Más que de respuestas, realizaciones y
satisfacciones, comienza un año de interrogantes e inquietudes, de
incertidumbres y búsquedas.
No se sabe cómo le irá a la humanidad durante el
ciclo que arranca.
Maravilloso sería tener las claves necesarias para
descifrar herméticos mensajes que inundan redes públicas y buzones privados, y disponer
de herramientas, de estrategias inteligentes que aquerencien las aves buenas y ahuyenten
los lobos malos.
El Estado islámico con su manto de terror pondrá
la gota amarga en Europa o en cualquier parte del mundo; los tentáculos de la
criminalidad universal, que no conocen fronteras ni desechan alianzas con
dictaduras y regímenes corruptos, ejecutarán continuadas cabriolas para
quedarse con las riquezas nacionales del tercer mundo; los violentos, en todas
las presentaciones, expresiones y empaques, continuarán por la senda que su condición delincuencial les
marca; y el mundo volverá a experimentar la eterna historia: la perfidia y la
maldad nunca claudican.
Los Estados Unidos bajo la presidencia de
Donald Trump se constituyen en caja de sorpresas. A quienes les disgusta su discurso
franco, descarnado y directo, ligeramente
se les ocurre que el universo entero tambalea; mientras tanto, quienes
consideran que el acomodado lenguaje de la diplomacia sólo conduce al engaño y
la traición, confían en los éxitos
rotundos del nuevo mandatario norteamericano y en el certero rumbo del imperio a
partir del 20 de enero. ¿Quién tendrá la razón?
América Latina, enfundada en velos de mariposas
amarillas, irá por los barrancos como los borrachos van al estanco. Estas incipientes democracias de sucio papel olvidan
y no aprenden el funesto historial de amancebamientos y saqueos, de promesas y
desplantes, de negociados y enriquecimientos que sus castas dirigentes
protagonizan desde los albores de la independencia, y desde antes.
Colombia en parte, seducida por cantos de
sirena, celebra la amangualada cumbia que la guerrilla, aún armada y no
desmovilizada ni reinsertada a la sociedad civil, está bailando con supuestos verificadores
imparciales, y reclama silencios que en el futuro puede lamentar. A los
dichosos usurpadores de la refrendación, que consintieron en burlar legítimo
triunfo plebiscitario por el no, les parece incorrecto perturbar el mentiroso sosiego
de las rebautizadas bandas criminales que mantienen operaciones ilegales en
narcotráfico, minería, secuestro y extorsión.
El Cauca, por donde se le mire, es el mero
vestigio de glorioso pasado. La tal clase política es auténtica vergüenza que
el pueblo debe reprobar en los comicios que vengan, si es que los hay. La
minería ilegal campea en los esteros del Pacífico y en el deteriorado Macizo
colombiano, las siembras ilegales de amapola, coca y marihuana se incrementan
en todo el territorio departamental, pero los oradores oficiales celebran los
progresos del invisible postconflicto. Nada ni nadie puede justificar tanto
cinismo acumulado.
Popayán es una ruina. Allí no hay planeación
urbanística, ni esfuerzos serios por la conservación arquitectónica, ni
instituciones que vigilen y optimicen el gasto público. La chambonada es el
signo visible en una ciudad que puede tener mejor destino, si es que le
resultan dolientes dispuestos a encarar el reto de administrar lo público con
honestidad.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
14.01.17