sábado, 31 de agosto de 2013

No más odio




 Crecen las campañas electorales en el país.

 La coyuntura revoltosa, como proceso de depuración centrífuga, hace que del núcleo social se desprendan multitud de corpúsculos hirientes, propiamente anárquicos, que atizan el desbordamiento de la masa popular.

 Pero excluida la expresión violenta, sobran razones para que a diario crezca la solidaridad con la protesta campesina.  No es para menos, Colombia es un país predominantemente agrícola, de baja industrialización y sin infraestructura tecnológica que augure éxitos en promisorios mercados globales.

 Ciertamente las mayorías nacionales conservan en el alma sentimientos de gratitud y hermandad con las fuerzas agrarias, que en pleno siglo XXI madrugan a uncir bueyes para labrar la tierra.  Esa es la explicación para que los colombianos estemos ofendidos por la indiferencia gubernamental frente a verídicos problemas de nuestros campesinos pacíficos, laboriosos y eternamente pobres.

  Erró el gobierno al maltratar la esencia nacional, humilde pero orgullosamente representada en los cultivadores agrícolas. Todos en Colombia venimos del campo y a él anhelamos regresar. Imperdonable que la élite empoderada olvide sus orígenes y la imprescriptible deuda moral con el bienestar de los de ruana.

 Es lógico que la muchachada estudiantil salga a las plazas a reclamar por lo mismo. En este país de bachilleres clásicos casi todos largamos el ternero y fuimos corriendo a recibir la cátedra universitaria, y muchos que hoy asisten a universidades de élite, sea por su capacidad intelectual o la solvencia económica familiar, de la finca vienen y a ella regresarán.

 Lo repudiable es el vesánico ataque a los de la misma condición.

 Colombia no puede alimentar el odio y fomentar el alzamiento del pueblo contra el pueblo. Si de algo podemos sentirnos satisfechos es de la convivencia construida a partir del Frente Nacional, que algunos censuran, pero que incuestionablemente marcó el alto al genocidio entre hermanos.

 Desde la prensa y la radio, desde los púlpitos y las tribunas partidistas, desde la televisión y los recintos democráticos, es necesario divulgar discursos que aglutinen a genuinos defensores de la sociedad y los valores civiles,  para que cese la barbarie entre nosotros y se instaure en la patria un disenso civilizado y constructivo, un diseño conjunto de  propuestas congruentes en pro del pueblo que ahora se destroza entre detonaciones y garrotazos, ya no en territorios salvajes sino en los vientres de la cultura urbana.

 Nuestro partido debe ser Colombia, nuestra causa debe ser la libertad dentro del orden constitucional, nuestro propósito debe ser el entendimiento dentro de las naturales diferencias humanas, nuestro orgullo debe ser legarle a la posteridad un país amable, trabajador, culto, y respetuoso de los derechos ajenos.

 El lenguaje de las próximas campañas electorales debe ser el más refinadamente castizo para evitar las confusiones que despiertan los instintos y adormecen la inteligencia. Las proclamas y las consignas deben encuadrarse en el marco de las ideas y no en el maldito laberinto de las calumnias y las provocaciones.

 Los colombianos tenemos el derecho y el deber de mostrarle al mundo que nacimos para construir una patria equitativa, respetuosa del sentimiento popular y apegada a los principios democráticos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 31.08.13