lunes, 8 de octubre de 2012

Consummatum est



Hermanados por la historia, acrisolados en el mismo sueño libertario, anclados en un mismo continente y abrazados geográficamente a lo largo de una extensa frontera que supera los dos mil  doscientos kilómetros, es indiscutible que a los colombianos nos afecta lo que en Venezuela  pueda  suceder.

Bolívar, con cita de Rousseau,  advertía a la sociedad venezolana,  al dirigirse al Congreso de Angostura, que   “La libertad es un alimento suculento pero de difícil digestión.”

Las motivaciones anímicas, raciales, emocionales y sociológicas, que impulsaron a las mayorías electorales para mantener el mismo régimen que muchos latinoamericanos repudiamos, son respetables y propias del caudillismo afincado en Venezuela desde los tiempos del  dictador  Juan Vicente Gómez.

Generalmente se dice que cada pueblo labra su propio destino y  es libre para darse el gobierno que se merece. Eso ha hecho el venezolano, ha concurrido en masa a las urnas y ha decidido lo suyo.

De hecho, queda en posición de influir en una parte bien sensible  de nuestros intereses.

El coronel gobernante, ampuloso en lo físico y en lo psíquico, saborea sobrado su victoria interna  del pasado domingo, y se apresta a intervenir largamente en la política continental.

Las preocupaciones de ahora, las del pueblo colombiano claro está, se centran en la capacidad maléficamente manipuladora de un vecino empoderado que, con la misma facilidad que reparte besos y abrazos,  pone pleitos y lanza amenazas bélicas imposibles de ignorar.

Las amistades del mandatario, particularmente con chinos e iraníes, no pueden permitir  la placidez del sueño a ninguno de los gobernantes de la región. Un loco armado es un peligro en cualquier parte del planeta, y es doble peligro si se encuentra  bien armado.

Las intenciones expansionistas suelen concretarse con detonaciones realmente  nocivas, que empujan fronteras y alimentan egos, sin que a los responsables de esas campañas geoestratégicas les duela una uña entre la devastación que causan.

Colombia, más precisamente el  Presidente de Colombia, se apresta a dialogar con unos personajes que no son de fiar, y que se mueven con facilidad en los entramados de la diplomacia venezolana.  Los dos países tienen un litigio pendiente que puede comprometer importantes riquezas subterráneas y submarinas junto a la Península de la Guajira.  Los patrones  del narcotráfico han encontrado auxilio y reposo en suelo venezolano cuando se les ha perseguido en Colombia, y buena parte del combustible necesario para procesar drogas en territorios colombianos  fronterizos procede del vecino país.  Aparte del material bélico, municiones y fusiles, “caucheras” como los denominaron en los correos delincuenciales descubiertos en los computadores guerrilleros, pertenecieron algún tiempo al  arsenal patriota, antes de remitirse, como señal de amistad y complacencia, a los campamentos  ilegales en suelo colombiano.

Se respetan, pero no se festejan  los acontecimientos  que pueden desencadenar  migraña  en esta tierra colombiana. Ningún vecino cuerdo puede estar tranquilo cuando  el talibán de la esquina, con pistola en mano, se planta en su antejardín,  a estrecharle la mano  y pampearle la  espalda para expresar  complacencias por la llegada de un año nuevo  que a Venezuela se le multiplicó por seis.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 08.10.12