Las
torcidas manipulaciones de los fundamentos ideológicos que deben caracterizar,
signar, o darle entidad e imagen a una
organización política, han sido tan intensas y han enredado tanto a la sociedad
y a los propios partidos, que hoy son muchos los que no saben en qué quedó lo
que defendían sus agrupaciones y sus dirigentes.
El
acomodamiento lagartijo de algunos líderes sociales, que mueven votos, claro
está, pero que se muestran inútiles para preservar lineamientos programáticos y
defender postulados filosóficos que los diferencien de otras especies
reptantes, hace que los electores terminen eligiendo personas y haciendo cosas francamente
indeseables.
Los
lentejos, monumental referencia bíblica a quienes son capaces de enajenar la dignidad para calmar inconfesables apetitos, se
hundieron en sus contradicciones y arrastraron consigo a los desprevenidos y a los incautos,
y entre semejante barahúnda muchos
partidarios de nobles causas resultan utilizados para impulsar causas innobles.
Los
avances incontenibles de las
asociaciones criminales en el manejo del Estado, que todo lo tocan para que
todo se pudra, dejan su huella purulenta en la irreversible deformación del
buen concepto de administración pública.
Ya
casi no hay barreras para nadie ni para nada. Y al que intente recordar que
algunas subsisten lo califican retrógrado o cavernario. Denunciar la pestilencia de algunos estamentos
o reclamar por el desmedro de las instituciones es el camino más corto para
matricularse como integrante de la mano negra o como artífice de la publicidad
negra.
El
imperio del absurdo trocó el sentido y
el significado de los intereses y conveniencias sociales, en tal medida y de
tal manera, que ahora los descarriados son los que marcan pautas y caminos a
seguir.
Se
ha hecho obligatorio estar de acuerdo con los perturbadores para no perturbar y
casi que resulta necesario aplaudir a los contradictores para no fraccionar a
la sociedad.
Cuando
desde las altas esferas del poder se nos
reclama semejante unanimidad, se nota más el desbarajuste estructural del
Estado que imaginábamos respetuoso de los derechos ciudadanos a participar en el diseño de la
política criminal, a opinar sobre el manejo del patrimonio colectivo, y a
enaltecer el ejercicio de la actividad política.
Ahora, cuando exigimos transparencia o advertimos los riesgos de
impunidad frente a crímenes atroces, si
pedimos explicaciones o demandamos mesura en el otorgamiento de beneficios a los
violentos, sencillamente se nos rotula como enemigos de la paz.
Entre
tantos desvíos ocasionados por la inconsistencia ideológica de las élites; esas que disfrutan a plenitud el reparto de
gabelas contractuales, el turno de curules, y el embadurne de mermelada; el mayor de esos desvíos viene a ser la convocatoria
a la marcha del martes 9 de abril, una marcha promiscua como pocas, babosa casi, profundamente difusa en sus
propósitos y ciertamente oscura en su financiación, una marcha que tanto puede
ser para reivindicar a las víctimas y solidarizarse por la paz, como para
apoyar a los victimarios y legitimar sus violencias.
En
esta marcha no se sabe por qué ni para
quienes marchar.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
abril 7 de 2013