Es difícil fijar punto de partida que facilite
determinar los orígenes y analizar científicamente el laberinto político, económico y sociológico del Cauca.
Egoísmo, envidia y torpeza parecen condiciones
genéticas predominantes en este ambiente de dispersión, que cíclicamente recrudece
para causar incalculables daños inmediatos, y dejar efectos residuales irreparables.
Los conflictos, porque no es uno ni único,
abundan y se multiplican sobre toda la geografía en que vivimos confinados a
consecuencia de unas guerras familiares ya lejanas, y de unas delimitaciones
administrativas posteriores que nos distanciaron del progreso, de las
oportunidades comerciales con el resto del país y con el mundo.
Somos un reducto territorial agreste, un
sector de paso azotado por insólitos vendavales étnicos culturalmente autodestructivos.
Miopía y mezquindad asfixian esta ínsula preñada de maravillas y riquezas
naturales. Incapaces de usufructuarlas y disfrutarlas en convivencia, conforme
a métodos racionales de sostenibilidad ambiental que novísimas teorías del
crecimiento productivo dejan al alcance, preferimos agredirnos y aniquilarnos.
Entre tanto inclementes hordas procedentes de
todos los puntos cardinales arrasan exiguos recursos presupuestales públicos, y
montan sus imperios familiares en la lejana Bogotá, desde donde nos carean para
guerrear en su nombre y a beneficio de sus particulares intereses.
El caucano de hoy, y probablemente el de
siempre, en demencial antropofagia arrincona, fulmina, desfigura, aplasta y
destruye tanto al coterráneo como al advenedizo valiosos, con visceral empeño de
obstruir el florecimiento de otros estilos políticos, el empoderamiento de generaciones
progresistas, el afianzamiento de desarrollos comerciales eficientes, y se
parapeta en extinguidas y dudosas purezas de raza, y en discutibles tradiciones
posesorias de unos territorios que, de seguir como van, pasarán al criminal
dominio de bandas organizadas, históricamente dispuestas a copar con sus
oscuras fortunas los humeantes predios abandonados tras estúpidas
confrontaciones fraternas.
En el universo de la manufactura industrial no
contamos para nada, prueba de ello es que nadie ha reclamado por desabastecimiento
de materias primas o productos elaborados en la Meseta de Popayán, en cambio
sí, la comunidad payanesa sufre el faltante de alimentos, medicamentos,
combustibles y múltiples bienes
indispensables en la vida de relación que aquí no se procesan. De contera, incipientes avances agroindustriales, rústicos
proyectos fabriles, pequeños emprendimientos artesanales, mínimos despegues
turísticos se precipitan a la ruina financiera tras anacrónicas protestas indigenistas
manipuladas por el terrorismo supérstite.
Después de absurdos atropellos, desmanes, y menoscabo
a derechos fundamentales constitucionales, unos de naturaleza individual y otros de estirpe colectiva, ocurridos sobre tramo de dominio público, que
tal es el viaducto internacional globalmente conocido como Carretera
Panamericana, a ningún inversionista legítimo y sano de mente se le ocurrirá montar comercio
lícito en tierras ariscas y bárbaras, en las que vida, bienestar, y patrimonio
del ciudadano decente no tienen protección.
Y entre estólidos desordenes aparecen
pontífices que justifican el bravucón estilo de los amotinados con agria
censura contra quienes deploramos el caos. A tanta corrección política no nos
pueden inducir los pedagogos de la paz, que pretenden enseñarnos a decir que
estamos de acuerdo con lo que no debemos estarlo. El derecho a disentir es un
derecho natural inalienable.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 10.06,16