sábado, 28 de diciembre de 2013

Popayán en sueños



 Asomado a la ventana del  tiempo constato que el futuro me amenaza con sus dedos homicidas, puesto en guardia me atrinchero en la rala guarida de mis libros compañeros y entre sorbos de cafeína voy a las divagaciones finales del año que se apaga, mi café se agota con la noche y el alba me sorprende releyendo viejos escritos y soñando a Popayán así:

 La urbe entera debe transformarse  en espacio amable, en lugar feliz, en destino prometedor y  deseado, necesitamos convertir su centro viejo en una joya destellante y caminable.

 Los lugares de interés histórico son ejes de inquietud intelectual, focos de aprendizaje, anclajes de  contenido ceremonial, símbolos del pasado que la modernidad interroga para descifrar mensajes,  desentrañar significados, descubrir  e interpretar las claves del conocimiento.

 Popayán necesita construir sedes administrativas modernas por fuera del sector histórico, ojalá edificaciones que concentren oficinas nacionales, departamentales y municipales articuladas con la red de servicios bancarios. En el POT se deben reservar extensas zonas periféricas para esos fines y tanto la Asamblea como el Concejo deben apropiar partidas para adquirir  los terrenos.

 Hay que construir la variante oriental que desvíe desde el puente del rio Palacé y   cruce por Clarete hacia el sector del penal de San Isidro, para buscar la panamericana a la altura de Los Robles en la vía a Timbío. El tráfico vehicular  del futuro, desde el  oriente colombiano hacia Buenaventura y Tumaco,  exige pensar en esa obra.

 Curadores urbanos y  jefes de planeación municipal, como garantes de que Popayán  crezca estética y armónicamente, deben exigir a los urbanizadores la implementación de ductos subterráneos que recojan la invasiva telaraña de conexiones callejeras con que afean el paisaje los proveedores de electricidad y comunicaciones.

 En materia de transformación urbanística no existen campos vedados, la creatividad hace parte del desarrollo humano y la imaginación es motor que  genera progreso.

 La extensa  zona urbana negativamente afectada por la galería del barrio Bolívar, que  perjudica sectores de la salud, la educación y la cultura, merece oportuno rescate. Se debe erradicar ese mercado convertido en botadero a cielo abierto que arruina la inundada ribera del río Molino.

 Los puentes del Humilladero, tesoros arquitectónicos incrustados en el centro histórico, deben transformarse en accesos peatonales hacia una gran zona verde, que abarque el Parque Mosquera, la galería y la plazoleta Carlos Albán. Todo ese sector arborizado, surcado  por amplios bulevares que conecten la vieja ciudad con los conjuntos habitacionales modernos,  insinuados ya sobre las colinas aledañas a la antigua vía férrea, y con el complejo hospitalario de la Estancia, debe ser proyecto que inquiete a los arquitectos paisajistas y diseñadores de la futura Popayán.

 Se necesita rescatar el sentido cívico, la ciudadanía debe buscar soluciones que la inepta burocracia no ofrece. Una asociación cívica debiera encargarse de gestionar ante entidades públicas y privadas, nacionales e internacionales, ayudas técnicas, asesorías especializadas, aportes financieros y auditorías respetables, que entren a diseñar y planificar, ejecutar y controlar el desarrollo de esas obras necesarias para enfrentar el colapso vial que hoy sufrimos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, diciembre de 2013

sábado, 21 de diciembre de 2013

Popayán



 Aproximarse a Popayán por lo que de ella se ha dicho al paso de los tiempos, intentar recordarla así, entre bosquejos, bajo desvanecidos rasgos de pincel que  amenazan abandonar el lienzo que los contiene, puede ser ejercicio romántico y artístico, maroma leal, peripecia histórica, tierna gesta de afectos que busca disimular el calamitoso rastro de heridas hondamente esculpidas en la tersa piel de los siglos.

 Quienes conocieron a Popayán o vivieron allí, los que estuvieron inmersos en la certidumbre de una estampa tejida de balcones y geranios en flor, surcada por rectilíneos empedrados y musgosos serpentines que escalaban hasta el pedestal en que se levanta la cruz de la colina, presenciaron la escena de nunca repetir.

 Lo que  ahora queda no es Popayán, perdura el nombre sí, porque la inercia del vocablo resulta incontenible y porque las voces del tiempo parecen arder en el espacio con la misma decadente luminosidad de las estrellas apagadas. Se atisba el resplandor sin que la estrella exista, y en fantasía se troca el destello fugaz de lo que ya no es.

 Se murió el lento andar  por eternos corredores de piedra labrada y el cruce de saludos con impecables señores de leontina y gabán, fenecieron las alegrías y las arritmias provocadas por esas colegialas de mejillas ardientes y las sospechosas prisas para acudir a la misa dominical con la ciega esperanza de verlas desfilar, se agotó el horizonte de techumbres estampadas por el fuego de chispas y  cenizas volcánicas,  se desmoronaron portones y portales, desaparecieron los  enjambres de violetas en las goteras de los aleros, se acabaron los almendros en los jardines y las huertas  tupidas  de nísperos e hinojo.

 A compraventas de antigüedades se trasladaron los aldabones,  los brocales de  los aljibes, las piedras de moler, los arcones, los armarios y las ventanas.

 Los fogones longitudinales y los hornos de semiesférica reciedumbre que inundaban de ambrosía los vecindarios ya no esparcen las aromas de las guayabas en cocción ni de las harinas aliñadas.

 Se enmudecieron para siempre las torres de los templos, las campanas  ya no tañen, ni se desnudan los guayacanes ni  los tulipanes florecen, los andenes se transmutaron en peligrosos toboganes cuando no en parqueaderos, la muchachada ignora el significado de los bronces, y las placas no corresponden a los artesanales quehaceres  de las callejas.

 Los puentes, los históricos puentes son la letrina pública mas extensa de todo el Continente, el atracadero,  la olla, el quemadero abierto de marihuanas y bazucos, la pasarela mortífera de mezclas enajenantes, el centro empresarial de actividades degradantes, el desfile procaz de perversiones insultantes.

 Parques y plazoletas sucumbieron bajo el asedio de improvisados ventorrillos, y las heces de los locos acribillan diariamente las esquinas del sector histórico.

 En todo el perímetro urbano las calzadas vehiculares se ahogaron bajo el fango de la imprevisión y de las corruptelas agenciadas por voraces inquilinos de las más blancas edificaciones que circundan la Plaza de Caldas.

 El mágico esplendor de la que pudo ser una joya turística duerme su sueño infinito entre los pergaminos del pasado.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 21.12.13

sábado, 14 de diciembre de 2013

El despeluque de Petro



 La sanción disciplinaria impuesta por la Procuraduría General de la Nación al alcalde bogotano exacerba algunas pasiones, y remueve ese gusto por el discurso demagógico y  veintejuliero supuestamente extinto tras la configuración del escenario tecno-político surgido al promulgarse la manoseada Constitución del 91, que abolió la de 1886, igualmente travestida por cuantas fuerzas y tendencias se disputaron el poder durante el siglo pasado, al punto que ambas se consideran convertidas en colcha de retazos.


 Para la salud política de los pueblos, más que las pétreas e inmodificables, resultan aconsejables las constituciones semirrígidas, que contengan un Marco Institucional General, escueto y sin profusiones reglamentarias. La que nos rige es dúctil y maleable, es una Constitución blanda que puede modificarse a gusto por los distintos sectores del contubernio  político-jurisdiccional,  y corre el riesgo de  terminar ajena o distante de lo que debe ser una Carta Fundamental.

 La Constitución que originalmente habría podido consensuarse en 1991, con las falencias propias de cualquier elaboración humana, tuvo vocación de tratado de paz pero no lo fue porque hasta las entrañas de la Asamblea Nacional Constituyente llegaron los alfiles y los dineros del narcoterrorismo, que desnaturalizaron la sana intención  de implantar un nuevo orden. La eliminación de la extradición es pálido reflejo de lo que allí se cocinó. Antes y después de su vigencia hemos  estado inmersos en los desajustes del orden y eso explica tan tempranas y sucesivas reformas. La Constitución que nos queda va para donde quiera ir la Corte Constitucional.

 Preferible sería que tuviéramos una verdadera Constitución, un Marco Institucional General al que se sometan el pueblo como tal, las organizaciones sociales de toda especie, obviamente las partidistas,  y todos los individuos en particular. Porque está demostrado que una Carta Política preñada de incisos y excepciones, con tantas minucias taxativas y tantas salvedades difusas, mas que como derrotero de comportamiento social y convivencia plural, termina interpretada como catálogo de intereses y conveniencias del grupo o la persona que  intentan amoldársela sin amoldarse a ella.

 A la vista está la tensión institucional actualmente generada por un alcalde, por un empleado público disciplinable, que se resiste y se rebela contra la Norma Fundamental, y emprende la tarea de caldear los ánimos populares y enfilar ataques contra otro funcionario público, de mayor jerarquía, que tiene la responsabilidad constitucional de disciplinarlo.

 Lo reprochable no es la sacudida politiquera, el espectacular despeluque del alcalde  destituido, ni que muestre sus ansias de mando, agallas de poder y su megalomanía al catalogarse como víctima de un golpe de Estado, suceso sociopolítico que en estricta lógica, en su cabal significación, sólo es factible contra el Jefe de Estado.

 Lo censurable es que la diatriba pública, arrogante, presuntuosa y desenfocada se enfile personalmente contra el Procurador General de la Nación, a quien quiere descalificar por ser católico practicante y prestigiosa figura de la derecha, olvidando que motivadoras de la sanción son sus faltas como alcalde y que está  sujeto a vigilancia del director del Ministerio Público, funcionario investido de competencia para sancionarlo (Art. 277,6 C.P.).

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 14.12.13

sábado, 7 de diciembre de 2013

Tierradentro de luto


                                                                                 

 Duele. Duele porque es una población de gentes buenas, honestas y trabajadoras.

 Duele porque es el Cauca, el departamento de nuestros ancestros y nuestras querencias, y porque es la repetición incesante de masacres sabidas, cantadas y anunciadas que el gobierno central ignora y menosprecia.

 Duele porque es Colombia escarnecida por la ferocidad de sus verdugos.

 La geografía caucana se ahoga en sangre de inocentes mientras Juan Manuel Santos y  los salvajes herederos de Tirofijo le mienten al país.

 El inhumano recurso de la dinamita, el aleve propósito homicida, la insensibilidad, la horrorosa insensibilidad de los asesinos que quieren gobernar a Colombia a fuerza de estallidos y mutilaciones son la noticia diaria, pero Santos ni oye, ni ve, ni entiende.

 A quienes conocen el Cauca y tienen ligera noción de la pobreza y las injusticias que han generado los tenebrosos grupos guerrilleros, no les cabe en la cabeza el embuste de un Timochenko terrorista  que abandone las armas y el narcotráfico para dedicarse a  vivir en paz con el pueblo colombiano.

 Las dilatadas conversaciones del gobierno con los violentos constituyen monumental  fracaso que las poblaciones amenazadas repudian.

 Esos históricos  corredores que la chusma brutal ha transitado desde cuando Tirofijo fusiló a unas religiosas indefensas, en las goteras de la cabecera municipal de Inzá, no tendrán sosiego mientras el ejecutivo mantenga suspendidas las acciones de combate.

 Los habitantes de Inzá lo saben. El único freno a las tropelías de los violentos es la acción decidida de la fuerza pública. Un ejército acuartelado no gana batallas ni pacifica territorios.

 Allí se han vivido todas las atrocidades y los despropósitos de la violencia ejercida por los secuaces de Márquez y Santrich. Tiempos hubo en que la población permaneció sitiada. A los ciudadanos honorables los secuestraban en la carretera a Popayán y los fusilaban en las orillas de los caminos; había retenes irregulares que impedían el tráfico vehicular nocturno; los deudos de las victimas fatales tenían que pagar peajes para llegar con los cadáveres hasta los cementerios; los facinerosos bombardeaban la plaza, como hoy, y destruían la infraestructura pública; los comerciantes y finqueros que no querían abandonar sus tradicionales actividades, temerosos y desprotegidos tenían que subir hasta las abruptas estribaciones del  Símbola y el Páez, donde Cano y el Oso mantenían sus campamentos, a pagar humillantes vacunas, y a convertirse en forzosos portadores de mensajes extorsivos para el resto de sus conciudadanos.

 A todas esas desventuras les hizo alto el gobierno de Uribe, es conveniente recordarlo, pero las liviandades del actual mandatario le repusieron el oxigeno a facinerosos remontados que, con la ayuda de milicianos indígenas, que también los hay, se dan  a la tarea de recuperar  espacios para sus andanzas criminales.

 El Cauca sigue siendo un polvorín sin que nadie se duela por tan nefasto destino. La clase dirigente disimula las fechorías para mantener vigentes las prebendas burocráticas y almibaradas contrataciones oficiales.

 La población civil, inerme pero digna, necesita mantener el vigor de sus convicciones republicanas para cerrarle el paso a las vergonzosas componendas de La Habana.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 07.12.13