sábado, 2 de agosto de 2014

Ordenamiento urbanístico urgente




 Popayán no debiera tener, en estos tiempos, ninguna incertidumbre sobre la genuina vocación urbanística de sus franjas no construidas.

 Las ciudades modernas presentan características que corporaciones colegiadas y autoridades  municipales no pueden ignorar. Si las ciudades medievales se distinguieron por sus estrechas callejas laberínticas, las de ahora se caracterizan por la generosidad de espacios destinados al ornato, al confort callejero, al peatón, al discapacitado, al ciclista, y a toda suerte de vehículos automotores que agilizan las actividades contemporáneas.

 Autorizar calles estrechas, sin andenes, sin jardines, sin bahías de aparcamiento y sin posibilidades de desplazamientos a baja, mediana y alta velocidad, es como imaginar que no habrá crecimiento demográfico, desarrollo empresarial, incremento comercial ni necesidad futura de trasladarse rápidamente dentro o fuera de los perímetros urbanos.

 La marca de estas épocas es la movilidad. Todos los habitantes de una urbe, la que sea, desean crecer en todos los sentidos, personalmente porque se quieren educar y participar en la actividad pública, económicamente porque van en la búsqueda de mejores oportunidades y niveles de vida para sí y para sus familias, culturalmente porque anhelan intervenir en las diferentes expresiones del ser social a partir de alguna manifestación artística o de otras opciones interactivas que en la vida moderna se multiplican sin cesar, y ese querer aprender, participar, intervenir y contribuir a la construcción de ciudad conlleva tener la posibilidad de ir y venir sin mayores dificultades.

 A Popayán se le mojaron los papeles en materia de previsión. La ola constructiva que ahora se vive, vino a mostrar que dormíamos en los momentos que la ciudad reclamaba regulación urbanística. Es increíble, pero es cierto, que a los inmensos conjuntos habitacionales ya terminados y a los que se encuentran en procesos avanzados, no se les haya exigido reservar zonas libres y amplias para impulsar en ellas actividades lúdicas y recreativas públicas, o para ampliar las incipientes redes de transportes que ahora funcionan, ni se les haya impuesto la obligación de proteger y respetar bosques, humedales, nacimientos de riachuelos o reductos de fauna, flora y vida silvestre.

 Alguna solución deben ingeniarse los burócratas competentes en todas esas materias que necesariamente se atan al urbanismo, al desarrollo y al crecimiento ordenado y estético de la ciudad, para que por lo menos no se sigan cometiendo evidentes atropellos contra la seguridad del peatón y contra inalienables derechos ciudadanos a disfrutar de viviendas en espacios no contaminados ni contaminables por ruido, humo, polvo y múltiples actividades comerciales de rebusque.

 Actuales polémicas citadinas sobre construcción de bodegas en sectores que ya habían definido su perfil residencial, en los que funcionan instituciones educativas que sirven a infancia y juventud allí afincadas, o la intención de cambalachar parte de una villa deportiva para destinar buena porción de las canchas de futbol al funcionamiento de una ferretería, son notas discordantes en una ciudad que ha tenido fama de respetar derechos, valores y tradiciones.

 Ojala los municipios vecinos tomen nota del desorden imperante en la capital y comiencen a implementar reglamentos que atajen actividades urbanísticas inadecuadas ya florecientes.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 02.08.14