sábado, 4 de octubre de 2014

Sueños que matan




 Victor Hugo Paz Satizabal, "Paspita",  se levantó una mañana con el sueño de organizar  en Popayán la mejor feria equina de Colombia. Apilonó en su mochila, a su manera, las históricas fotografías de famosos ejemplares que pisaron la pista sonora del Coliseo Tomás Castrillón y se fue a buscar su suerte. Horas después, en el antejardín de la casa fue baleado por sicarios motorizados que le raparon el maletín donde llevaba unos pesos que había retirado en agencia bancaria cercana. Se sospecha que lo mató la delincuencia común, pero el crimen quedó impune.

 Diego García, un policía que soñaba con educar a su hijo,  y darle cualquier ayuda a sus padres de crianza, porque el destino le negó la  posibilidad de crecer con quienes lo trajeron a la vida, madrugó en un marzo moralense para ir a cumplir con el deber. Llegó a Caloto, una localidad notable en la vieja historia de Colombia, y se dispuso a escoltar el traslado del dinero que llegó en helicóptero para el Banco Agrario. En el recorrido urbano fue descuartizado por ráfagas asesinas. Hay indicios de que lo mataron conocidos terroristas, esos que ahora posan de pacifistas en Cuba, pero el crimen quedó impune.

 Chucho Cantero, un campesino corriente, madrugó hace quince días a mirar el horizonte de sus querencias y soñó que el Cauca rebozaba de posibilidades turísticas en la zona de Salvajina. Al media día recogió sus brazos como bien decían los líderes obreros de la pasada centuria, y marchó al vividero para tomar el almuerzo, pero se atragantó con una espina de pescado. En el Hospital de Morales no atendieron la urgencia y lo devolvieron a su casa. Cuatro o cinco días después, tras varia consultas sin tratamiento, remitieron el paciente a urgencias del Hospital San José  de Popayán. Ya no había nada que hacer. Chucho Cantero, con el esófago destrozado por la espina, murió amarrado a un respirador. Los médicos han dicho que murió por infección. La familia considera que la negligencia médica y el oprobioso sistema de salud lo dejaron  morir  sin atención oportuna.

 Jorge Naranjo acomodó los planos y los lápices sobre su mesa de arquitecto, le dio una mirada final a la extensa planicie de Popayán, y con el sueño de transformarla en algo distinto a lo que hoy es, con la clara idea de convertir el pueblo en ciudad, o por lo menos de darle aires de ciudad, se fue hasta Cali a concretar un negocio cualquiera.  Las ráfagas, otra vez las ráfagas asesinas, lo estaban aguardando para cercenar sus esperanzas. La Fiscalía dirá que lo mataron las bandas criminales. Los caucanos esperan que el asesinato no quede impune.

 El Fiscal General  de la Nación, con esa facha del que dice la última palabra, anuncia imperturbable que el sistema penal colombiano es incapaz de investigar, juzgar, y condenar a los evidentes asesinos de nuestros compatriotas. Que tenemos que hacernos los de la vista gorda.  Los colombianos esperamos que el Fiscal renuncie. Y que sus inútiles asesores reintegren los dineros mal ganados.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 03.10.14