sábado, 14 de enero de 2017

Atisbos




 Más que de respuestas, realizaciones y satisfacciones, comienza un año de interrogantes e inquietudes, de incertidumbres y búsquedas.

 No se sabe cómo le irá a la humanidad durante el ciclo que arranca.

 Maravilloso sería tener las claves necesarias para descifrar herméticos mensajes que inundan redes públicas y buzones privados, y disponer de herramientas, de estrategias inteligentes que aquerencien las aves buenas y ahuyenten los lobos malos.

 El Estado islámico con su manto de terror pondrá la gota amarga en Europa o en cualquier parte del mundo; los tentáculos de la criminalidad universal, que no conocen fronteras ni desechan alianzas con dictaduras y regímenes corruptos, ejecutarán continuadas cabriolas para quedarse con las riquezas nacionales del tercer mundo; los violentos, en todas las presentaciones, expresiones y empaques, continuarán por  la senda que su condición delincuencial les marca; y el mundo volverá a experimentar la eterna historia: la perfidia y la maldad nunca claudican.

 Los Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump se constituyen en caja de sorpresas. A quienes les disgusta su discurso franco, descarnado  y directo, ligeramente se les ocurre que el universo entero tambalea; mientras tanto, quienes consideran que el acomodado lenguaje de la diplomacia sólo conduce al engaño y la traición,  confían en los éxitos rotundos del nuevo mandatario norteamericano y en el certero rumbo del imperio a partir del 20 de enero. ¿Quién tendrá la razón?

 América Latina, enfundada en velos de mariposas amarillas, irá por los barrancos como los borrachos van al estanco. Estas  incipientes democracias de sucio papel olvidan y no aprenden el funesto historial de amancebamientos y saqueos, de promesas y desplantes, de negociados y enriquecimientos que sus castas dirigentes protagonizan desde los albores de la independencia, y desde antes.

 Colombia en parte, seducida por cantos de sirena, celebra la amangualada cumbia que la guerrilla, aún armada y no desmovilizada ni reinsertada a la sociedad civil, está bailando con supuestos verificadores imparciales, y reclama silencios que en el futuro puede lamentar. A los dichosos usurpadores de la refrendación, que consintieron en burlar legítimo triunfo plebiscitario por el no, les parece incorrecto perturbar el mentiroso sosiego de las rebautizadas bandas criminales que mantienen operaciones ilegales en narcotráfico, minería, secuestro y extorsión.

 El Cauca, por donde se le mire, es el mero vestigio de glorioso pasado. La tal clase política es auténtica vergüenza que el pueblo debe reprobar en los comicios que vengan, si es que los hay. La minería ilegal campea en los esteros del Pacífico y en el deteriorado Macizo colombiano, las siembras ilegales de amapola, coca y marihuana se incrementan en todo el territorio departamental, pero los oradores oficiales celebran los progresos del invisible postconflicto. Nada ni nadie puede justificar tanto cinismo acumulado.

 Popayán es una ruina. Allí no hay planeación urbanística, ni esfuerzos serios por la conservación arquitectónica, ni instituciones que vigilen y optimicen el gasto público. La chambonada es el signo visible en una ciudad que puede tener mejor destino, si es que le resultan dolientes dispuestos a encarar el reto de administrar lo público con honestidad.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 14.01.17