Popayán no debiera tener, en estos tiempos,
ninguna incertidumbre sobre la genuina vocación urbanística de sus franjas no
construidas.
Las ciudades modernas presentan
características que corporaciones colegiadas y autoridades municipales no pueden ignorar. Si las
ciudades medievales se distinguieron por sus estrechas callejas laberínticas,
las de ahora se caracterizan por la generosidad de espacios destinados al
ornato, al confort callejero, al peatón, al discapacitado, al ciclista, y a
toda suerte de vehículos automotores que agilizan las actividades
contemporáneas.
Autorizar calles estrechas, sin andenes, sin
jardines, sin bahías de aparcamiento y sin posibilidades de desplazamientos a
baja, mediana y alta velocidad, es como imaginar que no habrá crecimiento
demográfico, desarrollo empresarial, incremento comercial ni necesidad futura de
trasladarse rápidamente dentro o fuera de los perímetros urbanos.
La marca de estas épocas es la movilidad.
Todos los habitantes de una urbe, la que sea, desean crecer en todos los
sentidos, personalmente porque se quieren educar y participar en la actividad
pública, económicamente porque van en la búsqueda de mejores oportunidades y
niveles de vida para sí y para sus familias, culturalmente porque anhelan
intervenir en las diferentes expresiones del ser social a partir de alguna
manifestación artística o de otras opciones interactivas que en la vida moderna
se multiplican sin cesar, y ese querer aprender, participar, intervenir y contribuir
a la construcción de ciudad conlleva tener la posibilidad de ir y venir sin
mayores dificultades.
A Popayán se le mojaron los papeles en materia
de previsión. La ola constructiva que ahora se vive, vino a mostrar que
dormíamos en los momentos que la ciudad reclamaba regulación urbanística. Es
increíble, pero es cierto, que a los inmensos conjuntos habitacionales ya
terminados y a los que se encuentran en procesos avanzados, no se les haya
exigido reservar zonas libres y amplias para impulsar en ellas actividades
lúdicas y recreativas públicas, o para ampliar las incipientes redes de
transportes que ahora funcionan, ni se les haya impuesto la obligación de
proteger y respetar bosques, humedales, nacimientos de riachuelos o reductos de
fauna, flora y vida silvestre.
Alguna solución deben ingeniarse los
burócratas competentes en todas esas materias que necesariamente se atan al
urbanismo, al desarrollo y al crecimiento ordenado y estético de la ciudad,
para que por lo menos no se sigan cometiendo evidentes atropellos contra la
seguridad del peatón y contra inalienables derechos ciudadanos a disfrutar de
viviendas en espacios no contaminados ni contaminables por ruido, humo, polvo y
múltiples actividades comerciales de rebusque.
Actuales polémicas citadinas sobre construcción
de bodegas en sectores que ya habían definido su perfil residencial, en los que
funcionan instituciones educativas que sirven a infancia y juventud allí
afincadas, o la intención de cambalachar parte de una villa deportiva para
destinar buena porción de las canchas de futbol al funcionamiento de una
ferretería, son notas discordantes en una ciudad que ha tenido fama de respetar
derechos, valores y tradiciones.
Ojala los municipios vecinos tomen nota del
desorden imperante en la capital y comiencen a implementar reglamentos que
atajen actividades urbanísticas inadecuadas ya florecientes.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 02.08.14