Gendarmería para la paz. Por Dios, la paz no
es un invento de Santos ni un anhelo de "Timochenko". La paz es un
estado ideal que florece y aroma en lo más recóndito de la conciencia
individual. La paz sólo habita en el alma que la busca.
Lo otro, lo que pueda derivarse de un acuerdo,
lo que pueda surgir tras la firma de un documento efímero no es paz. Puede ser
convivencia, eso sí, o colaboración, o entendimiento civilizado, ojala de largo
aliento, y de pronto temporal prosperidad, pero no la paz.
A los colombianos los metieron en la
disyuntiva de elegir entre la paz y la guerra, sin explicarles que la una y la
otra van atadas a la milenaria vocación de posesión y dominio que los seres
humanos llevan consigo desde cuando el mundo es mundo. Y esa falta de claridad,
esa presentación de verdades a medias, esa manera ambigua de proponer y
prometer, ese método oscuro y sesgado para conquistar el poder y atrincherarse en
él, ese estilo ruin de conseguir lo que se quiere a cualquier precio, es lo que
daña y confunde.
A muy pocas personas se les puede ocurrir que
en regiones conflictivas, manejadas y explotadas por delincuentes armados; toda
la costa del Pacífico por ejemplo, el Macizo colombiano, o el bajo Cauca
antioqueño; se puedan exorcizar los demonio que allí habitan, sin contar con unas fuerzas legítimas,
con tropas establecidas por la Constitución para defender y preservar la
seguridad pública, garantizar los derechos de los ciudadanos de bien, y
contener inextinguibles propósitos criminales de quienes explotan las riquezas
nacionales por fuera de la ley, o de quienes consolidan grandes fortunas mediante
plantaciones ilícitas y comercialización de sustancias narcóticas procesadas.
Si algún interés existe de darle a Colombia un
respiro, si los unos y los otros quieren de verdad bajarle la intensidad a la
confrontación interna, si la voluntad de los cabecillas farucos y elenos es
morir en la tranquilidad del hogar, -porque la gran mayoría de ellos ya están
maduros para caer por fallecimiento senil-, pues que desistan de buscar gabelas
judiciales y beneficios económicos, y abandonen la maniaca exigencia de curules
inmerecidas; a su vez el gobierno, el Presidente y los negociadores, deben
privarse de promover concesiones deshonrosas que la sociedad no está dispuesta
a soportar.
Tanto las proyectadas zonas de reserva, que
automáticamente pasarán a ser guaridas
inexpugnables de narcotraficantes y mineros ilegales, como el estrambótico
embeleco de darle vida jurídica a una gendarmería rural conformada con desmovilizados,
tienen la desventurada apariencia de marrullas maquinadas para sostener, que no
de mecanismos idóneos para menguar las dinámicas del conflicto colombiano.
Bochornosos incidentes sufridos al sur y al
norte del Departamento del Cauca, en donde indígenas y campesinos han repelido
y humillado al Ejército Nacional, e impedido el cumplimiento de su función
constitucional, dentro de históricas regiones asediadas por cuadrillas
guerrilleras y pandillas del crimen organizado, muestran la peligrosa fusión y
la incesante metamorfosis del bandolerismo nacional.
Definitivamente estamos ante el mismo gusano, aunque ahora
tiene alas.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas.
Popayán, 30.01.15