domingo, 31 de julio de 2016

Cómo nos ven




 Es tiempo de tomar conciencia sobre lo que pasa con las instituciones nacionales, y tomar acciones que ningún pueblo debe postergar.

 Quienes den una buena hojeada, incluso simple ojeada  -pues distintas son una y otra-,  a los primeros capítulos de “Los orígenes del orden político” (Editorial Planeta, Colombia, 2016), obra reciente de Francis Fukuyama, encontrarán punzantes temas de preocupación frente al devenir político del hemisferio occidental, dentro de un panorama universal de percepciones que necesariamente incluyen a Colombia.

 Al paso de la lectura se constata que estamos inmersos en el puro proceso de “involución democrática” comentado en el texto, caracterizado por claro retorno al autoritarismo, sensible erosión de las instituciones y recorte de libertades. Análisis  soportado en estudios de la organización Freedom House que elabora mediciones cuantitativas sobre derechos civiles y  políticos en el mundo.

 Se dice allí que tras leve oleaje de democratización, como resultado de que millones de ciudadanos pasivos se organizaron y comenzaron a participar en la vida política de sus comunidades a partir de la década de 1990, pues tristemente vino a suceder que al comenzar el siglo XXI también comenzaron las pérdidas de beneficios democráticos, cita el autor los lamentables casos de Rusia, Venezuela e Irán, donde se desmantelaron las instituciones mediante manipulación de elecciones, control de televisión y prensa, y persecución a los movimientos opositores. Justamente lo que hoy se percibe en Colombia.


 Enseña Fukuyama que la democracia liberal debe funcionar en torno a “… una compleja serie de instituciones que restringen y regulan el ejercicio del poder mediante la ley y un sistema de mecanismos de control y equilibrio de poderes”.

 En abierta contraposición a tal planteamiento, la actualidad política colombiana muestra  características evidentemente antidemocráticas, puesto que a cambio de plantearle justas limitaciones al Ejecutivo, como debiera ser, tanto el Legislativo como el Jurisdiccional se han coaligado para defender  privilegios particulares y desusadas tendencias ideológicas, que impiden reformas estructurales necesarias para el fortalecimiento de la soberanía popular plena y consiguiente predominio de la Constitución Nacional.  

 Aquí nada ni nadie limita al Presidente y en cambio sí se le otorgan, por parte del Congreso,  absurdas facultades dictatoriales, mediante aprobación de  leyes habilitantes que la Corte Constitucional avala sin cortapisas.

 Se dice en la obra citada que, después de la caída del muro de Berlín, se asumió que todos los países transitaban hacia la democracia, pero que “ … ese paradigma de transición era una suposición injustificada y que muchas élites autoritarias  (-la mafiosa alianza colombiana es una-) no tenían ningún interés en poner en práctica instituciones democráticas que diluyesen su poder.”

 En cuanto a riesgos y peligros sí que nos dibuja como somos, y como estamos, pues asegura el politólogo que “En Colombia, México y El Salvador, el crimen organizado amenaza al propio Estado y a sus instituciones básicas, y la incapacidad de abordar eficazmente esos problemas ha socavado la legitimidad de la democracia.”

 Conste por hoy que semejantes cosas no las dicen ni el uribismo ni el Procurador Ordóñez, las dice un gurú de la historia contemporánea.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 31.07.16