viernes, 19 de octubre de 2012

Contrapunto



Hasta que llegó el día señalado, la fecha clave para empezar a construir ese algo que muchos anhelamos pero que el terrorismo y las diversas delincuencias nos niegan.

La naturaleza humana, ingenua al máximo, genera desesperadas esperanzas, crea nichos de ilusión, imagina imposibles palacios de cristal, y  sueña frágiles estructuras de hielo que pronto se diluyen bajo  tenues resplandores de soles  primaverales.

La fanfarria montaraz de insanos depredadores irrumpió irreverente en los estrados escogidos para incubar la paz, y alteró el banderazo inicial de esa lid que, entrelazada en palabras pulcras, esperábamos nos encaminara hacia promisorios espacios para la verdad, la  justicia y la reparación.

No fue  raro que así sucediera. Nada bueno podía esperarse de victimarios que se proclaman víctimas, de obligados reparadores que pretenden exigirnos reparación, de cínicos petardistas que quieren ignorar la aplastante magnitud de sus perversidades y latrocinios.

Lacerantes experiencias del pasado demandaban otra actitud de nuestra parte, pero, incautos unos y condescendientes otros, de nuevo fuimos asaltados en nuestra buena fe, y aquí quedamos en esta angustia pendular sobre la infinita profundidad del vacío.

No es una ofensa simple la que nos infiere el enemigo. Contra todos los vientos hemos navegado para consolidar la democracia, la libertad y el orden. Con sangre y lágrimas hemos pagado el precio de nuestra vocación republicana, la muerte y el exilio fueron el destino fatal de muchos de los nuestros.

Pero hoy, cuando nos creíamos liberados de la violenta adversidad que nos plantearon los promotores de la lucha de clases, desde la gélida Oslo se nos amenaza con reiniciar la brutal combinación de todos los medios de lucha para desestabilizar el Estado  que nos agrupa y nos protege.

El destartalado discurso que nos sindica de sometimientos al imperialismo, el llamado a desmantelar nuestras fuerzas armadas regulares, los repudiables señalamientos personales a respetables líderes políticos y a tenaces emprendedores de la industria nacional, la irresponsable convocatoria a las clases populares para que se alcen contra las instituciones,  contra la sociedad que trabaja  y que se esfuerza para consolidar la vida familiar y la sana actividad  pública, constituyen  alerta temprana que debemos atender con prontitud para impedir el derrumbamiento de nuestro ser nacional.

A quienes conspiran contra Colombia y contra su integridad constitucional les hacemos saber que somos un pueblo erguido y digno. Pertenecemos a una comunidad que tiene definidas sus metas de valor y conoce el alcance de sus conquistas libertarias. No necesitamos falsos voceros que confunden sus mezquinas ambiciones delincuenciales con nuestras limpias aspiraciones de fortalecimiento cultural y entidad patriótica. Somos fieles al sentimiento de soberanía que nos legaron los verdaderos artífices de la independencia nacional, y  estamos dispuestos a defender esa herencia que nos acerca al crecimiento espiritual, al progreso económico, al desarrollo sostenible y a la convivencia civilizada que, en esta globalización postmoderna, caracterizan a los pueblos que interactúan y cooperan en armonía.

Rechazamos la prolongación del enfrentamiento fratricida bosquejado por siniestros portavoces  de populismos anacrónicos que ahora campean en esta región continental, donde afloran caudillismos tardíos que nada tienen para enseñarnos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 19.10.12

lunes, 8 de octubre de 2012

Consummatum est



Hermanados por la historia, acrisolados en el mismo sueño libertario, anclados en un mismo continente y abrazados geográficamente a lo largo de una extensa frontera que supera los dos mil  doscientos kilómetros, es indiscutible que a los colombianos nos afecta lo que en Venezuela  pueda  suceder.

Bolívar, con cita de Rousseau,  advertía a la sociedad venezolana,  al dirigirse al Congreso de Angostura, que   “La libertad es un alimento suculento pero de difícil digestión.”

Las motivaciones anímicas, raciales, emocionales y sociológicas, que impulsaron a las mayorías electorales para mantener el mismo régimen que muchos latinoamericanos repudiamos, son respetables y propias del caudillismo afincado en Venezuela desde los tiempos del  dictador  Juan Vicente Gómez.

Generalmente se dice que cada pueblo labra su propio destino y  es libre para darse el gobierno que se merece. Eso ha hecho el venezolano, ha concurrido en masa a las urnas y ha decidido lo suyo.

De hecho, queda en posición de influir en una parte bien sensible  de nuestros intereses.

El coronel gobernante, ampuloso en lo físico y en lo psíquico, saborea sobrado su victoria interna  del pasado domingo, y se apresta a intervenir largamente en la política continental.

Las preocupaciones de ahora, las del pueblo colombiano claro está, se centran en la capacidad maléficamente manipuladora de un vecino empoderado que, con la misma facilidad que reparte besos y abrazos,  pone pleitos y lanza amenazas bélicas imposibles de ignorar.

Las amistades del mandatario, particularmente con chinos e iraníes, no pueden permitir  la placidez del sueño a ninguno de los gobernantes de la región. Un loco armado es un peligro en cualquier parte del planeta, y es doble peligro si se encuentra  bien armado.

Las intenciones expansionistas suelen concretarse con detonaciones realmente  nocivas, que empujan fronteras y alimentan egos, sin que a los responsables de esas campañas geoestratégicas les duela una uña entre la devastación que causan.

Colombia, más precisamente el  Presidente de Colombia, se apresta a dialogar con unos personajes que no son de fiar, y que se mueven con facilidad en los entramados de la diplomacia venezolana.  Los dos países tienen un litigio pendiente que puede comprometer importantes riquezas subterráneas y submarinas junto a la Península de la Guajira.  Los patrones  del narcotráfico han encontrado auxilio y reposo en suelo venezolano cuando se les ha perseguido en Colombia, y buena parte del combustible necesario para procesar drogas en territorios colombianos  fronterizos procede del vecino país.  Aparte del material bélico, municiones y fusiles, “caucheras” como los denominaron en los correos delincuenciales descubiertos en los computadores guerrilleros, pertenecieron algún tiempo al  arsenal patriota, antes de remitirse, como señal de amistad y complacencia, a los campamentos  ilegales en suelo colombiano.

Se respetan, pero no se festejan  los acontecimientos  que pueden desencadenar  migraña  en esta tierra colombiana. Ningún vecino cuerdo puede estar tranquilo cuando  el talibán de la esquina, con pistola en mano, se planta en su antejardín,  a estrecharle la mano  y pampearle la  espalda para expresar  complacencias por la llegada de un año nuevo  que a Venezuela se le multiplicó por seis.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 08.10.12