Hermanados por la historia,
acrisolados en el mismo sueño libertario, anclados en un mismo continente y
abrazados geográficamente a lo largo de una extensa frontera que supera los dos
mil doscientos kilómetros, es
indiscutible que a los colombianos nos afecta lo que en Venezuela pueda suceder.
Bolívar, con cita de Rousseau, advertía a la sociedad venezolana, al dirigirse al Congreso de Angostura,
que “La libertad es un alimento suculento pero de
difícil digestión.”
Las motivaciones anímicas,
raciales, emocionales y sociológicas, que impulsaron a las mayorías electorales
para mantener el mismo régimen que muchos latinoamericanos repudiamos, son
respetables y propias del caudillismo afincado en Venezuela desde los tiempos
del dictador Juan Vicente Gómez.
Generalmente se dice que cada
pueblo labra su propio destino y es
libre para darse el gobierno que se merece. Eso ha hecho el venezolano, ha
concurrido en masa a las urnas y ha decidido lo suyo.
De hecho, queda en posición de
influir en una parte bien sensible de
nuestros intereses.
El coronel gobernante, ampuloso
en lo físico y en lo psíquico, saborea sobrado su victoria interna del pasado domingo, y se apresta a intervenir
largamente en la política continental.
Las preocupaciones de ahora, las
del pueblo colombiano claro está, se centran en la capacidad maléficamente
manipuladora de un vecino empoderado que, con la misma facilidad que reparte besos
y abrazos, pone pleitos y lanza amenazas
bélicas imposibles de ignorar.
Las amistades del mandatario,
particularmente con chinos e iraníes, no pueden permitir la placidez del sueño a ninguno de los gobernantes
de la región. Un loco armado es un peligro en cualquier parte del planeta, y es
doble peligro si se encuentra bien
armado.
Las intenciones expansionistas
suelen concretarse con detonaciones realmente nocivas, que empujan fronteras y alimentan
egos, sin que a los responsables de esas campañas geoestratégicas les duela una
uña entre la devastación que causan.
Colombia, más precisamente
el Presidente de Colombia, se apresta a
dialogar con unos personajes que no son de fiar, y que se mueven con facilidad
en los entramados de la diplomacia venezolana. Los dos países tienen un litigio pendiente que
puede comprometer importantes riquezas subterráneas y submarinas junto a la
Península de la Guajira. Los patrones del narcotráfico han encontrado auxilio y reposo
en suelo venezolano cuando se les ha perseguido en Colombia, y buena parte del
combustible necesario para procesar drogas en territorios colombianos fronterizos procede del vecino país. Aparte del material bélico, municiones y
fusiles, “caucheras” como los denominaron en los correos delincuenciales
descubiertos en los computadores guerrilleros, pertenecieron algún tiempo al arsenal patriota, antes de remitirse, como
señal de amistad y complacencia, a los campamentos ilegales en suelo colombiano.
Se respetan, pero no se festejan los acontecimientos que pueden desencadenar migraña
en esta tierra colombiana. Ningún vecino cuerdo puede estar tranquilo
cuando el talibán de la esquina, con
pistola en mano, se planta en su antejardín, a estrecharle la mano y pampearle la espalda para expresar complacencias por la llegada de un año nuevo que a Venezuela se le multiplicó por seis.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 08.10.12