viernes, 10 de febrero de 2012

La majestad empañada


La inhabilidad fulminada por la justicia española contra el engominado Baltasar  Garzón, y la pérdida definitiva de su cargo,  abre necesario  debate internacional sobre la prepotencia de algunos funcionarios judiciales que, cautivados por las brumas del poder, consideran que todos sus actos, incluidos los  ofensivos de la legalidad, están a salvo de sospechas y exentos de tachas.

Los mejores amigotes de Baltasar Garzón insultan a magistrados españoles que lo hallaron culpable, argumentan que investigación y condena se le aplicaron por ser un  defensor de derechos humanos, pero no analizan las violaciones ejecutadas por el reo, ni se  detienen a pensar que la decisión sancionatoria, aprobada por el Tribunal Supremo de España, lo fue por unanimidad de sus integrantes.

El tema no es barato, como no lo es el personaje sancionado,  pero, cosas de la vida,  el temible juez, ampuloso protagonista de la justicia espectáculo,  para potenciar los fulgores de su ego  optó por atropellar derechos y cercenar garantías procesales, tanto  a los investigados como a sus abogados defensores, dentro de un caso judicial por corrupción y blanqueo de capitales, bien conocido como la trama Gurtel, que Garzón instruyó.

El lamentable suceso desdibuja y controvierte la respetabilidad del sonoro funcionario, y empaña la majestad de la justicia a nivel universal, pues el condenado juez español juega importante papel en las burocráticas entrañas de la Corte Penal Internacional.

Lo complicado no es que lo sancionen por incurrir en vulgares chuzadas a las conversaciones telefónicas de unos  presos con sus abogados defensores, injustificable actitud violatoria del derecho a la defensa y a las garantías procesales, sino que,  otras conductas suyas, también investigadas y pendientes de juicio,  pueden ser tanto o más graves que las chuzadas causantes de su expulsión.

Es muy probable que la acusación  por prevaricato,  al querer desenterrar, contra derecho, algunas causas ya sepultadas mediante una ley de amnistía promulgada en 1977,  y el corrupto comportamiento de recibir dineros del Banco Santander, para hacer turismo académico, mientras era titular de un juzgado de instrucción criminal,  también terminen en condena y consoliden su definitiva expulsión de la judicatura.

Tanto va el cántaro al agua hasta que al fin se rompe. El juez de marras, que asumió las funciones de  inquisidor global, incurrió en tantos y tan condenables despropósitos, que terminó confundido entre los intrincados linderos de sus extendidas competencias y resulto autor de peores delitos que los imputados a quienes lo denunciaron.

En síntesis, a un juez de semejante voltaje, tan implacable en sus pesquisas y  letal en sus afirmaciones, no puede exigírsele menos  que sumisión a éticos principios  y  acatamiento a positivos ordenamientos, lo elemental del derecho punitivo, como son la guarda  del  secreto profesional  que obliga a los abogados de la defensa en todos los rincones del mundo, y que los operadores judiciales deben respetar; la garantía de que las sentencias  se  estructuren sobre pruebas legalmente recaudadas y oportunamente allegadas al proceso;  y la seguridad jurídica que, en cualquier caso, debe rodear a quienes reciben los beneficios de una amnistía constitucionalmente tramitada.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 09.02.12

miércoles, 1 de febrero de 2012

Enredados


Es  compleja y de difícil comprensión la problemática socio política colombiana, en cuyo panorama sobresalen habilidosos negociantes que con sus apetitos, individualismos y particulares conveniencias, se juegan a fondo por el control de la contratación estatal y el manejo general del aparato administrativo, aunque para concretar sus ambiciones dejen en la estera a la Nación.

Tal parece que los  intereses colectivos ya no cuentan. Para los depredadores de las arcas oficiales da  lo mismo comenzar y  proseguir la construcción de un túnel que ordenar la suspensión de la obra;  respetar la destinación de predios adquiridos para construir una vía prioritaria que convertirlos en lotes multipropósito; entregarle los espacios de televisión al periodismo responsable o a la academia que ponerlos al servicio de la anarquía; investigar y sancionar a funcionarios deshonestos que permitirles el uso y abuso de sus pequeñas parcelas de poder.

Ahora es normal que nocivos personajes de la vida pública, de esos que debieran estar en prisión o cabalmente impedidos para gestionar asuntos de Estado, sigan orondos y campantes en los despachos oficiales, o marquen pautas oscuras y enrarecidas sendas  a los testaferros que allí los representan.

La nefanda radiografía del Estado no es nueva ni parece producir angustia, y eso es lo que convoca a la reflexión, porque si no está bien que el diagnóstico siga siendo malo y de pronóstico reservado, mucho peor es que al paciente se le nieguen los antibióticos.

Una sociedad desinteresada y muda, que no se sorprende frente al desorden ni se interesa por combatirlo, es una sociedad enferma.

No es serio decirle al país que una obra en plena ejecución, como acaba de suceder con el Túnel de Oriente, que reduciría el tiempo de viaje entre Medellín y el Aeropuerto de Rionegro, ha sido suspendida mientras se verifica si su culminación no genera daños ambientales; tampoco es serio  desestimar el impacto urbanístico  y de movilidad, que sufriría Bogotá, si se modifica radicalmente el proyecto vial de la Autopista Longitudinal del Occidente, durante tantos años esperada.

A ciertos mandatarios regionales les hace falta desentrañar el legítimo sentido de pertenencia que los colombianos tienen frente a importantes obras públicas nacionales, aunque estas se adelanten  en reducidos espacios de las comarcas que ellos gobiernan.

Fundamentalmente deben entender los efectos generales de las condenas indemnizatorias, que  por fallas o errores de la Administración, o por caprichos de los elegidos, pagan todos los electores.

Aunque algunos ciudadanos se conforman con pensar que el Estado puede repetir contra los operadores administrativos causantes del error, la falla  o la condena, en la vida real es imposible que un particular, el funcionario o ex funcionario promotor del estropicio, responda con su patrimonio por  detrimentos económicos gigantescos en donde los puros costos de la suspensión, para el caso Medellín, se tasan en miles de millones de pesos al día.

Lo que  se necesita es seriedad y pulcritud en el manejo de la cosa pública, sobre todo ahora cuando las demandas contra el Estado, por 1.000 billones de pesos, lo tienen al borde de la quiebra.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán 29.01.12