Duele
hurgar la herida. Molesta recordar el error que conduce al horror. Perturba
pensar en la irresponsabilidad civica, e
inédita insolidaridad social, del gobernante que abandona el mandato recibido
del pueblo para entregarlo gratis al procaz enemigo de todas las horas.
Colombia
no tenía en sus cuentas este tú a tú con la perversa horda solevada contra la
institucionalidad. La historia reciente, tampoco la lontana, no registran
trampa similar a la urdida por “Judas”, como atinadamente denominan en el ciberespacio
al señor Juan Manuel Santos.
Ofende
a la población pensante que un burócrata de carrera, a quien distintos
expresidentes durante sus mandatos honraron como persona de confianza, una vez ungido
como mandatario nacional acudiera al desventurado recurso de ejecutar una
agenda extraña para los electores que lo encumbraron, y absolutamente
inconveniente para el momento que vivía el país, cuando el pueblo triunfó pero perdió
las posiciones victoriosamente conquistadas en el conflicto plantado por el
terrorismo puro.
Duele,
perturba, molesta y ofende porque, durante más de un siglo, nuestros
antepasados y nosotros, en medio de todas sus guerras y de todos nuestros
traumas, creímos de veras que la democracia se personificaba en nuestros
gobernantes, excluida la breve noche de dictadura del General Rojas, que
rápidamente fue derrocado por verdaderos prohombres de la civilidad, de todas
las tendencias y partidos políticos, hermanados para eliminar la brutalidad que
silenciaba la prensa libre, clausuraba los entes constitucionales establecidos
para el debate político, entronizaba el nepotismo al interior del palacio
gubernamental, y saqueaba las arcas públicas.
Estamos
ahora a las puertas de la tiranía. El señor Presidente se molesta con los periodistas
y hace silenciar sus espacios de opinión,
los oficinistas del poder disfrazan la realidad nacional, algunos medios no
mencionan protuberantes acontecimientos violentos que menguan la imagen del
ejecutivo, y que resaltan la connatural hipocresía exhibida por esa asociación transnacional, enriquecida
en el mercado de narcóticos, que ahora se apresta a sustituir las normas que
nos rigen por otras de su particular satisfacción.
Nos
encontramos en terreno movedizo que
puede desquiciar la juridicidad, y trocar la organización legal en vulgar
andamiaje para prebendar antisociales. La negociación personal que el
mandatario nacional ha ido adelantando con “Timoshenko” y su combo, al mejor
estilo samperista, a espaldas de la ciudadanía, puede ser la defenestración
irreversible de un orden constitucional forjado a ritmo de sacrificios
dolorosos, y edificado sobre disciplinas espartanas, que permitieron mantener a
raya la siniestra embestida de proyectos anárquicos, siempre impertinentes, y
decididamente ajenos a nuestro ser nacional.
La
sociedad colombiana debe apersonarse del haber patrio y actuar sin dobleces ni
claudicaciones en la conquista de una solución digna, que conduzca a la paz,
pero que salvaguarde los valores
culturales, proteja el sistema punitivo,
y respete incuestionablemente el preámbulo
del ordenamiento constitucional y los principios fundamentales del Estado.
La
alevosía de la contraparte, su total irrespeto a la vida y a la integridad de
la población civil, la atrocidad de los métodos utilizados para arrasar la
infancia, como acaba de suceder en Pradera, reflejan los peligros que
afrontamos.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
01.11.12