miércoles, 6 de julio de 2011

La indignación.


Hace dos meses llegó a Madrid  la acción contestataria que hace cuarenta años anduvo por París.

La  multitud se mamó de promesas y arengas que los acomodados lanzan por las ventanas de sus palacios, y como los acomodados españoles  ya no convencen, las multitudes peninsulares buscan cambiarlos por otros que los representen bien.

Algo igual podemos hacer con los acomodados colombianos quienes dicen y se creen sus propias mentiras, ellos piensan que legislan y gobiernan bien y, claro, prometen y arengan desde las ventanas de sus palacios, nos atiborran de vallas y volantes, y luego todo lo gestionan en provecho suyo y de sus testaferros.

Si las elecciones se ganaran a fuerza de contaminación visual las tendrían ganadas.

Pero resulta que aquí, mamados como estamos de inoperancias administrativas, corruptelas oficiales, vacíos  ideológicos  e ineptitudes  gubernamentales, podemos utilizar métodos constitucionales  para imponer nuestras condiciones ciudadanas.

No necesitamos estropear sus oídos con gritos insultantes, en cambio sí les  podemos llenar las urnas con votos en blanco.

El voto en blanco no se pierde, el voto en blanco sirve para expresar indignación ante los ladrones del erario público, decirles  por escrito que conocemos sus mañas y reprobamos sus tropelías, para notificarles que no consentimos sus delincuencias, y  mostrarles que los electores colombianos, ajenos a trucos y violencias, somos concientes de deberes cívicos  y derechos democráticos que nos permiten utilizar mecanismos limpios para escoger candidatos y elegir gobernantes.

El panorama nacional es desastroso, gobernadores y alcaldes, diputados y concejales atrincherados en mezquinas parcelas burocráticas, lejos de promover desarrollo y progreso, ajenos a propuestas que impulsen verídica participación comunitaria, se juegan los restos tratando de imponer sucesores que les dejen controlar componendas, y mantener ruinosos contratos para el pueblo pero muníficos para sus bolsillos. Obvio que Senadores y Representantes aceitan  esos mecanismos de atornillar curul.

Qué bueno si logramos imponer la mayoría del voto en blanco. Con ese sistema, constitucionalmente regulado (Art. 258 C.N.), no sólo fortalecemos la democracia puesta en riesgo por actuales engranajes partidistas, que descaradamente perpetuaron la dictadura del bolígrafo, sino que abrimos las puertas a repetir la votación para elegir miembros de corporaciones públicas, gobernadores y alcaldes, en unas elecciones a las que no se podrán presentar los mismos candidatos unipersonales ni las  listas que no hayan alcanzado el umbral.

Así como los españoles salieron a expresa su indignación  en La Puerta del Sol y La Plaza de Cataluña, también los colombianos podemos concurrir a expresar la nuestra en cubículos electorales, porque lo que estamos viviendo no es libre expresión de la democracia participativa ni correcto ejercicio del sufragio.

La actual coyuntura electorera simplemente muestra una pugna salvaje para comandar el reparto de apetitosas regalías.

Es obligación moral y derecho electoral,  frente a lo que nos pertenece,  impedir que unos pocos se hagan a la riqueza de todos y que a los más nos dejen viendo un chispero.

El voto en blanco no es una retaliación, ni una protesta, es un derecho constitucional que nos permite derrotar y vetar a eternos gamonales y a sus mandaderos, siempre ávidos y siempre prestos a  embolsarse  la mejor tajada del presupuesto nacional.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, junio de 2011