wesson que conservaban los abuelos, sino unos aparatos que producen pánico y amedrentan al más varón de la cuadra. 

La corrupción, madre superiora de nuestros males, hizo que los encargados del control oficial para la adquisición y porte de armas perdieran el horizonte de sus funciones y, mediante el expandido mecanismo de propinas y coimas, se llegó a una verdadera implantación de tarifas, obviamente irregulares, que permiten, a ciertos elementos civiles, comprar, conservar y portar armas de repetición automática para disparo en ráfaga.

Frente a semejante desborde en la autorización para el uso de armas, ya no es lógico decir que las armas se hicieron para compensar la debilidad de los buenos frente a la absurda suficiencia de los malos. Ningún bueno se atreve a llevar en su carro un pavoroso artefacto de guerra para utilizarlo en defensa propia. No lo lleva porque no se lo venden, porque no se lo amparan, y porque es incapaz de dispararlo indiscriminadamente contra el que sea o por lo que sea, como sí son capaces de hacerlo todos esos personajes emergentes, surgidos de la nada, que imponen sus condiciones a sangre y fuego, en muchas oportunidades con la anuencia de bandidos infiltrados en oficinas estatales.

De hecho el tráfico de armas ilegales, totalmente ajenas a controles  estatales, entradas de contrabando y adquiridas en trueque por drogas o minerales comercializados ilícitamente, refuerza los arsenales rurales del hampa, pero la delincuencia urbana, en alto porcentaje, se mueve con armas legalmente amparadas.

La prohibición, impulsada por un  antiguo armado ilegal, merece el respaldo de la sociedad.

Claro que no faltarán quienes demanden la nulidad o la inconstitucionalidad del decreto, porque existen normas de  superior jerarquía que autorizan las armas en todo el territorio nacional.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 02.01.12