Victor Hugo Paz Satizabal, "Paspita",
se levantó una mañana con el sueño de
organizar en Popayán la mejor feria
equina de Colombia. Apilonó en su mochila, a su manera, las históricas fotografías
de famosos ejemplares que pisaron la pista sonora del Coliseo Tomás Castrillón
y se fue a buscar su suerte. Horas después, en el antejardín de la casa fue
baleado por sicarios motorizados que le raparon el maletín donde llevaba unos
pesos que había retirado en agencia bancaria cercana. Se sospecha que lo mató
la delincuencia común, pero el crimen quedó impune.
Diego García, un policía que soñaba con educar
a su hijo, y darle cualquier ayuda a sus
padres de crianza, porque el destino le negó la
posibilidad de crecer con quienes lo trajeron a la vida, madrugó en un
marzo moralense para ir a cumplir con el deber. Llegó a Caloto, una localidad
notable en la vieja historia de Colombia, y se dispuso a escoltar el traslado
del dinero que llegó en helicóptero para el Banco Agrario. En el recorrido
urbano fue descuartizado por ráfagas asesinas. Hay indicios de que lo mataron
conocidos terroristas, esos que ahora posan de pacifistas en Cuba, pero el
crimen quedó impune.
Chucho Cantero, un campesino corriente,
madrugó hace quince días a mirar el horizonte de sus querencias y soñó que el
Cauca rebozaba de posibilidades turísticas en la zona de Salvajina. Al media
día recogió sus brazos como bien decían los líderes obreros de la pasada
centuria, y marchó al vividero para tomar el almuerzo, pero se atragantó con
una espina de pescado. En el Hospital de Morales no atendieron la urgencia y lo
devolvieron a su casa. Cuatro o cinco días después, tras varia consultas sin
tratamiento, remitieron el paciente a urgencias del Hospital San José de Popayán. Ya no había nada que hacer.
Chucho Cantero, con el esófago destrozado por la espina, murió amarrado a un
respirador. Los médicos han dicho que murió por infección. La familia considera
que la negligencia médica y el oprobioso sistema de salud lo dejaron morir sin atención oportuna.
Jorge Naranjo acomodó los planos y los lápices
sobre su mesa de arquitecto, le dio una mirada final a la extensa planicie de
Popayán, y con el sueño de transformarla en algo distinto a lo que hoy es, con la
clara idea de convertir el pueblo en ciudad, o por lo menos de darle aires de
ciudad, se fue hasta Cali a concretar un negocio cualquiera. Las ráfagas, otra vez las ráfagas asesinas, lo
estaban aguardando para cercenar sus esperanzas. La Fiscalía dirá que lo mataron
las bandas criminales. Los caucanos esperan que el asesinato no quede impune.
El Fiscal General de la Nación, con esa facha del que dice la
última palabra, anuncia imperturbable que el sistema penal colombiano es
incapaz de investigar, juzgar, y condenar a los evidentes asesinos de nuestros
compatriotas. Que tenemos que hacernos los de la vista gorda. Los colombianos esperamos que el Fiscal
renuncie. Y que sus inútiles asesores reintegren los dineros mal ganados.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 03.10.14