La urbe entera debe transformarse en espacio amable, en lugar feliz, en destino
prometedor y deseado, y para ello
necesitamos convertir su centro viejo en una joya destellante y caminable.
Ingresar al desbarajuste medular que
pomposamente denominan centro histórico se ha convertido en una aventura temeraria.
Como hecho de referencia debe recordarse
que hace poco un camionero irrespetó un
pare y mató un motociclista, la tragedia ocurrió en una
esquina próxima a instituciones universitarias, a sedes culturales, a iglesias y oficinas públicas densamente frecuentadas por
residentes y visitantes.
Eso no debería ocurrir en pleno centro
al que diariamente acuden gentes de a pié, damas desprevenidas, ancianos con
limitaciones, campesinos inexpertos, niños inquietos y turistas curiosos.
Los habituales transeúntes siempre van
en procura de servicios médicos o a
reclamar una solución administrativa, han venido a rogar justicia o caminan en busca
de un empleo, disfrutan de una excursión
infantil o realizan un recorrido planificado para aproximarse a la añeja arquitectura
propia de ese sector, deambulan por las calles de la vieja ciudad para
descubrir el ángulo perfecto de una toma fotográfica o preguntan la ubicación
de una placa conmemorativa, quieren conocer un monumento famoso, pararse en una
esquina célebre, o necesitan disipar una inquietud histórica, verificar un dato
sociológico, eliminar una duda de aprendizaje o satisfacer un capricho de trotamundos. Pero en
ningún caso salen a que los arrollen, los roben o los maten.
La preservación de los centros
históricos se concibe para que los caminantes disfruten, para que los truhanes
no atropellen, los buhoneros no invadan, y los ciudadanos no peligren.
Los lugares de interés histórico son
ejes de inquietud intelectual, focos de aprendizaje, anclajes de contenido ceremonial, símbolos del pasado que
la modernidad interroga para descifrar mensajes, desentrañar significados, descubrir e interpretar las claves del conocimiento o sumergirse
en la lúdica y romántica parsimonia de quienes construyeron en función de inagotables
lentitudes milenarias.
En esos sitios se deben abolir los
vértigos de la velocidad, los
demoledores imperios del ruido y las insospechadas tiranías de lo informal. A ellos se debe acudir con las alas del
espíritu y los recursos de la memoria, para
someter a juicio las incertidumbres del porvenir y hurgar con pasión en las certezas del
pasado.
Preservar lo histórico es conservar
sabiamente lo viejo sin dañarlo, sin
sacrificarlo. Lo otro es mancillar lo ancestral para que unos mercaderes
insolentes alteren las voces del tiempo, distorsionen las proporciones de la estética, perviertan los sabores terrígenos y muten los ritmos de avance por la barahúnda del retroceso.
Para potenciar el turismo que deja
divisas es imperativo restringir el ingreso de busetas al sector histórico y
establecer que sólo lo circunden de lejos. El
transporte de mercancías y abastecimientos debe hacerse en horario
nocturno y en furgones pequeños. Las calles que enmarcan la Universidad del
Cauca, la Alcaldía de Popayán, La Cámara de Comercio, el templo de San José y
la Contraloría Departamental se necesitan peatonales, como las que ahora enmarcan La Plaza de Caldas.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 20.04.13