domingo, 17 de julio de 2016

El reencauche del conflicto




Impensable hace una década que Colombia llegara al desbarajuste institucional y a la inestabilidad jurídica en que hoy está.

 Pocas cosas  funcionan como es debido, conforme a los procedimientos, o como manda la Constitución, y a dicho tremedal condujo el régimen actual en delirante empeño de disimular acciones jurídica y moralmente repudiables.

 Quienes a ojo cerrado defienden las torcidas arengas, las torpes manipulaciones, y los impúdicos recados del mandatario hacia funcionarios estatales que tienen como supremo encargo defender la integridad de la Constitución, se atrincheran en la paz como callejera consigna populista, pero nunca como estado ideal del espíritu humano. Usan la paz como rústico instrumento de maniobra social, mas no como regla ética que genere convivencia mediante inconcuso respeto a principios superiores.

 En normales condiciones de equilibrio emocional es apenas lógico que las personas respetuosas del ordenamiento legal, los colombianos de bien para ser precisos y concretos, anhelemos esa particular condición de apaciguamiento que serena los ímpetus, nada mejor habría de disfrutarse si el ambiente gubernamental fuera propicio, pero no lo es, por el contrario se observa enrarecido y corrupto.

 Este país que tuvo arrinconados a los promotores del desorden público, que les redujo significativamente los campos de cultivos ilegales, que alcanzó a mostrarles a nuevas generaciones unas vías legítimas para crecer económicamente y superar la pobreza material mediante necesario abandono de ilicitudes y violencias de cualquier naturaleza, vuelve a hundirse en malsanas frondas de raigambre mafiosa.

 No terminan de limpiarse los bigotes todos los tragones usufructuarios del reparto presupuestal, que bien pagos pregonan irreales estadios de postconflicto, cuando ya emergen fortalecidas y desafiantes prósperas organizaciones criminales de las que vocinglera fanaticada gobiernista inútilmente intenta ocultar el origen, que es el mismo de los tiempos de Samper, la intromisión del narcotráfico en altas esferas de los  poderes establecidos.

 A ningún mandatario cuerdo y serio se le puede ocurrir que el crimen se combata dejando de combatir sus fuentes de financiación. Si algo les duele a mafias de todo genero es el bolsillo, porque lo que ellas buscan es incrementar demencialmente sus fortunas insultantes,  y sólo es posible menguarlas y aniquilarlas si se les controla y reduce el nivel de utilidades monetarias. Pero al gobierno y sus asesores se les antojó suspender fumigaciones y necesariamente crecieron las plantaciones y el tráfico de narcóticos.

 Obesos multimillonarios enriquecidos al margen de la ley, que se muestran dispuestos a firmar la falsa paz de Santos, lo hacen cansados de atiborrar sus arcas. Los muy aburguesados pretenden jubilarse y disfrutar inmerecidos reconocimientos. Hartos de asesinar, subvertir, pervertir y traficar, parece que aparte de devengar como legisladores también se aprestan a que las tropas de la patria desfilen ante ellos y les rindan honores militares.

 Candidato a enjuiciamiento criminal por traición a la patria resultará  el mandatario  si facilita tan deshonrosa pantomima, mucho más cuando empedernidos delincuentes, genéticamente afines a los que anuncian retiro,  reciben la posta,  heredan territorios  y fundamentalmente  instrucciones inamovibles para demoler el Estado.

 Crecen los peligros ahora que el narcotráfico puede asumir apariencia medicinal.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 17.07.16