lunes, 6 de julio de 2015

Primero la seguridad




 No es novedoso que el gobierno reconozca el deterioro de los diálogos de paz. Eso ha sido evidente desde cuando los anunció, y no por otra causa, sino porque los inició mal.

 El Presidente, que traicioneramente se hizo elegir para continuar las políticas de seguridad democrática, en contravía de la voluntad popular resolvió desmontar el exitoso esquema y embarcó a Colombia  en el peor desorden público del que se tenga memoria en este siglo.

 Ingenioso y ofensivo en el rebusque de calificativos contra millones de Colombianos que desaprueban el reencauche del narcoterrorismo, el señor Santos no hace gala de inteligencia para impedir el desbordamiento verbal y la matanza física que el cartel de "Timochenko" despliega contra la población inerme, y contra las fuerzas que defienden la integridad territorial y la vigencia de la Constitución.

 A tales extremos de torpeza llegan, Presidente y Fiscal, que amenazan judicializar a quienes, en libre y democrático ejercicio informativo, se atrevan a publicar las atrocidades del narcoterrorismo contra la estabilidad política y económica del país.

 Por más esfuerzos que el régimen ha hecho para  disimular y enmascarar los crímenes de las guerrillas; que son de público conocimiento, como el minado de escuelas y senderos rurales, la persistente voladura de oleoductos, el absurdo derrame de crudos  sobre ríos y regiones de incalculable riqueza biológica y ambiental, el secuestro y brutal asesinato de altos oficiales de ejército y policía, el continuado reclutamiento de niños campesinos, el altísimo incremento de cultivos ilícitos en todo el territorio nacional, el bloqueo y destrucción de puentes y carreteras con cargas explosivas, y miles de delincuencias menores diariamente agotadas por diversos frentes dirigidos y comandados desde Cuba y Venezuela; vinimos a quedar encaramados en esta cuerda floja y débil que promete romperse hoy o mañana.

 Una sola verdad se le abona al jefe de negociadores oficiales: que el problema de los narcoterroristas, en este momento crucial, no es con el ejército, ni con la derecha, ni con la oligarquía, el problema es con la totalidad del pueblo colombiano que agotó su paciencia y sepultó su confianza.

 El 77% de los colombianos considera que ha empeorado la situación del país frente a los grupos guerrilleros. (Encuesta Gallup efectuada entre 18 y 24 de junio de 2015)

 El señor senador Uribe tiene toda la razón; al angustioso embalaje por la finalización del conflicto le queda un derrotero: la concentración de narcoterroristas en una zona específica del territorio nacional, que permita verificar la suspensión de actividades criminales, y evite el sometimiento del Estado de derecho frente a la delincuencia organizada.

 El cese bilateral de fuegos exigido por terroristas no es camino honroso para una salida negociada. Suficientes muestras de mala fe y de poca voluntad pacifista se desprenden de sus  amenazantes pronunciamientos contra la población respetuosa de las leyes.

 El plan pistola, que al mafioso estilo de Escobar se adelanta contra la fuerza pública, es pésimo indicativo de seguridad, macabra muestra de retroceso a siniestras épocas de desgobierno, signo inconcuso de desmoronamiento institucional y afrentosa muestra de ausencia estatal.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 06.07.15