miércoles, 28 de septiembre de 2011

La generación fracasada



Quienes pertenecemos a ella, a la generación perdida, estamos llamados a responder por el inmenso daño que Colombia ha sufrido.

Incapaces fuimos de contener la violencia heredada, carentes de reciedumbre moral dejamos agigantar la corrupción que es el más grave de nuestros fracasos, perdidos en malsanos humos de prepotencia intelectual desperdiciamos las energías juveniles gritando consignas ajenas, y vinimos a naufragar en el peor de los mares, el de la impunidad.

Terrible juicio nos espera, nada que hacer, surtido el trámite vital, finalizado el tiempo de la acción, es poco, casi nada lo que podríamos rescatar.

Llegamos a la vida tras la confusión de un magnicidio, y de una dictadura, que sólo sirvieron para marcar partida a nuevas hecatombes no superadas.

Instalados placidamente en la partija  milimétrica,  generosamente ideada para compartir burocracia, pero no para estructurar país, ni para alinderar convicciones ideológicas, resultamos inmersos en el caos apestoso de una patria avispada y rapaz, codiciosa, cínica y delincuencial.

Gobernantes blandengues, amanerados y perversos,  permitieron la quema de las Cortes, consintieron el cogobierno de los bandidos con quienes se asociaron para ganar  batallas menores, y les facilitaron la fuga desde sus catedrales para que acudieran a reformar las instituciones superiores.

En todos esos años, víctimas de su propia negligencia y de lamentables inconsistencias espirituales, ávidas de alcohol, de tamal y de contrato, cada que les  mostraron la bayeta asistieron las masas a engullir malformaciones conceptuales.

Perdieron el tiempo nuestros mayores, quienes lucharon y murieron en defensa de ideales, perdieron el tiempo nuestros maestros, que sí lo eran, y en quienes no desciframos el mensaje de altura y dignidad que nos transmitieron con franqueza, y perdimos nosotros, que lo perdimos todo, hasta el honor de vivir para luchar por nuestra propia causa.

Ganan los otros, los que desde antes y hasta ahora son amos y señores de unos territorios carentes de Estado y  plenos de ilicitud. Los que nada tienen por perder porque desconocen el ideal, los que secuestran y extorsionan, matan y roban , talan bosques y siembran vicio, minan senderos y dinamitan puentes; ganan los que nunca debieron ganar, pero que con dádivas pusieron de su lado a los encargados de defender lo común y lo social. Ganan los que accedieron al ejercicio político por el terror que infundieron con sus armas y por la dolorosa connivencia de quienes pactaron con el crimen  para agenciar, desde las entrañas del establecimiento, múltiples episodios de barbarie.
                                       
Bendita sea la hora en que nuevas inteligencias, mejores brazos y nítidas voces de rescate  se hagan cargo de conducirnos a puerto seguro. Las altivas generaciones que ahora aspiran a  cargos de comando tienen la formidable tarea de corregir el rumbo, y dedicarse con pasión a buscar horizontes de  grandeza para esta Colombia enferma que les dejamos por legado.

Si de alguna manera queremos concurrir a reparar el daño, debemos derrotar a los mismos dañinos de siempre  que ya se alistan para repetir sus conocidas tropelías.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 26.09.11