Tanto
y tantos manosean la paz, que asistimos ahora al absurdo sainete de unos
pacificadores revolcándose en la violencia; una convivencia bañada en sangre; una negociación sustentada en
la mentira; y un desorden público institucionalizado, llámese marco legal para
la paz, que sólo satisface a quienes dinamitaron
el Estado de Derecho.
A
gentes sencillas y humildes, a bonachones
que por allí deambulan, a los conformes irredentos y a
muchos ciudadanos ejemplares; a los de buena armazón moral pero endeble estructura
ideológica; les vendieron una utopía plagada de vicios, y con esa utopía como estandarte, mientras
agitan el pendón blandengue de la paz, van propinando golpes arteros con el oculto garrote de la
impunidad.
En
los últimos días nos convocan a esperanzada prudencia que más se asimila a
conminación para callar.
Se
molestan algunos porque otros no creemos, se incomodan muchos porque algunos dudamos,
vociferan los de allá porque los de acá reclamamos, y hasta insultan los de más
allá porque los de más acá opinamos en contrario.
Lo
palpable es que el país se ofende ante la chusma que atropella con sus
violencias, ante esos que ahora se proclaman víctimas; al ser nacional lo
amenaza una mesnada parlanchina que pretende reparaciones en lugar de hacerlas;
lo asedia una turba que quiere curules en lugar de celdas; y lo engañan unos dialogantes perversos que
mudan los vocablos de la tipología penal por palabras inanes, para defender, como
si fueran conductas legítimas, graves ofensas
inferidas a los secuestrados, a los torturados, a los mutilados, a los
forzosamente reclutados, a los asesinados y a los desaparecidos.
Hay
que mermarle de parte y parte. De parte de la guerrilla toca mermarle a la
mendacidad, de parte del gobierno toca mermarle al ventorrillo de ilusiones y a
la promoción de sueños.
Los
seres humanos por naturaleza soñamos con la paz. Amañados estuvimos en la
plácida ternura del útero materno hasta cuando nos extraditaron a esta luz que
hoy es tiniebla. Desde entonces, itinerantes ilusos, integramos la quimérica
vanguardia del retorno, sin sospechar siquiera que el retorno no existe.
A
nosotros nos gusta la paz, claro está, la paz verdadera, la paz interior. Y tratamos de llevarla en nosotros aunque se
torne esquiva. Y celebramos que nuestros
conciudadanos, gente que piensa como el
común de las gentes, vivan su propia paz intensamente, porque la paz pública,
la paz social, se percibe distante.
Dudamos
de ese abrazo con que nos amenazan Timochenko y los suyos, porque nos puede
estrangular, porque carece de justicia y de verdad. Desconfiamos de esas manos ensangrentadas que
nos tienden los terroristas, porque, en el mejor de los casos, lo que buscan es
una transacción comercial, con ausencia de valor espiritual, para eludir la
sanción que tienen merecida.
Eso
sí, seguimos refugiados en el Estado de Derecho, para que nos garantice, como
debe ser, nuestra vida, honra y bienes.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
24.09.12