domingo, 14 de diciembre de 2014

Marcha




 Hubo marcha, y no una movilización paga ni embadurnada de melaza. De manera espontánea salió la gente a expresar insatisfacción y descontento, a rechazar la humillante postración del gobierno ante una caterva delincuencial cínica y psíquicamente incapaz de reconocer los daños causados a la sociedad.

 Los colombianos marchantes, que anhelan feliz convivencia y bienestar colectivo, manifestaron en calles y plazas de las principales ciudades su repudio a la impunidad, no a la paz como algunos torcidamente afirman. La inconformidad no es con la búsqueda de la paz sino con la inicua metodología de los diálogos y la oscura maquinación de los acuerdos.

 Harto se  diferencia una negociación abierta,  limpia y altruista, que genere confianza y propicie consensos  para el bienestar  general y el progreso colectivo, de ese tapujo en que se gestan groseras claudicaciones, no para vivir en paz, sino para ambientar el establecimiento de un sistema caótico en que reducida minoría violenta pretende reformar la Constitución conforme a sus gustos y preferencias.

 Permanentemente, desde cuando se les cayó la tramoya y tuvieron que publicitar la existencia de los diálogos, y seguramente durante el secretismo de oculta etapa embrionaria, diversos voceros del grupo terrorista han salido a disimular sus acciones delincuenciales con falaces argumentos que el pueblo ni se traga ni digiere.

 Quisieran los facinerosos desfigurar y ocultar la tajante brutalidad de sus crímenes, pero torpemente los siguen cometiendo a la sombra de una estrategia poco política aunque sí tácticamente intimidante.

 Porque de político nada tiene el fusilar a quienes no comparten sus métodos ni consienten sus delincuencias, como acaban de hacerlo con el comandante del puesto de policía de López de Micay;  ni el destruir la infraestructura vial nacional, como lo hicieron la semana pasada con un tramo de la carretera panamericana entre Popayán y Cali;  mucho menos el deforestar inmensas extensiones selváticas para sembrar coca, como actualmente ocurre justamente en la cuenca del río Micay sobre la costa del Pacífico caucano;  tampoco se inscribe en la acción política el envilecer las condiciones vitales de la población rural inerme,  a la que le imponen obligaciones y contribuciones que quebrantan su espíritu de orden y sentido de legalidad, para forzarla a ocultar armas, transportar insumos para procesamiento de narcóticos, o guardar silencio ante violaciones y reclutamientos de menores, o ante frecuentes despojos patrimoniales.

 Es natural y necesario que personas comprometidas con el destino de la patria, empeñadas en mantener y conservar el digno espíritu de unidad nacional, convencidas de las bondades que se derivan del acatamiento y respeto a instituciones superiores tradicionalmente defendidas por verdaderos adalides de las libertades públicas  y de los derechos inalienables de los seres humanos, enfilen sus críticas y protestas pacíficas contra procaces ablandamientos del establecimiento,  orientados a desestructurarlo, para sustituirlo por esquemas administrativos y socioeconómicos dolorosamente fracasados, como ya se aprecia en la vecina Venezuela.

 Existen, menos mal, noticias reconfortantes: La Corte Penal Internacional advierte que cualquier acuerdo de paz debe ser compatible con el Estatuto de Roma y que no consentirá la impunidad para graves crímenes cometidos durante el conflicto colombiano.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 14.12.14