Por allá en 1513 Nicolás de Maquiavelo
instruía sobre las formas de conservar el poder en Estados heredados o en los
conquistados por fuerza de las armas.
En esa fuente de saber han bebido quienes
mandan, y harto han aprendido porque no
solo han heredado, conquistado y mantenido el poder, sino que han refinado los
procedimientos para exprimir bolsillos ajenos y llenar los propios.
A los 500 años, he leído en “El Confidencial”
que respetables profesores de política en la Universidad de Nueva York, con fundamento
en estudios sobre la forma en que mandan los que hoy mandan, publican “El
manual del dictador”, casi la nueva versión de “El príncipe”.
Los profesores Bruce Bueno de Mezquita y Alastair
Smith resaltan que buena política, conforme se estila, es la mala conducta, y
que a cambio de conocimientos y costumbres sobre el bien común lo que interesa es
saber cómo funcionan las cosas para llegar al poder, mantenerse en él y hacerse
al control del dinero.
Más que preocuparse por los desprotegidos, los
líderes de ahora mantienen contentos a
los que manejan los votos, y mucho mejor si son pocos, aunque se necesita manejar
actualizada la lista de reemplazos para sustituir inmediatamente a quien no
funcione conforme a las ordenes del jefe.
Una de las claves esenciales es manejar
directamente, sin delegados, el mecanismo de recompensas, porque es prioritario
empobrecer a muchos y mantener ricos a unos pocos.
Claro que se debe pagar la lealtad, pero no
más allá de lo estrictamente necesario, porque siempre se necesita el grupo
domesticado que mantenga al capataz en la cúspide, y no se debe olvidar que los
seguidores regularmente quieren ser jefes, luego lo prudente es mantenerlos
controlados.
La esencia del poder radica en pagarle a los
seguidores, pero no muy bien, puesto que mientras menos tengan mucho menores
serán las posibilidades de derrocar a
quien los domina. Al grupo de combate hay que darle lo que necesite para
comer y trabajar pero ninguna facilidad para estudiar y prosperar.
Para asegurar el poder no se debe contar
demasiado con quienes contribuyeron al triunfo, porque es definitivo mantener a
raya la competencia. Queda establecido que contar con gente competente es un
peligro, y como lo que interesa es controlar todo y mantenerse en la cima, los
leales sirven mejor a ese propósito, pero no los capaces.
La única virtud que debe tener un seguidor es
ser leal e incondicional, y en ese terreno se desempeñan bien los familiares,
los amigos de confianza y los servidores ambiciosos.
No pagar buenos salarios es primordial para
potenciar la corrupción. El corrupto busca ser leal porque siempre piensa en ganar
y si pierde el puesto deja de ganar.
Además lo aconsejable es denunciar a quien destapa
las malas prácticas administrativas y no a quien incurre en ellas.
Lo revelador de semejante investigación sobre
el ejercicio actual del poder es que tales técnicas las aplican tanto
dictadores como demócratas, porque quienes llegan al poder quieren mantenerse
en él, y todos son iguales.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
agosto 3 de 2013