domingo, 28 de abril de 2013

Bandas criminales



Burócratas de la Cruz Roja Internacional piden normas que especifiquen a las víctimas de bandas criminales como sujetos de asistencia y reparación oportuna.
Nos hemos acostumbrado a recibir instrucciones pontificales de numerosos observadores, asesores y contratistas extranjeros, quienes nos sindican de violar derechos humanos mientras olvidan que todos los colombianos somos víctimas de los mismos  narcoterroristas, delincuentes que en nada cambian aunque cambien de rótulos.
A esos consejeros internacionales se les ocurre que Colombia es la mama del crimen, y que el poder legislativo  debe idear nuevas instituciones penales específicas ante cada evento delincuencial que estremece a la sociedad, aunque se trate de sempiternas conductas punibles que igual ocurren aquí o en el primer mundo.
Eso de permanecer imaginando normas e incisos, para remediar las mismas  infracciones criminales  que a diario suceden, es solución mandada a recoger.
Lo que Colombia necesita para combatir el crimen organizado, con la colaboración incondicional de la comunidad internacional,  es aplicar seria y  rigurosamente la legislación ya  existente, sin negociar ventajas para ningún grupo delictivo.
El problema maestro es el bloqueo intencional a la correcta aplicación de normas sustantivas y procesales vigentes, mas no la ausencia de leyes aplicables.
Se estila, por ejemplo, otorgar escandalosas rebajas de penas a cambio de unas delaciones y colaboraciones pichicatas que poco descubren y nada esclarecen. Pues semejante mecanismo,  legal sí pero utilizado sin ética ni provecho social alguno,  termina potenciando torcidas componendas probatorias que se orientan a lograr los descuentos punitivos pero no a dilucidar la verdad ni hacer justicia.
Esos montajes siempre aprovechan laxas costumbres morales de  funcionarios indeseables que con dolo concurren a tumbar procesos y programar prescripciones.
Normas no faltan, lo que falta  es poner a funcionar bien las existentes, purgar el aparato operativo de la  justicia, impedir el premeditado archivo de investigaciones, evitar que desde las instancias judiciales se patrocine el crimen, y cerrarle puertas a vivarachas fundaciones que mañosamente esquilman a las víctimas y las obligan, mediante ventas forzadas,  a recibir motocicletas y electrodomésticos como indemnización.
La buena práctica de una política criminal dirigida a sancionar por parejo a quienes incurran en violaciones secularmente tipificadas como delitos, y el acompañamiento permanente por parte de entes disciplinarios que en esta tierra abundan,  harían innecesaria esa compulsión reglamentaria que funcionarios extranjeros aconsejan.
Excesiva normatividad incongruente unas veces  y otras contradictoria,  sólo sirve para establecer nichos de impunidad que los transgresores aprovechan a su amaño.
A nada conduce la acuciosa categorización y estratificación de víctimas en un país asediado de manera general por iguales factores de violencia.
Esas clasificaciones artificiosas,  que pretenden diferenciar la intensidad del dolor y la entidad del daño porque el victimario es paramilitar, guerrillero, narcotraficante  o bandido emergente, simplemente dilatan la oportuna reparación a las víctimas del mismo conflicto.
La manía clasificadora de criminalistas y de  organismos empeñados en brillar como   protectores de derechos humanos, antes que promover reparaciones eficaces, induce a pretermitir instrumentos legales idóneos para  contrarrestar el auge de asociaciones criminales que transforman el aviso publicitario cuando el Estado de derecho las arrincona.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, abril de 2013