sábado, 11 de junio de 2016

Terrorismo, narcotráfico y bloqueo



 Es difícil fijar punto de partida que facilite determinar los orígenes y analizar científicamente el laberinto político, económico  y sociológico del Cauca.

 Egoísmo, envidia y torpeza parecen condiciones genéticas predominantes en este ambiente de dispersión, que cíclicamente recrudece para causar incalculables daños inmediatos, y dejar efectos residuales irreparables.

 Los conflictos, porque no es uno ni único, abundan y se multiplican sobre toda la geografía en que vivimos confinados a consecuencia de unas guerras familiares ya lejanas, y de unas delimitaciones administrativas posteriores que nos distanciaron del progreso, de las oportunidades comerciales con el resto del país y con el mundo.

 Somos un reducto territorial agreste, un sector de paso azotado por insólitos vendavales étnicos culturalmente autodestructivos. Miopía y mezquindad asfixian esta ínsula preñada de maravillas y riquezas naturales. Incapaces de usufructuarlas y disfrutarlas en convivencia, conforme a métodos racionales de sostenibilidad ambiental que novísimas teorías del crecimiento productivo dejan al alcance, preferimos agredirnos y aniquilarnos.

 Entre tanto inclementes hordas procedentes de todos los puntos cardinales arrasan exiguos recursos presupuestales públicos, y montan sus imperios familiares en la lejana Bogotá, desde donde nos carean para guerrear en su nombre y a beneficio de sus particulares intereses.

 El caucano de hoy, y probablemente el de siempre, en demencial antropofagia arrincona, fulmina, desfigura, aplasta y destruye tanto al coterráneo como al advenedizo valiosos, con visceral empeño de obstruir el florecimiento de otros estilos políticos,  el empoderamiento de generaciones progresistas, el afianzamiento de desarrollos comerciales eficientes, y se parapeta en extinguidas y dudosas purezas de raza, y en discutibles tradiciones posesorias de unos territorios que, de seguir como van, pasarán al criminal dominio de bandas organizadas, históricamente dispuestas a copar con sus oscuras fortunas los humeantes predios abandonados tras estúpidas confrontaciones fraternas.

 En el universo de la manufactura industrial no contamos para nada, prueba de ello es que nadie ha reclamado por desabastecimiento de materias primas o productos elaborados en la Meseta de Popayán, en cambio sí, la comunidad payanesa sufre el faltante de alimentos, medicamentos, combustibles y múltiples  bienes indispensables en la vida de relación que aquí no se procesan. De contera,  incipientes avances agroindustriales, rústicos proyectos fabriles, pequeños emprendimientos artesanales, mínimos despegues turísticos se precipitan a la ruina financiera tras anacrónicas protestas indigenistas manipuladas por el terrorismo supérstite.

 Después  de absurdos atropellos, desmanes, y menoscabo a derechos fundamentales constitucionales, unos de naturaleza individual y  otros de estirpe colectiva,  ocurridos sobre tramo de dominio público, que tal es el viaducto internacional globalmente conocido como Carretera Panamericana, a ningún inversionista legítimo y  sano de mente se le ocurrirá   montar comercio lícito en tierras ariscas y bárbaras, en las que vida, bienestar, y patrimonio del ciudadano decente no tienen protección.

 Y entre estólidos desordenes aparecen pontífices que justifican el bravucón estilo de los amotinados con agria censura contra quienes deploramos el caos. A tanta corrección política no nos pueden inducir los pedagogos de la paz, que pretenden enseñarnos a decir que estamos de acuerdo con lo que no debemos estarlo. El derecho a disentir es un derecho natural inalienable.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 10.06,16