jueves, 26 de julio de 2012

Colombia herida


Tener herramientas jurídicas y no  utilizarlas, sobre todo por parte de quienes tienen la obligación legal de hacerlo, es como pasearse por encima del código penal.

Colombia,  país de leyes, se mueve en la esfera de los que tienen herramientas y no las usan aunque tengan obligación jurídica de hacerlo. Es decir,  los funcionarios oficiales en Colombia no aplican los estatutos prohibitivos que fijan sanciones a quienes agotan el comportamiento prohibido.

Así es en todo; el mototaxismo da mucha tela para cortar. En gran parte del territorio nacional, con ese medio irregular de transporte, se desbordan los reglamentos de tránsito  sin que nadie someta al gremio.

En regiones apartadas, esas de permanente ausencia estatal, el servicio se presta con motocicletas robadas, y en aquellos lugares donde los vehículos no son robados acontece que funcionan sin seguro obligatorio, en pésimas condiciones de seguridad mecánica, y utilizando insalubres cascos y chalecos que debieran pasar al horno crematorio por elementales razones de aseo.

Los dueños de compraventas automotrices sencillamente se apropiaron de los espacios públicos, sin que ninguna autoridad los requiera para que ejerzan su comercio al interior de locales debidamente dotados para ello. En algunos de esos establecimientos se lavan carros y se realizan reparaciones mecánicas en plena calle y andenes públicos, con alto riesgo para los peatones, quienes deben hacer peligrosas piruetas sobre la calzada vehicular para que no los atropellen los agresivos conductores de toda suerte de aparatos, que irresponsablemente se desplazan a velocidades  de vértigo.

Y ni qué hablar de los curadores urbanos; a cambio de propinas, o mediante el cobro ilegal de jugosas tajadas, autorizan la indebida construcción de toda suerte de cambuches y  cacetas para que allí funcionen negocios de dudosa legitimidad. Aparte de que algunas zonas residenciales, destinadas a vivienda unifamiliar, en que la mayoría de habitaciones tienen una o dos plantas, se ven asediadas con la  inverosímil construcción   de  aparatosas moles de apartamentos, desde cuyos pisos elevados se observa todo lo que suceda al interior de las viviendas bajas y, en verdaderos paños menores,  los atropellados propietarios de patios interiores, sagrados espacios familiares, quedan sometidos a la impúdica mirada de vecinos depravados que hasta los gravan en videos, o simplemente los observan a mansalva durante el diario ejercicios de humanas funciones vitales.

El propio Presidente de la República abrió plaza violando la Constitución Nacional, cuando cambió olímpicamente la terna para que los cómplices magistrados de la Corte pudieran elegir la Fiscal que querían. Y siguió violando la Constitución al implementar curioso mecanismo ilegítimo para reversar afrentosa reforma a la justicia por él mismo patrocinada.

Ante ese hiriente panorama de violaciones directas y de omisiones indolentes no resulta raro, aunque sí doloroso, que se haya permitido a indignos indígenas del Cauca sacar a empellones a dignos representantes de la fuerza pública de unos territorios que a todos los colombianos nos pertenecen.

Quiera Dios, y los operadores judiciales competentes, que la sancionada Piedad Córdoba no pase impune con sus nuevos graves comportamientos  contra el Estado y la Seguridad Nacional.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, julio de 2012

sábado, 14 de julio de 2012

El laberinto


Inexplicablemente  el Presidente Santos,  enredado en las veleidades del poder,  utiliza explosivas mezclas de arrogancia y ambición personal  para construirse  intrincado laberinto en el que ofrece sacrificios humanos,  como en la antigua Creta, para tratar de aplacar al Minotauro.

Muy mal asesorado y pésimamente  envalentonado,  el decadente  mandatario nacional pretendió mostrar un control  territorial que no tiene  y una audacia política retadora en la que el tiro le salió por la culata.

Temerario gesto suicida ese de venir  a realizar costoso Consejo de Ministros en  histórico polvorín que, desde las alturas de la Cordillera Central,  amenaza la tradicional dinámica agropecuaria del departamento del Cauca  y al emporio industrial Vallecaucano.

Toribío, Tacueyó, Jambaló y Mosoco,  álgidos escenarios geográficos encaramados en la mole andina que se  desgaja  del macizo de Almaguer,  y  que  abraza los departamentos del Cauca, Valle, Tolima y Huila,  no han sido domeñados por la institucionalidad.

Quien  haya ingresado a territorios ancestrales de Paeces y Pijaos  sabe perfectamente que allí  no existe  autoridad pública respetable, ni acatamiento sincero del ordenamiento legal.

En las orillas de los caminos florecen  plantaciones ilícitas pertenecientes  a  la delincuencia organizada,  que ninguna misión oficial reprime.  Así ha sido desde siempre, la marihuana de esa región es mundialmente reconocida por su excelente calidad,  la coca y la amapola se cultivan en  predios de resguardos  y en  parques naturales.  Eso no es nuevo  ni el Gobierno lo ignora, pero ha faltado decisión política para enfrentar el  comportamiento delictivo  y  mermar el combustible que atiza la  guerra de los narcóticos.

Aunque una buena parte del agreste territorio caucano se encuentra bajo el asedio de armados ilegales, sólo unas pocas actividades son ilícitas. Existen admirables muestras de que no todos los indígenas se dejan seducir por el crimen,  pero falta mucha convicción gubernamental para  arrebatarle milicianos a los emisarios del desorden,  que aspiran a delinquir sin el patrullaje de la fuerza pública y auspician el  desmantelamiento de las instalaciones militares oficiales.

Si el Presidente Santos deja de aspirar a un segundo mandato,  y  abandona la obsesión de que lo incorporen a la gran burocracia internacional,  y se compromete a respetar la Constitución y a los colombianos,  es factible que enmiende la deslucida plana y termine haciendo un gobierno que el pueblo recuerde con respeto,   pero si sigue sacrificando torpemente a los mejores hombres de las Fuerzas  Armadas,  como acaba de hacerlo en Jambaló,  es imposible que salga bien librado.

Los cadáveres del  teniente Andrés Serrano y el técnico Oscar Castillo, cuyos espíritus  vuelan alto,  pesarán en la conciencia del gobernante que para hacer inútil presencia en el teatro bélico expuso sus hombres al peligro de balas enemigas.

Sin reponer  un solo vidrio,  después del bombazo que hace un  año averió un  centenar de casas,  obró  irrazonablemente el mandatario, al ponerse a tiro de piedra ante la dolida comunidad de Toribío que  lo abucheó.

Si  Santos sigue así, ni el hilo de Ariadna ni las alas de Ícaro le servirán de ayuda para salir del oscuro  laberinto  en que se está encerrando.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, julio de 2012