Hasta
que llegó el día señalado, la fecha clave para empezar a construir ese algo que
muchos anhelamos pero que el terrorismo y las diversas delincuencias nos
niegan.
La
naturaleza humana, ingenua al máximo, genera desesperadas esperanzas, crea
nichos de ilusión, imagina imposibles palacios de cristal, y sueña frágiles estructuras de hielo que pronto
se diluyen bajo tenues resplandores de soles
primaverales.
La
fanfarria montaraz de insanos depredadores irrumpió irreverente en los estrados
escogidos para incubar la paz, y alteró el banderazo inicial de esa lid que,
entrelazada en palabras pulcras, esperábamos nos encaminara hacia promisorios
espacios para la verdad, la justicia y
la reparación.
No
fue raro que así sucediera. Nada bueno podía
esperarse de victimarios que se proclaman víctimas, de obligados reparadores
que pretenden exigirnos reparación, de cínicos petardistas que quieren ignorar
la aplastante magnitud de sus perversidades y latrocinios.
Lacerantes
experiencias del pasado demandaban otra actitud de nuestra parte, pero, incautos
unos y condescendientes otros, de nuevo fuimos asaltados en nuestra buena fe, y
aquí quedamos en esta angustia pendular sobre la infinita profundidad del
vacío.
No
es una ofensa simple la que nos infiere el enemigo. Contra todos los vientos
hemos navegado para consolidar la democracia, la libertad y el orden. Con
sangre y lágrimas hemos pagado el precio de nuestra vocación republicana, la
muerte y el exilio fueron el destino fatal de muchos de los nuestros.
Pero
hoy, cuando nos creíamos liberados de la violenta adversidad que nos plantearon
los promotores de la lucha de clases, desde la gélida Oslo se nos amenaza
con reiniciar la brutal combinación de todos los medios de lucha para desestabilizar
el Estado que nos agrupa y nos protege.
El
destartalado discurso que nos sindica de sometimientos al imperialismo, el llamado
a desmantelar nuestras fuerzas armadas regulares, los repudiables señalamientos
personales a respetables líderes políticos y a tenaces emprendedores de la
industria nacional, la irresponsable convocatoria a las clases populares para
que se alcen contra las instituciones, contra la sociedad que trabaja y que se esfuerza para consolidar la vida familiar
y la sana actividad pública, constituyen alerta temprana que debemos atender con
prontitud para impedir el derrumbamiento de nuestro ser nacional.
A
quienes conspiran contra Colombia y contra su integridad constitucional les
hacemos saber que somos un pueblo erguido y digno. Pertenecemos a una comunidad
que tiene definidas sus metas de valor y conoce el alcance de sus conquistas
libertarias. No necesitamos falsos voceros que confunden sus mezquinas ambiciones
delincuenciales con nuestras limpias aspiraciones de fortalecimiento cultural y
entidad patriótica. Somos fieles al sentimiento de soberanía que nos legaron
los verdaderos artífices de la independencia nacional, y estamos dispuestos a defender esa herencia que
nos acerca al crecimiento espiritual, al progreso económico, al desarrollo
sostenible y a la convivencia civilizada que, en esta globalización postmoderna,
caracterizan a los pueblos que interactúan y cooperan en armonía.
Rechazamos
la prolongación del enfrentamiento fratricida bosquejado por siniestros
portavoces de populismos anacrónicos que
ahora campean en esta región continental, donde afloran caudillismos tardíos
que nada tienen para enseñarnos.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
19.10.12