sábado, 22 de octubre de 2016

Interludio




Veo al psiquiatra que recibirá en su diván al pueblo, pueblo. Ese paciente famélico y perseguido, desplazado, requisado y saqueado, violado en todos los tiempos, de todas las formas y en todas las posiciones, ese pobre tipo huérfano desde temprana infancia, incapaz de llorar, abandonado por la querida de su juventud y rechazado por todas las que tanto quisiera que lo quisieran, arruinado y cegatón, resquebrajado y solitario como el emplazamiento de un faro en alta mar, peregrino que llega de cruzar el desierto sin sandalias en busca de inexistentes hontanares.

 Me imagino al adusto profesional que vea entrar a tan macilento paciente victima de tramas y fraudes, apabullado y burlado en tantos eventos a los que siempre fue citado pero no tenido en cuenta.   … Ya tendrá tiempo real para oírle los relatos de largas andanzas  e infinitos desamores, de anhelos recientes e infortunios lejanos, y  observarlo en silencio mientras pronuncie palabras cortas entre pausas afligidas.

 Con ojos inquietos el enfermo mirará los diplomas que se balancean en los muros, las acuarelas, los óleos, los retratos antiguos, las aguafuertes, la escultura de una mujer semidesnuda que emerge en un rincón del consultorio como único testigo erguido de los secretos que, en principio, no quisiera revelar, pero que al paso de los días sacará a flote  con elaborados esguinces y  exquisitos maquillajes. Hasta resulta probable -pensará-  que el galeno ni siquiera lo escuche.

 Y llegará el día en que se sienta a sus anchas en el mullido mueble que antes no soportaba y que entonces confundirá con el rústico chinchorro en que vivió sus primeras experiencias genitales, y las recordará con entusiasmo juvenil, y las narrará con deleite durante trece consultas, hasta cuando recuerde el día en que lo sodomizaron.

 A partir de entonces mirará con recelo al confidente y querrá decirle que ha estado mintiendo durante muchas sesiones pasadas, pero será incapaz de retomar el hilo narrativo que lo divertía mientras el tratante dormitaba o aparentaba hacerlo,  y  crecerán sus dudas,  y se levantará con furia para insultar al vejete ladrón que ha sido capaz de cobrar todos los cheques sin formularle ni un calmante. Después tirará la puerta del gabinete con ánimos de destruir todas las narraciones inconvenientes, e infundadas, o  inventadas dirá para sus adentros, aunque regresará con sagrada  disciplina a la cita de los martes, e intentará rearmar sus buenas relaciones con el profesional que tanto lo ha soportado, que  lo vigila e interroga sin hablarle.

 Luego, en un tiempo fatal, estremecido por noticias  mañaneras, indefenso como los caracoles del jardín imaginario, correrá por la ciudad como en los años mozos, y saltará la tapia del  hospital psiquiátrico para contarle al director y a su tratante que ya es un ser normal, que no tiene sufrimientos, que vivirá para contar la historia como es y como fue, y descargará el punzón sobre el blanco peto de sus interlocutores para partirles el corazón hechizo a esas alimañas que tuvieron la ocurrencia de considerarlo enajenado.

 Por la tarde sonarán clarines durante el minuto de silencio.


Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 23.10.16